Trump y Musk, el jano bifronte

Imagen Archivo - Referencia / Opinión Canal 4.

Por: Fabrizio Casari

El enfrentamiento entre Donald Trump y Elon Musk, que en pocos días pasaron de amigos a enemigos y que corre el riesgo de transformar a los que alguna vez fueron aliados en futuros adversarios (Musk propone fundar un nuevo partido), ha llenado las portadas de los periódicos de todo el mundo. En parte porque parece un buen instrumento de distracción masiva del terrible genocidio sionista en Gaza, y en parte porque el matiz pintoresco ejerce siempre una atracción irresistible sobre una información que apunta al cotilleo como narrativa alternativa al interés público.

La cuestión del conflicto debería dividirse en dos aspectos: el de la forma, muy tratado por los medios convencionales, y el de la sustancia, decididamente pasado por alto. Es cierto que el circo mediático del poder en su versión pública desde Washington tiene en estos dos personajes dos de sus mayores atracciones, pero también lo es que la ruptura se produjo en el contenido de la política económica y fiscal, en el papel mismo que debería desempeñar el multimillonario de origen sudafricano y en su peso real en la toma de decisiones.

La historia entre Donald Trump y Elon Musk llevaba desde el principio escrita su propia conclusión. Dos personajes histriónicos, en constante búsqueda de visibilidad y sin ningún reparo por los daños colaterales, difícilmente podían convivir por mucho tiempo. No en el mismo entorno, no en el mismo periodo, y mucho menos en el mismo Ejecutivo.

Musk quiere el papel de kingmaker, no acepta figurar como un mero cortesano de Trump. Aspira, más bien, a ser su sucesor. Trump, por su parte, no tolera la independencia de figuras influyentes dentro de su propio campo de acción —la derecha— y podría verlo como una amenaza o un traidor. Un temor que no parece del todo infundado, visto que Musk ha amenazado con fundar su propio partido; si eso ocurriera, inevitablemente dividiría a la extrema derecha trumpista, generando así una ventaja objetiva aunque indirecta para los demócratas, lo que podría costarle al magnate la anunciada tercera candidatura.

Pero la amenaza podría ser solo el rostro encubierto de una posible negociación sobre los poderosos contratos que Musk mantiene con la administración pública estadounidense, que han puesto a la Casa Blanca, al Pentágono, a la NSA y a la CIA en la situación de no poder prescindir de su red satelital, que el magnate sudafricano utiliza como verdadero instrumento de lucha para imponer sus intereses.

Ambos comparten diversos rasgos. Son fascistas 3.0: lo son por indomable ignorancia, es decir, sin siquiera el atenuante de un trasfondo cultural, filosófico o ideológico. Son fascistas por instinto y por endocrinología. Lo son porque son darwinistas en su lectura de la organización social (selección natural de la especie), racistas y supremacistas, misóginos e ignorantes. Representan la expresión más pura de ese feudalismo tecnológico del que habla Yanis Varoufakis. Comparten la idea de un hombre solo al mando. Expresan un idéntico desprecio por la política, sus rituales, sus reglas, y por la idea de que los distintos sectores de la sociedad deban tener igual representación, ya que auspician la supremacía de las clases altas sobre las trabajadoras y desfavorecidas.

Militantes infatigables de la comunicación histérica, creen que cada uno de sus pensamientos, gestos, palabras, incluso sensaciones, deben ser comunicadas y aplacan su ego hipertrofiado con una comunicación permanente, de rasgos compulsivos y contradictorios, basada únicamente en la lógica de una comunicación obsesiva que ocupe todo el espacio mediático, mediante la cual lanzan mensajes directos y transversales.

Son adversarios en sus respectivas redes sociales (Truth Social de Trump y X, ex Twitter, de Musk), con ventaja clara para el segundo, aunque el primero tiene la autoridad de ser el medio privado del Presidente de los Estados Unidos.

LA ECONOMÍA, DOS RECETAS PARA UN DESASTRE

Tienen, sin duda, un enfoque diferente en la lectura sistémica de la economía. Trump es un hombre de negocios, acostumbrado, también por su mentalidad, a la prevalencia del genio empresarial pero también a la negociación con las fuerzas sociales, por molesta que esta sea. Musk, en cambio, cree que debe ser la tecnología —su uso desmesurado y penetrante en las dinámicas individuales y colectivas— la que represente a la sociedad.

