La “crisis nacional” importada por matones de policías

Foto Multinoticias / Imagen de archivo de opinión.

¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. –Romanos 13:3-4-

Edwin Sánchez

I

La “crisis nacional” importada por los resentidos que nunca faltan, y la nefaria alcurnia que se considera el uranio enriquecido de la democracia, llevó la oscuridad de la muerte a Jinotepe y al país. Mas el Julio Rebelde, Coruscante y Vivificante multiplicó la claridad.

Fue en el mes más crudo de la siembra, como dijo Leonel Rugama, cuando policías de lozanas verdades, desde las 5 de la mañana hasta casi las 6 de la tarde, se enfrentaron a los que habían causado luto, dolor y las atrocidades más demoníacas en el tranque de San José y de La Cruz de Guadalupe.

Nada es casual. El 5 de julio de 1979, jóvenes guerrilleros sandinistas liberaron Jinotepe. El 8 de julio de 2018, le tocó a la juventud policial, y algunos veteranos, liberar la cabecera departamental.

Retornó la normalidad y se expulsó lo que no era ni auténtico, ni nacional, ni siquiera cercano al género humano.

Si los tranqueros solo hubieran contado con pancartas, mantas y pintas de reclamos, banderas y libros, como se les disfrazó, en menos de media hora las fuerzas de seguridad ciudadana hubiesen devuelto la ciudad a su puesto de honor.

Pero una armada y tenaz confrontación contra la Policía prolongó el final de su financiado Golpe de Estado. Los muchachos uniformados solo pudieron abrirse paso hasta el barrio San Antonio, al sur de la ciudad, después de las 4 de la tarde. Por ejemplo.

Ninguna “protesta cívica” es capaz de resistir ni una hora a la Policía en Estados Unidos, Colombia, Chile o España. Ni siquiera a la Costa Rica “sin ejército”.

Y he aquí, fueron más de diez horas.

Sí, “crisis nacional” le llamaron —y le llaman organismos de doble rasero y la industria del falso testimonio— a la desestabilización importada por operadores infernales.

Mal embalada de “lucha por la democracia”, esta provocó el asesinato de 22 policías, más la muerte de civiles, durante el largo aquelarre de abril a julio de 2018.

Fue una tragedia organizada, con actos sanguinarios nunca vistos en Nicaragua.

La vida, que es de un valor inapreciable, los endemoniados no la consideraron para nada.

Y si la “vida normal y civil” que no está constantemente al filo del riesgo es muy estimable, ¿cómo será la de un agente del orden mil veces más expuesta que la de cualquier ciudadano?

El Policía es, desde el ángulo que se le mire, un invaluable activo viviente de la Paz de Nicaragua a Cafarnaúm, pasando por Tennessee.

Su contenido de trabajo es el peligro. Solo por eso es la actividad laboral más sensible en la estructura social.

La Información Almacenada, IA, define que el deber del Policía es “hacer cumplir las leyes y proteger a los ciudadanos. Su función principal es velar por el cumplimiento de las normas y garantizar la convivencia pacífica en la sociedad”.

Que eso hicieron los muchachos para restituirle la tranquilidad a la ciudadanía en aquel año, después de ser acuartelada a exigencia expresa del obispo Abelardo Mata, que con tono de sargentón habló en nombre de la Conferencia Episcopal.

Visto y sufrido aquellos malditos horrores — “bendecidos” por almas insalubres con la banda sonora de los campanarios—, la sociedad sana, mediante la Fiscalía y la Justicia, deben hacer lo posible para salvaguardar la integridad de los que dan todo, hasta lo más vulnerable que poseen, para proteger a los demás: la existencia misma.

Que un criminal, que un instigador de muertes, quede libre e impune tras matar a un efectivo, alienta que otros despiadados perpetren actos nefandos, tanto contra las leyes de los hombres como de las leyes divinas.

Con desinformes, falacias, diatribas, pastorales, titulares y editoriales de brocha gorda, algunos “diplomáticos”, oenegeros, báculos descarriados, prensa comprada y OEA, pintarrajearon de “estudiantes”, “monaguillos”, “Mahatmas Gandhis”, “reserva moral”, “defensores de la democracia” …, a los que desataron el odio en las redes sociales, y la carnicería en sus tranques a punta de ultrajes a la dignidad humana, culatazos, tortura y balazos.

Se recuerda al joven policía jinotepino, Gabriel de Jesús Vado, quemado vivo en el tranque de Mebasa, en Masaya, con la aprobación de un sacerdote de la orden de Torquemada.

