POR: STALIN V.
Esta edición nace con la certeza de que ninguna otra portada ha tenido un peso semejante, su hermoso contenido está dedicado a Jesús, a Jesucristo, al hombre que transformó la historia y al personaje central de la tradición cristiana. Se vuelve inevitable reconocer que, más allá de las creencias particulares, su figura atraviesa culturas, idiomas y siglos.
Jesús es presentado aquí con una imagen reconstruida a partir de datos científicos y arqueológicos que han buscado aproximarse a un habitante real de Galilea del siglo primero, un trabajo que tomó forma gracias a especialistas como Richard Neave, forense británico que en 2001 utilizó cráneos de la época, modelado tridimensional y proporciones óseas para crear un rostro coherente con las poblaciones judías de aquel tiempo, y también gracias a reconstrucciones más recientes como la del diseñador brasileño Cícero Moraes, quien aplicó técnicas de antropología facial y comparó la fisonomía regional, el clima, el tono de piel, el tipo de cabello y los rasgos de los pueblos semitas del desierto. Ambos coinciden en que Jesús no habría tenido la apariencia europea que difundió el arte medieval, con una piel morena tostada por el sol, cabello oscuro y corto, barba recortada y una estatura cercana a la media de su época, lo que corrige siglos de idealización visual. Este número parte de esa mirada humana para llegar al acontecimiento que transformó al mundo.
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Nos encontramos a pocos días de la celebración del nacimiento de Jesús, fecha que tradicionalmente se ubica el 25 de diciembre. En Nicaragua, las familias se preparan para vivir ese día en paz, en prosperidad, en desarrollo, en progreso y en unidad entre las familias y el pueblo, acompañados de sus seres queridos, la fecha se ha convertido en un momento que fortalece los lazos entre generaciones. Sin embargo, mientras el calendario avanza hacia esa celebración anual, aparece otro hecho cuya magnitud histórica se extiende mucho más allá del tiempo litúrgico, por lo tanto se trata de un acontecimiento que la humanidad conmemorará en 2033 la resurrección de Cristo, un punto decisivo para millones de personas a lo largo de veinte siglos.
Los estudios históricos señalan que Jesús fue crucificado bajo dominio romano, en un período estimado entre los años 30 y 33 de nuestros tiempos. La práctica de la crucifixión estaba reservada para los ciudadanos que no eran parte del imperio y era utilizada como castigo político y una cruel lección. La muerte por crucifixión implicaba sufrimiento prolongado, pérdida acelerada de sangre y un colapso progresivo del sistema respiratorio. Investigaciones forenses habían demostrado que la combinación de flagelación previa, shock hipovolémico y agotamiento extremo llevaba a un desenlace rápido en quienes eran sometidos a ese castigo. La resurrección, situada tres días después por los textos cristianos, se convirtió en el centro teológico que dio origen al cristianismo, y con el tiempo abrió distintas interpretaciones sobre su significado, para muchos Jesús encarna la promesa de la vida renovada y el triunfo del espíritu sobre la muerte y para los teólogos Cristo representa la figura mesiánica que cumple la esperanza anunciada en las escrituras.
De acuerdo con los cálculos tradicionales del calendario, en el año 2033 se cumplen dos mil años desde ese acontecimiento. La cifra adquiere un sentido importante que traspasa fronteras. Los primeros seguidores de Jesús interpretaron la resurrección como la señal que confirmaba su condición mesiánica, a partir de esa convicción comenzaron a difundir su mensaje en territorios donde el judaísmo ya convivía con diversas corrientes filosóficas del mundo grecorromano. La expansión del cristianismo ocurrió en un tiempo de relativa estabilidad dentro del imperio romano, conocido como la Pax Romana, lo que facilitó los desplazamientos de los predicadores y permitió que el mensaje alcanzara otras regiones.
La figura de Jesús o Jesucristo se ubica dentro de un contexto saturado de líderes, profetas y pretendientes mesiánicos, historiadores y teólogos recuerdan que el siglo primero fue escenario de numerosos grupos que buscaban liberar al pueblo judío de la dominación romana, entre ellos surgieron figuras como Judas el Galileo, Juan Bautista, El Egipcio y otros referentes que mezclaban elementos religiosos, políticos y sociales, es entonces que Jesús se inscribe dentro de ese ambiente pero sus enseñanzas desde el cristianismo generaron un tipo de movimiento que logró cruzar los límites étnicos y culturales del judaísmo y para algunos estudiosos allí radica una de las claves que explican su permanencia en el tiempo.
