Cumbre inútil: El G7 fracasa, ante un mundo en llamas

Foto Cortesía / G7 reunidos para abordar temas exteriores.

Por Stalin Vladimir Centeno

El mundo se derrumba a pedazos. En Medio Oriente, los misiles no dejan de caer. En Europa, la guerra provocada por Zelensky en Ucrania sigue devorando vidas. Y, mientras tanto, los supuestos líderes del planeta se juntan en Canadá para tomarse la foto. El G7, ese club exclusivo de ancianos y de potencias que aún se aferran a una gloria pasada, celebró una cumbre más que dejó en evidencia lo de siempre: están desconectados, divididos y cada vez más irrelevantes.

Donald Trump llegó, saludó y se fue. No necesitó quedarse para decir lo que muchos ya sabían: “Putin solo habla conmigo porque no quiere saber nada de los que lo sacaron del G7”. Y sí. La exclusión de Rusia del entonces G8 en 2014 no solo fue una muestra de arrogancia, fue el principio del fin de cualquier autoridad moral que pudiera tener este grupo. ¿De qué sirve una cumbre que excluye a uno de los actores más decisivos del tablero mundial?

El G7 está conformado por Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, el Reino Unido y Japón. Siete países que insisten en presentarse como “las democracias más avanzadas”, aunque su propio modelo ya es un muerto en estado de descomposición. Mientras el planeta gira hacia lo multipolar, ellos siguen encerrados en su burbuja, sin Rusia, sin China, sin India, sin África, sin América Latina. ¿Qué tipo de liderazgo es ese?

Rusia, desde afuera, ha hecho lo que el G7 no pudo: fortalecer alianzas, proponer nuevos bloques, tejer rutas alternativas al dominio occidental. Con China al lado y los BRICS+ expandiéndose, Moscú ya no necesita pedir entrada. Es el G7 el que quedó tocando la puerta de la historia, tratando de mantenerse vigente con discursos reciclados y sanciones que ya no asustan a nadie.

Pero el problema va más allá de la exclusión de Rusia. Uno de los errores más graves y criminales del G7 es haber alimentado el fuego que hoy arrasa Medio Oriente. Con su respaldo incondicional a Israel, sin límites ni matices, han permitido que el conflicto con Irán se salga de control.

Gaza sangra, Teherán se defiende y el petróleo arde. Y, mientras tanto, el G7 calla o aplaude. ¿Quién va a apagar ese incendio mundial que ellos mismos provocaron?

La propuesta de Trump de reintegrar a Rusia, o de abrir el G7 a otras potencias, fue vista con burla por los mismos que lo dejaron solo en la mesa. Pero hoy Putin no está rogando entrar: está liderando una arquitectura paralela que deja al G7 como un foro de autoayuda para nostálgicos del siglo XX. Lo que nació como símbolo de poder, hoy parece un grupo de jubilados sin ideas frescas.

La cumbre de Canadá terminó como empezó: desordenada, gris, sin alma. El retiro anticipado de Trump, las diferencias entre Macron y el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, y la ausencia de acuerdos reales demuestran que ni siquiera entre ellos hay unidad. Y, del otro lado del mundo, ya ni los escuchan. Porque saben que sus problemas no se resuelven en estas cumbres bélicas, aburridas, de conspiradores y elitistas.

El contexto histórico cambió, pero el G7 no. En este 2025, la economía mundial ya no gira alrededor de Washington y París. Las nuevas rutas, los recursos y el futuro se están moviendo hacia otros polos. Lo multipolar ya no es una opción: es un hecho. Y el que no se adapta, se queda solo. Rusia no quedó afuera del mundo. Fue el G7 el que decidió salirse del futuro.

Y, como si fuera poco, sigue flotando el fantasma de la guerra en Ucrania. Ese conflicto, que el G7 ayudó a enredar pero nunca pudo resolver, sigue dividiendo al bloque. Sigue matando gente. Sigue exponiendo la doble moral de quienes se presentan como guardianes de la paz mientras arman, financian y empujan las guerras que más les convienen. Por eso ya nadie les cree. Porque el mundo ya no está para espectáculos. Está para soluciones.

Esta entrada fue modificada por última vez el 18 de junio de 2025 a las 11:57 AM