Unos 300 empleados nacionales, entre hombres y mujeres, fueron brutalmente agredidos, heridos y hasta mutilados. Sus patrullas incendiadas. Incluso las casas de sus familias hostigadas por sus seguidores. Las delegaciones departamentales sitiadas, atacadas con armas de guerra, hasta quedar en el punto de mira de un letal francotirador, parapetado cobardemente desde el Torreón Universitario, como sucedió en Jinotepe.

Un “líder” de los tranques fatales llevó dos cisternas de combustibles próximo a la estación policial para hacerlas estallar y volarla con sus oficiales, personal y detenidos temporales, más seis populosos barrios a la redonda.

Gracias a Dios, la hecatombe no se produjo, más la intención inhumana de este “peace and love” de la Corte Interamericana de Derechos Humanos quedó en evidencia.

La CIDH y otros instrumentos de destrucción masiva de la verdad, acicalaron de “manifestaciones pacíficas” los crímenes de lesa humanidad de sus “indefensos angelitos”.

Se disfracen como se disfracen, ocupen atuendos, investiduras e imposturas, y hasta posiciones u oposiciones políticas, o enarbolen banderas limpias con manos sucias o ensangrentadas, quien haya participado en la planificación de la muerte de un policía debe pagar el quebrantamiento del Quinto Mandamiento: No matarás.

II

Estados Unidos ha dado un ejemplo al mundo.

Y es que con la integridad física de un policía no se juega.

Hoy leemos que un jurado de Tennessee condenó a cadena perpetua a un tipo de los que protagonizó el intento de golpe de Estado, como calificó la prensa norteamericana el asalto al Capitolio en 2021.

El 26 de julio de 2022, el expresidente Joe Biden al rememorar lo acontecido, pareció describir al pie de los hechos lo que sufrieron los policías de Nicaragua cuatro años antes:

LOS VALIENTES AGENTES DEL ORDEN FUERON VÍCTIMAS DE UN INFIERNO MEDIEVAL (…), chorreando sangre, rodeados de matanza”.

El 10 de junio de 2022 acusó que “fue un ataque brutal a las fuerzas del orden, con algunos perdiendo la vida”.

La agencia AFP informó el 3 de julio de 2025, que “Eward Kelley, de 36 años, fue declarado culpable en noviembre por un jurado del estado sureño de Tennessee de tres cargos”.

“Es uno de los más de 1 mil 500 miembros de la turba que asaltó el Capitolio a los que Trump concedió el indulto presidencial en el primer día de su nuevo mandato”.

Pese al perdón dispensado, “fue condenado a cadena perpetua por planear asesinar a los policías que le investigaron”.

¡No es que mató a ningún agente! Pretendió hacerlo, que es distinto.

En Nicaragua no se quedaron con las ganas.

Asesinaron.

Y lo hicieron con saña. ¡Allí está la sangre fresca en los sentimientos de los hombres y mujeres de buena voluntad!

Sangre que clama justicia.

Según el acta de acusación, Kelley escribió una «lista negra» de agentes del FBI y otros funcionarios implicados en la investigación del ataque.

De acuerdo con el medio, “Los abogados de Kelley argumentaron que el indulto también abarcaba los cargos que se le imputaban en este caso. Pero los fiscales señalaron que el acto del que se le acusaba sucedió en diciembre de 2022, casi dos años después del asalto al Capitolio”.

Peor todavía. Era un reincidente.

III

Desde los preparativos, desarrollo y cumplimiento de objetivos del Golpe de Estado al Gobierno Constitucional de Nicaragua, ciertos gobiernos extranjeros y sus ramificaciones “nacionales”, cipayos y medios desinformativos, trataron de imponer su deshonesta narrativa sobre la realidad.

Recordemos que el finado periodista Gustavo Bermúdez, directivo de una “asociación de derechos humanos” del obispo Mata, además de denunciar que un tal Leiva se llevó los sellos a Costa Rica, reveló que este fraguó las cifras locas de sus “víctimas de la represión”. Entre ellas incluyó una ancianita que falleció en su casa. Que mientras más “muertos” metía en su incongruente ristra de embustes, más fondos conseguía.

Los alquilados de la CIDH, sin el mínimo rigor profesional, dieron por “verdaderos” los disparates que se han convertido en la muletilla de la prensa venal.