Para quienes lo miran desde la fe, Jesucristo es el Mesías que inaugura un reino basado en justicia divina, paz, igualdad y una mesa compartida. Desde la historia, Jesús es un judío del primer siglo que vivió en una región dominada por presiones económicas, tributos elevados, control imperial y fragmentación social. Para los teólogos, es la figura que articula la relación entre humanidad y trascendencia. Según los antropólogos, es un líder que logró transformar una experiencia local en un relato universal. Cada mirada aporta un elemento para comprender por qué su nombre continúa siendo referencia dos milenios después.
Los evangelios describen las últimas horas de Jesús en medio de un contexto entre festivo pero a la vez muy tenso, la Pascua judía reunía a miles de peregrinos en Jerusalén y por eso los historiadores señalan que el proceso de captura y ejecución debió realizarse con rapidez y sin recorridos largos ni exposición pública prolongada, la crucifixión cumplía una función política que buscaba impedir la conservación de restos y borrar el rastro físico del ajusticiado. Sin embargo en el caso de Jesús ocurrió lo contrario y la seña de su presencia se expandió a través de las comunidades que lo habían seguido.
Muchos estudios arqueológicos han mostrado que otros líderes de la época vivieron procesos similares sin haber dejado huella en el tiempo. Pero el movimiento de Jesús adquirió una dimensión distinta a partir de sus seguidores, que lo escucharon predicar al aire libre, subido en una piedra o en una colina, mientras hablaba a la gente sobre el Reino de Dios y la esperanza que anunciaba. Las cartas de Pablo, escritas veinte años después de la muerte de Jesús, muestran ya una interpretación donde la figura histórica se convierte en la figura de fe. Ese paso entre el Jesús histórico y el Jesús proclamado por las primeras comunidades explica cómo una experiencia nacida en un lugar concreto terminó extendiéndose a la gran mayoría de los pueblos del mundo.
Tal y como lo dije al principio, la reconstrucción del rostro de Jesús, empleada hoy en diversas investigaciones, responde a parámetros antropológicos más que artísticos cuyo objetivo jamás es el de sustituir las imágenes tradicionales del arte cristiano; por el contrario, busca mostrar cómo pudo verse un hombre de Galilea en el siglo promero, esta aproximación científica permite situar a Jesús dentro de un espacio real y visible, un ser humano que caminó en un territorio sometido por el imperio romano y que desarrolló su mensaje en aldeas, caminos rurales y espacios donde convivían pobreza, enfermedades, desigualdad y esperanza.
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Es importante aclarar que no buscamos imponer interpretaciones ni entrar en debates doctrinales, simplemente hemos planteado un recorrido por el origen del cristianismo, la figura de Jesús, la multiplicidad de movimientos religiosos de la época y el impacto que tuvo la creencia en la resurrección. Cada párrafo se apoya en datos conocidos, testimonios antiguos y estudios contemporáneos, sin emitir juicio personal.
La meta es ofrecer un análisis amplio que permita comprender por qué el año 2033 aparece como una fecha de profundo sentido para la humanidad.
El camino hacia esta conmemoración mundial comienza ahora, Nicaragua se prepara para celebrar el nacimiento de Jesús este 25 de diciembre en un ambiente de tranquilidad familiar, amor al Hijo de Dios y una inmensa paz que reina en nuestra patria, al mismo tiempo el mundo se acerca a los dos mil años de la resurrección, un acontecimiento que dejó un sentimiento profundo en las civilizaciones, definió culturas y dio sentido a la experiencia religiosa de millones. Esta edición abre esa conversación desde el análisis histórico y desde la certeza de que la figura de Jesús seguirá siendo un punto de referencia para la humanidad.
Aprovecho esta oportunidad para decirlo desde lo más profundo de mi ser: «yo confieso y declaro mi amor a Jesús de Nazaret, el Cristo, y a Dios Padre, me asumo cristiano con plena convicción, mi fe no descansa en iglesias ni en jerarquías eclesiales, no sigo a curas, obispos, cardenales ni papas, mi devoción nace y termina en Jesús y en Dios Padre porque ahí está el centro de mi esperanza y la raíz de todo lo que creo», Amén y Amén.
Esta entrada fue modificada por última vez el 6 de diciembre de 2025 a las 2:43 PM



