2026, las guerras que se vienen

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Por Fabrizio Casari

El reciente documento estadounidense que define las líneas estratégicas de la nueva Doctrina de Seguridad Nacional inaugura un nuevo rumbo de la aventura imperial global. Se trata de un giro significativo respecto de la orientación seguida por las administraciones de Obama y Biden, con cambios sustantivos en el diseño táctico, las prioridades generales y la definición de aliados, socios y enemigos.

Hay un punto, en particular, que marca una ruptura clara con el enfoque anterior. Hasta ahora, el llamado Occidente Colectivo (Estados Unidos, Unión Europea, Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur, Israel y otros) se concebía como copartícipe del saqueo del Sur y del Este global. En esta nueva versión —más agresiva y también más desesperada— incluso el propio Occidente Colectivo debe contribuir directamente al rescate de riqueza global en favor de la economía estadounidense.

De ahí la combinación de aranceles por un lado y de alineamiento forzado por el otro, dentro de una nueva identidad basada en el aumento descomunal de un gasto militar ya de por sí delirante, que este año alcanzó los 951 mil millones de dólares. ¿Con qué objetivo? Garantizar que el 4 % de la población mundial siga dominando al 96 % restante.

En continuidad con las doctrinas de seguridad precedentes, el documento parte de una premisa histórica “actualizada”: la identificación conceptual entre Occidente y Estados Unidos —un falso histórico— y la atribución a Washington de un papel indispensable para garantizar el dominio global del capitalismo. Así, pese a la pérdida evidente de peso político, diplomático, económico, financiero, tecnológico y militar, Estados Unidos sigue presentándose como el país al que el resto del mundo debe obediencia, reconociéndole un liderazgo supuestamente incuestionable. Y si alguien se atreve a ponerlo en duda, la respuesta será el uso de la fuerza para apropiarse de su soberanía y de sus recursos.

El documento advierte que no puede haber obediencia política sin respaldo material. Mantener la hegemonía planetaria exige una economía capaz de salir de su declive estructural y de reconstruir sus fundamentos: un dólar fuerte desligado de la economía real, una deuda impagable, un crecimiento artificial y la supremacía militar como palanca sobre los mercados. Sin embargo, todos los indicadores actuales apuntan a crisis y fragilidad. La pregunta es inevitable: ¿cómo revertir el declive?

Las recetas liberales ya no funcionan. Desde el fordismo de la posguerra hasta el discurso “verde”, abandonado en cuanto se entendió que podía convertirse en la tumba del sistema, las estrategias de crecimiento se suceden y colapsan con un ritmo casi decenal. ¿Qué camino queda entonces para devolver poder a una estructura que ya no lo tiene?

El punto de partida del documento advierte que no puede haber obediencia política si esta no está respaldada por datos concretos. El mantenimiento del liderazgo planetario estadounidense requiere una economía que salga de la fase de declive agónico y vuelva a tener en sus fundamentos —la fortaleza del dólar, una deuda que no se cobra, un crecimiento artificial y la preeminencia militar sobre los mercados— un punto de fuerza. Sin embargo, en este momento todos los indicadores señalan crisis y debilidad. ¿Cómo puede invertirse el declive?

La nueva Doctrina de Seguridad Nacional es tajante: la única salida es una transferencia masiva de riqueza desde el resto del mundo hacia la economía estadounidense. Incapaz de generar desarrollo propio, Estados Unidos apuesta a apropiarse de recursos energéticos, tecnológicos, minerales y alimentarios hoy en manos de otros Estados. Según esta lógica, solo mediante un saqueo global —empobreciendo al resto del planeta en beneficio de Washington— podrá sostenerse el dominio estadounidense.

No es nada nuevo. Ya en 1974, un año después del golpe de Estado en Chile que había transferido la propiedad del cobre chileno a las empresas mineras estadounidenses, su inspirador, Henry Kissinger, recordaba que la posesión de los recursos naturales de todos los países era la cuestión central para la seguridad nacional de Estados Unidos. Aquí, y no en el tablero político, se encuentra la coherencia histórica del imperialismo depredador.

La historia de la acumulación de riqueza y poder de Estados Unidos se ha basado, sistemáticamente, en la expropiación de recursos ajenos. Más de 231 años de guerra sobre 249 de existencia lo confirman con claridad: la guerra no es una excepción, sino un modelo estructural de construcción y gestión del imperio. La narrativa del capitalismo imperial la sostiene mediante una inversión permanente de la realidad, donde las víctimas son presentadas como agresores y los saqueadores como defensores del orden.

En el plano geopolítico y militar, China sigue siendo definida como la principal amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. No solo por su poder, sino por su condición sistémica: compite en los mercados globales, en la economía, en la tecnología, en las rutas comerciales y en el terreno militar. Ya en 2022, los documentos de seguridad estadounidenses la describían como “el único competidor con la intención y la capacidad de remodelar el orden internacional”. Es decir, China no es solo un rival: es la única amenaza real a la hegemonía global estadounidense.

En segundo lugar aparece Rusia, considerada una amenaza militar y geopolítica directa: su arsenal nuclear, su oposición a la OTAN, su influencia en los BRICS, su alianza estratégica con China, su papel en la OCS y su peso en Europa Oriental.

Con el llamado “Corolario Trump”, la prioridad absoluta pasa a ser la contención de China y de los BRICS. Europa pierde centralidad estratégica, mientras América Latina vuelve a ser concebida como un espacio a “limpiar” de influencias hostiles.

Persiste la identificación forzada entre Occidente y democracia, así como la idea de que una minoría de la humanidad puede y debe dominar al resto del planeta. El llamado “orden basado en reglas” se reduce a dos principios:

  1. Occidente gobierna al mundo.

  2. Estados Unidos gobierna Occidente.

La nueva Doctrina de Seguridad Nacional estadounidense es, en muchos sentidos, una apuesta total, un “todo o nada”. El 4 % prospera si aplasta al 96 %. No hay lugar para la diplomacia, el Derecho Internacional ni el reconocimiento de intereses mutuos. Las condiciones están dadas para que la guerra vuelva a ocupar el centro de la escena geopolítica global. Bienvenido 2026.

Esta entrada fue modificada por última vez el 28 de diciembre de 2025 a las 3:53 PM