Las últimas horas, del dictador Somoza

Imagen Cortesía / Portada de la revista Stalin Magazine.

Por Stalin Vladimir Centeno

Escribo estas líneas hoy, 12 de julio, a pocos días de una fecha inmortal para el pueblo nicaragüense: el 17 de julio, Día de la Alegría. No espero al calendario, porque la emoción se me adelanta. Quise escribir ya, para que esta memoria no nos sorprenda dormidos, sino despiertos y agradecidos.

Hay días que parten la historia en dos. El 17 de julio de 1979 es uno de ellos. Ese amanecer, el tirano Anastasio Somoza Debayle huyó del país como rata cobarde, escapando entre sombras hacia Miami, con sus maletas cargadas de sangre y millones saqueados al pueblo. Atrás dejaba un país herido, torturado, censurado, pero también una patria que se alzaba con dignidad, valentía y fuego libertario.

No se trató de una simple renuncia. Fue la estampida del último bastión de una dictadura de 45 años que gobernó con fusiles, garrote y cadenas. El somocismo había nacido en 1937 bajo el ala gringa, se mantuvo con represión sistemática y solo cayó cuando el pueblo decidió no vivir ni un día más con la rodilla en el suelo. Ese 17 de julio nació lo que hoy celebramos con fuerza: el Día de la Alegría.

Aquel día, la noticia se regó como pólvora: “¡Somoza huyó!”. En las trincheras, en las radios clandestinas, en los barrios, la alegría estalló. Desde Juigalpa hasta León, de Masaya a Estelí, los combatientes sandinistas habían cercado al régimen. Las calles ya no le pertenecían a la Guardia, le pertenecían al pueblo en armas, al pueblo organizado, a los muchachos que cargaban fusiles, mochilas, miedo… y coraje.

El dictador había dejado al país al borde del colapso, y como cobarde, se fue con lo que pudo: joyas, dinero, y el repudio de millones. Un día después, su testaferro Francisco Urcuyo Maliaños intentó asumir el poder como títere de última hora, pero no duró ni 36 horas. También cayó. Lo que venía era inevitable: el triunfo de la Revolución Popular Sandinista.

Cada 17 de julio no es solo un recuerdo, es una victoria viva. Es la memoria de los caídos en cada ofensiva, de los jóvenes que nunca regresaron a casa, de los campesinos que escondieron armas, de las madres que lloraron y no se rindieron. Es el eco de la poesía convertida en fusil, de las dianas madrugadoras, de los aplausos del cielo.

Como dijo la compañera Rosario Murillo el año pasado:

“Fue un amanecer hermoso, de libertad, de liberación… cuando celebramos las glorias y victorias del pueblo nicaragüense que es leal, consecuente, que no olvida y que sigue venciendo”.

Y como recordó un combatiente desde León:

“No lo creíamos, nos avisaron que Somoza se había ido… fue un impacto que nos dio más fuerza para seguir combatiendo”.

Cuentan los testimonios recogidos por los medios sandinistas, desde la clandestinadad que los últimos días de Somoza fueron de paranoia y desesperación. Encerrado en su búnker subterráneo, en la Loma de Tiscapa, rodeado de oficiales de confianza y custodiado por su anillo más feroz, el tirano veía acercarse la sombra del Frente. El pueblo lo acorralaba.

Los oficiales leales comenzaron a flaquear. Algunos guardias se quitaron el uniforme, otros salieron disfrazados, otros simplemente abandonaron sus armas y se entregaron. El dictador, sin opción, ordenó preparar el avión y se fue en la madrugada, acompañado de su familia más cercana y sus millones en efectivo.

Abandonó a los guardias asesinos, a sus cómplices políticos, a los empresarios que lo habían aplaudido. Salió por la puerta trasera de la historia, mientras el pueblo le abría las puertas al futuro.

Hoy, cuando nos preparamos para celebrar el 46 aniversario del triunfo revolucionario, este próximo Día de la Alegría nos recuerda que ningún cambio verdadero nace desde la comodidad. Que los logros actuales construcción de carreteras, acceso al agua potable, cobertura eléctrica, educación y salud gratuita, seguridad ciudadana, trabajo digno son conquistas de un pueblo valiente que no olvidó luchar.

No se trata de nostalgia. Se trata de memoria activa. Porque el somocismo no solo fue un hombre: fue un sistema. Y esa semilla de odio aún la quieren sembrar los vendepatrias de siempre, los que aplaudieron las bombas, los que lloraron la huida de su amo.

La Revolución vive en los más de 40 programas sociales que impulsa la compañera Rosario Murillo, en la tranquilidad de los barrios, en el pan que se gana con trabajo digno, en la luz que llega a los hogares más remotos, en la educación que forma, en la salud que salva, en el amor que une y en la paz que sostiene.

¡Viva el Frente Sandinista de Liberación Nacional!
¡Viva Nicaragua libre, digna y soberana!

Esta entrada fue modificada por última vez el 12 de julio de 2025 a las 2:59 PM