Por, Stalin Vladímir Centeno.
Estados Unidos ha cruzado un umbral de barbarie que ni los guionistas más oscuros de Hollywood se hubieran atrevido a imaginar. En el corazón de los Everglades, un pantano abrasado por el calor, plagado de mosquitos, serpientes y caimanes, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, ha anunciado la apertura de un campo de detención migratoria apodado con cinismo: Alligator Alcatraz. Un nombre que no oculta su propósito: convertir el miedo en política de Estado y el sufrimiento humano en espectáculo electoral.
Este centro de detención, instalado en una vieja pista aérea abandonada cerca de Ochopee, está completamente rodeado por kilómetros de pantanos hostiles y fauna salvaje. Caimanes, pitones birmanas, jagüeyes fangosos y mosquitos infectados con enfermedades hacen del entorno un auténtico infierno natural. “Si alguien escapa, tendrá que caminar 97 kilómetros entre pantanos y bestias”, se jactó el fiscal general de Florida, James Uthmeier, sin un mínimo de pudor humano.
Lo que más horroriza no es solo el entorno, sino el espíritu con el que fue concebido. No se trata de un centro transitorio ni de una solución humanitaria a la migración irregular. No. Este es un laboratorio del terror institucionalizado, donde se apuesta a que el miedo, el dolor y el aislamiento harán el trabajo sucio. Aquí no se respetan los derechos humanos, ni el derecho al debido proceso, ni las condiciones mínimas de dignidad. Se ha creado un campo experimental de represión con estética salvaje.
Ron DeSantis, quien se proyecta como heredero ideológico de Donald Trump, ha convertido a los migrantes en enemigos internos, en “problemas biológicos” que deben ser aislados en la jungla. Como si fueran virus o plagas. Ha puesto caimanes en lugar de leyes, serpientes en vez de jueces, y pantanos en vez de tribunales. ¿Qué nombre merece un sistema que condena a familias enteras a la intemperie, rodeadas de muerte natural, sin juicio ni defensa?
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Diversas organizaciones de derechos humanos, pueblos originarios y ambientalistas han denunciado este centro como una amenaza múltiple: atenta contra la vida de los detenidos, viola territorios sagrados de las tribus Miccosukee y Seminole, y destruye ecosistemas únicos. Incluso los guardianes del medioambiente han alertado que los movimientos masivos de tierra, los helicópteros, y los muros temporales alteran irreversiblemente la fauna y flora de los Everglades.
Pero el mensaje político es aún más siniestro: el imperio gringo ya no se esconde detrás de discursos decorativos de libertad y justicia. Ahora exhibe su crueldad con orgullo, con cámaras de Fox News como testigos. Alligator Alcatraz no es solo un centro de detención: es un monumento al racismo estructural, una versión postmoderna de los campos de internamiento del pasado, ahora con caimanes en lugar de alambres de púas.
En Bocaque, el infame centro de detención en Texas, se vivió ya una pesadilla parecida: menores durmiendo en el suelo, mujeres dando a luz sin atención médica, y suicidios silenciosos de migrantes desesperados. Pero esto, esto es otro nivel. Es como si EE. UU. hubiese decidido construir un pequeño infierno donde la naturaleza sirva de verdugo gratuito. Donde la selva no sea un obstáculo, sino un instrumento de control estatal.
No se trata de seguridad, se trata de humillación. De intimidar al migrante pobre, indígena, latino, caribeño o africano. De enviar un mensaje: “si venís aquí, terminarás entre bestias, barro y mosquitos”. Se trata de una guerra simbólica y real, donde el migrante es el enemigo y el pantano, la prisión.
Lo que sucede en Florida es una advertencia para el mundo. El imperio, desnudo y despiadado, ha vuelto a sus instintos más brutales. Lo que antes se hacía en secreto torturas en Guantánamo, experimentos en Abu Ghraib, vuelos clandestinos de la CIA, ahora se hace a cielo abierto, con nombres de marketing y sonrisas en conferencias de prensa. La vergüenza se ha extinguido. El monstruo ya no se oculta.
Esta entrada fue modificada por última vez el 29 de junio de 2025 a las 7:34 PM
