Por Stalin Vladimir Centeno
Hay nombres que suenan como canción desde que se pronuncian. Arlen Siu es uno de esos. Decirlo es como rozar una flor que arde, como invocar algo que ya no es solo persona, sino símbolo. Pero antes de la historia oficial, antes de que su rostro apareciera en murales, fue simplemente una muchacha con guitarra, ideas y una ternura desobediente.
Nació en Jinotepe, en una casa con raíces en China y ramas en Nicaragua. Su padre, Armando Siu Lau, fue un comunista que formó parte del Ejército Revolucionario en Guangdong, y emigró a Nicaragua en los años 40 huyendo de la guerra y buscando paz. Aquí conoció a Rubia Bermúdez, una mujer de Dolores, Carazo, trabajadora, cálida, con un sentido profundo de comunidad. De ese encuentro nació Arlen, una hija mestiza del mundo, con la mirada rasgada y la palabra clara, con el alma amarrada a la justicia desde niña. Creció entre canciones, lecturas, colores y silencios que pronto rompió con preguntas grandes. No le bastaba mirar la realidad: quería transformarla. Por eso estudió Psicología. Por eso se enamoró de su pueblo. Por eso no dudó cuando la Revolución la llamó por su nombre.
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Cuando el país tembló en 1972, ella no se quedó en casa. Ayudó a los heridos, escuchó a los que habían perdido todo, y mientras los otros recogían escombros, ella recogía palabras. Empezó a escribir de otra manera, como si cada verso fuera también una denuncia. María Rural no fue un poema más: fue una bofetada a los que nunca miraron a las campesinas de frente. La música ya no era solo arte. Era su forma de decir basta.
Entonces apareció el Frente. O quizás no apareció: simplemente Arlen lo buscaba desde siempre. Ricardo Morales Avilés la vio y supo que ahí había algo más que talento. Había entrega. Ella no pidió permiso, no hizo teatro. Se fue. Dejó la universidad, la ropa limpia, los horarios, y se internó en la clandestinidad con una claridad sorprendente para sus apenas 18 años. Ya no se llamaba Arlen. Ahora era Mireya, aunque todo lo que era seguía intacto.
No alzó el fusil de inmediato. Primero afiló la conciencia, la palabra, el compromiso. Con su guitarra denunciaba crímenes, desaparecidos, violaciones, ejecuciones. Cantaba con rabia contenida, con dolor educado, con el amor feroz de quien quiere que su pueblo despierte.
La perseguían por cantar, por decir lo que otros callaban. Pero no se escondía. Sabía que en su voz también iban otras voces.
El primero de agosto de 1975 no se volvió mártir por accidente. No fue la casualidad. Fue la consecuencia de una vida decidida. En El Sauce, mientras la Guardia lanzaba su ataque, ella no huyó. Cubrió la retirada de sus compañeros. Sostuvo la posición con una serenidad que no se enseña, que solo nace. Murió ahí, con 20 años recién cumplidos. Con el cuerpo herido, pero con el alma intacta.
Desde entonces, no hay mural revolucionario donde no esté su mirada serena. No hay canción rebelde en la que no suene algo de su alma.
No hay joven sandinista que no haya escuchado su historia con los ojos bien abiertos. Pero detrás del símbolo, sigue la muchacha: la que se sentaba a escribir poemas, la que preguntaba por qué, la que cantaba con los ojos cerrados como si el mundo aún pudiera salvarse.
Hoy, en vísperas del 46 aniversario de la Revolución Popular Sandinista, cuando Nicaragua se prepara para celebrar con amor y dignidad ese 46/19, Arlen Siu sigue viva. No solo en los homenajes ni en las flores que se depositan cada primero de agosto. Vive en la firmeza con la que la compañera Rosario Murillo, desde su liderazgo cultural y espiritual, mantiene en alto la bandera de la identidad nicaragüense, de la música, de la poesía, del arte como arma de ternura y conciencia.
Arlen amaba la belleza, pero no como adorno, sino como fuerza de transformación. Y ese espíritu, el de la joven que cantaba verdades con guitarra en mano, sigue protegido, defendido y floreciendo en este gobierno que le ha dado a la cultura un lugar de dignidad nacional. Y se sentirá, sin duda, en las voces y pasos de este pueblo el próximo 19 de julio, cuando el sandinismo vuelva a decir que la Revolución no fue un instante, sino una forma de amar al pueblo cada día.
Esta entrada fue modificada por última vez el 11 de junio de 2025 a las 4:38 PM