Semejante mamotreto de suposiciones, calumnias y lavada de imagen de los sociópatas, convertido en “investigaciones”, era un burdo copy paste, un copiar y pegar de lo que les “nutrían” fuentes interesadas en cambiar la realidad con sus patrañas: la “asociación Mata” y otras de la misma talla de infamias.

El 6 de enero pasado, el presidente saliente de EE. UU. escribió en The Washington Post, lo que es aplicable a los autores tras bambalinas de lo que ocurrió durante tres meses de 2018 en Nicaragua:

“Se ha llevado a cabo un esfuerzo incesante por reescribir, e incluso borrar, la historia de ese día, (6 de enero 2021) por decirnos que no vimos lo que todos vimos con nuestros propios ojos, por desestimar las preocupaciones al respecto como una especie de obsesión partidista, por justificarlo como una protesta que simplemente se salió de control”.

Y es que nunca en la historia de Nicaragua fueron víctimas tantos policías. Y nunca en el mundo se justificó sin piedad, la muerte violenta de los garantes del orden.

Kelley, por su malvado listado de la muerte, jamás será libre en este siglo.

Ah, pero si este sujeto hubiese ideado su “lista negra” en Nicaragua, y por eso juzgado y encarcelado, la CIDH y demás jauría lo declararían “demócrata”, “secuestrado”, “prisionero político” y hasta “candidato presidencial”.

Hay que recordarle a los Abreus, las Arburolas, los Almagros, las Bachelets y resto de mercaderes de los derechos humanos y el periodismo, que la vida de un Policía de Nicaragua tiene el mismo valor en oro de los colegas que anotó Kelley.

La diferencia es que los policías de la “lista negra” de Estados Unidos están sanos y salvos. No hay viudas ni huérfanos. Y el que urdió el plan de crímenes, juzgado, sentenciado y castigado para siempre.

En Nicaragua, sus policías asesinados están en los cementerios. Hay viudas y huérfanos y madres que lloran a sus hijos, mientras sus verdugos son aclamados como “héroes” por la OEA y el bacheletismo de la ONU, órganos bipolares: “chihuahuas” con ciertas metrópolis —incluido el gracioso meneo de colita—, pero rottweilers con los pueblos indefensos del planeta.

Entiéndanlo, esos que a unos suspiran y a otros ladran: ¡No hay policías de primera ni policías de cuarta!

Son, ante todo, seres humanos, con la descomunal responsabilidad de velar por la humanidad en la Tierra. De representar la Ley. De cuidar la Paz que nunca deja de ser tierna. Muy tiernita. Y hay que apapacharla.

Ellos, estos Policías, nuestros Policías, están en la primera línea de la Civilización con todo su mayúsculo Corazón.

¡Es su formidable chaleco!

Y por no permitir que la humeante barbarie se instalara en Nicaragua, perdieron a 22 de sus Héroes.

En este contexto, las palabras del expresidente Biden son ciertas, actuales, traducibles, ejecutables e impostergables en Estados Unidos y Nicaragua:

“Cualquier NACIÓN QUE OLVIDA SU PASADO ESTÁ CONDENADA A REPETIRLO. NO PODEMOS ACEPTAR QUE SE REPITA LO QUE OCURRIÓ HACE CUATRO AÑOS”.

Cierto: NO PODEMOS ACEPTAR QUE SE REPITA LO QUE OCURRIÓ HACE SIETE AÑOS.

Aunque sancionen a Nicaragua por “el pecado” de no olvidar.

Porque ni los tormentos a los que fue sometido Bismark Martínez, despedazado lentamente hasta morir…

Ni el homicidio de Roberto Castillo el 5 de julio de 2018, un padre que, en su dolor, buscaba desesperadamente el cuerpo de su hijo Christopher, secuestrado y ultimado pocos días antes en el tranque del barrio La Cruz de Guadalupe.

Ni las llamas que arrasaron el histórico Zonal del FSLN, también en Jinotepe…

Ni los incendios provocados por las hordas de pirómanos para matar y destruir, como el que consumió la sede del Centro Universitario de la Universidad Nacional, CUUN de León…

Ni el estudiante Cristhian Emilio Cadenas, calcinado exactamente en esa cantera leonesa de guerrilleros del Frente Sandinista en los 70…

Ni Francisco Aráuz Pineda, hijo de Amada Pineda, asesinado, profanado y carbonizado cerca de la Upoli…

Ni la hoguera donde inmolaron a Gabriel de Jesús…

Jamás, jamás, serán olvidados.

Ningún fuego extraño hará arder la memoria.

Esta entrada fue modificada por última vez el 7 de julio de 2025 a las 2:09 PM