Una fe ciega, aunque interesada, en la innovación tecnológica que, desde su punto de vista, deberá sustituir todos los procesos laborales y convertirse en el cemento de las nuevas agrupaciones sociales. Trump quiere representar a todos, a todo el pueblo estadounidense; Musk no tiene ningún interés en la representación, dado que ni siquiera cree en la relación de delegación entre electores y elegidos: para él, simplemente, los negocios son una guerra entre ganadores y perdedores, y está claro de qué lado se encuentra.

No por casualidad Musk es rechazado por Steve Bannon, el teórico neonazi que contribuyó decisivamente a construir el andamiaje ideológico del trumpismo. Musk no busca una ideología que represente un modelo, dado que considera que la tecnología en sí misma (que él controla en algunos de los sectores más importantes como el desarrollo aeroespacial y el mercado eléctrico) es el modelo deseable.

Las divergencias más serias se refieren a la cuestión principal de la economía estadounidense: la deuda abrumadora que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, hace plausible la hipótesis de un default de los Estados Unidos. Un default que tendría consecuencias incalculables para todo el sistema económico global, dada la insolvencia de la deuda contraída con decenas de gobiernos, cientos de bancos y fondos, y miles de inversores internacionales. Y aunque EE.UU. lograra evitar el default mediante nuevas y extraordinarias emisiones de bonos del Tesoro, no haría más que postergar el redde rationem de una economía quebrada dentro de un sistema en crisis, porque los títulos emitidos para financiar la deuda tendrían que ser reembolsados con intereses quizás insostenibles, además de generar un colapso en la confianza en el dólar y en los bonos estadounidenses como refugio seguro, destruyendo la credibilidad y fiabilidad de la economía estadounidense y la disposición global a financiarla.

El objetivo de Trump es transformar profundamente la estructura del PIB estadounidense, hoy compuesto en un 80% por consumo y un 20% por producción. Para él, la recuperación económica pasa por una fuerte modificación de la balanza comercial, que ve las importaciones superando ampliamente a las exportaciones. Las políticas (término que ennoblece negociaciones al estilo mafioso) sobre aranceles deberían estimular el regreso de la producción industrial a EE.UU., algo objetivamente imposible debido a los profundos cambios sufridos por las clases trabajadoras estadounidenses y, en cualquier caso, requeriría al menos dos décadas para una reconversión parcial.

Para Musk, en cambio, la reducción de la deuda debe lograrse mediante una rebaja sustancial de los impuestos a las empresas, que así recibirían un impulso para generar inversiones y, sobre todo, a través de una fuerte contracción del gasto público que implique la drástica reducción del aparato federal hasta eliminar todos los programas de asistencia social. Una receta que llevaría la pobreza en Estados Unidos (que ya hoy afecta a casi el 40% de la población) a niveles insostenibles para la ya frágil cohesión social, necesaria para la supervivencia de cualquier gobierno, y más aún en una sociedad dividida por el supremacismo racista, el clasismo y la crisis económica y social.

Podría pensarse que Musk es un empresario y Trump un presidente, por lo tanto que los pesos son claros. Pero Musk no es un hombre, es un sistema de poder. La aceleración tecnológica lo ha vuelto imprescindible. Controla parte del cielo y del ciberespacio, regula las redes Wi-Fi de medio EE.UU. ¿De verdad se puede no considerarlo una amenaza potencial? ¿Y si después de él se rebelaran los otros gigantes tecnológicos, reguladores de infraestructuras civiles y militares, de polos industriales y sanitarios?

Por su parte, Trump no está convencido de poner la seguridad nacional en manos de un privado que podría desactivar cualquier infraestructura defensiva solo para demostrar que manda él.

Pero Trump y Musk están destinados a reencontrarse y a apoyarse mutuamente, porque la estructura operativa de Musk es decisiva para el ascenso de Trump. No se trata solo de una relación de utilidad recíproca para sus respectivos negocios y beneficios derivados de la colaboración mutua, también está la certeza de que ninguno de los dos, sin el otro, podría alcanzar la cima de sus propias ambiciones.

En un mundo que consume con voracidad antropofágica mitos y personajes, reduciendo a lo efímero lo que antes era histórico, que asigna al momento coyuntural el papel de perspectiva, la atención para no cometer errores debe ser absoluta. Del acompañamiento a la sucesión no todo fluye. De ser los dos portavoces excelsos de la nueva derecha ideológica y de alta tecnología a convertirse en dos fracasados de éxito, hay solo un paso.

Esta entrada fue modificada por última vez el 8 de junio de 2025 a las 9:28 PM