Por Fabrizio Casari
El encuentro entre Putin y Trump en Alaska le permitió al presidente estadounidense iniciar su exit strategy de Ucrania. Constatada una guerra que no puede ganarse y que, precisamente por eso, nunca debió comenzar, Trump considera que el impacto aterrador sobre las cuentas estadounidenses del mantenimiento de una guerra destinada al fracaso no solo compromete la estabilidad económico-financiera de EE.UU., sino que además rinde homenaje a la fuerza rusa, otorgándole un papel victorioso a nivel estratégico.
Por parte de Putin, el encuentro puso en evidencia su personalidad; el líder del Kremlin apareció en excelente condición, transmitiendo una sensación de fuerza y claridad de objetivos estratégicos sobre la guerra en Ucrania en particular y sobre la reanudación del diálogo estratégico con EE.UU. en general. La extrema atención diplomática mostrada por Trump hacia su invitado representó su reconocimiento, aunque dejó a los europeos abatidos e impotentes.
El encuentro reafirmó con fuerza el papel de Rusia como potencia planetaria que no puede ser excluida de la gobernanza global. Se acabó el intento de imponerle una derrota estratégica: Moscú ha combatido y ganado la guerra en Ucrania, deseada por la OTAN y sostenida por todo el Occidente Colectivo. Ahora deben repensarse de manera decidida las sanciones que le fueron impuestas y que, por lo demás, produjeron resultados opuestos a los esperados por los sancionadores.
Aquella alfombra roja reconocía que Putin llegó a Alaska exhibiendo una victoria estratégica total: política (142 países no condenaron la entrada de las tropas rusas en Ucrania), diplomática (el éxito evidente del Kremlin dentro de los BRICS y, en general, en el ámbito internacional, con África y Asia a la cabeza), energética (aumentó, aunque a un precio más contenido, la exportación de petróleo y gas a través de una red de distribución internacional diferente), comercial (diversificó su portafolio e incrementó el volumen de intercambios hacia el Este y el Sur), financiera (el crecimiento del PIB fue doble y triple respecto al de la zona UE), y monetaria (el rublo creció en valor gracias a su uso en los intercambios con India, Arabia Saudí y China).
En el plano estrictamente militar la victoria fue aún más clara. Cuatro regiones ocupadas por el ejército ruso, que contienen la mayor cantidad de recursos estratégicos ucranianos, destrucción sustancial del ejército de Kiev, daños gravísimos a las estructuras e infraestructuras del país, éxodo al extranjero de casi 7,5 millones de ucranianos, fuerte reducción del acceso al mar. En sustancia, un país convertido en un territorio carente de todo elemento que pueda definirle un estatus aceptable.
A pesar de que el encuentro fue considerado positivo por ambas partes, que volverán a verse pronto en Rusia, Zelensky y sus patrocinadores europeos, convocados por Trump, se dirigieron a Washington donde sufrieron un duro golpe a su estatus. Los representantes de los belicistas fueron ubicados en una salita y solo después se les permitió el acceso a la sala de reuniones. Por su parte, el presidente ilegítimo ucraniano, reducido ya a simple ventrílocuo de Gran Bretaña, Alemania y Francia, vivió en Washington, por segunda vez, horas terribles: tras haber admitido que los territorios de Crimea, Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón no son de ningún modo recuperables para Ucrania, intentó repetir el estribillo de la integridad territorial de su país, olvidando que fue él quien, por ambiciones de poder, lo ofreció a las ansias imperiales de la OTAN y que ahora se encuentra como el primer derrotado tras haber soñado con un asiento entre los grandes. Ni siquiera la petición de Merz de un alto el fuego como premisa para la negociación tuvo éxito: Trump la rechazó de inmediato.
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El apoyo que algunos países europeos parecían dispuestos a dar a Zelensky para continuar la guerra hasta el último ucraniano no fue suficiente para cambiar, ni siquiera parcialmente, el rumbo del diálogo como antes tampoco lo fue en el conflicto. Y los reiterados anuncios de más sanciones, que en realidad solo golpean a la economía europea, provocan hilaridad tanto en Moscú como en el resto del mundo. EE.UU. y Rusia están reabriendo lentamente las relaciones comerciales y, con el fin de las sanciones estadounidenses —que son el presupuesto necesario—, incluso el eventual mantenimiento de las europeas sería del todo inocuo para la economía rusa.
Peor aún en el terreno militar, con los almacenes vacíos y los ejércitos europeos reducidos en armamento después de la inútil donación de armas a Kiev, además de sufrir la reiterada humillación de ver cómo los rusos destruyen sus mejores piezas, aquellas que según los medios europeos iban a marcar la diferencia en el campo. Emblemático el caso de los Leopard alemanes, presentados como los mejores tanques del mundo y con un coste de 28 millones de euros cada uno, destruidos uno tras otro por Moscú incluso antes de disparar un tiro. Para precisar: los tanques rusos del mismo nivel cuestan 4 millones de euros cada uno, siete veces menos.
Algunos países europeos, de palabra peligrosísimos pero en los hechos inocuos, acusaban a Trump de haber sido un pésimo negociador que dejó a Putin lo que el líder ruso quería. Y sin embargo, es el mismo Trump que en la negociación con la UE destrozó a Von der Leyen y llenó de aranceles a Europa, obteniendo incluso la exención de aranceles para las empresas estadounidenses y 1.400 mil millones de dólares en energía y armas de los europeos. Entonces, si Trump es malo en las negociaciones, ¿qué decir de la UE?
Europa debe agradecer ser escasamente considerada e ignorada políticamente, dado que estos dos elementos constituyeron la base de la infinita paciencia de Moscú, que salvó a algunos de los “voluntariosos” de la catástrofe de un ataque estratégico ruso, después de que durante meses han venido amenazando con futuros ataques europeos contra Rusia. Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia no poseen ni poseerán, ni siquiera con los 800 mil millones de euros destinados a la reconversión bélica del tejido industrial europeo, la capacidad de competir en volúmenes y calidad del aparato bélico con el arsenal nuclear y las armas estratégicas rusas, ni siquiera con las convencionales. Pero, sobre todo, no están en condiciones económicas de poder mantener a Ucrania, lo que queda de su aparato militar y de su estructura administrativa.
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Un resumen real muestra a la OTAN derrotada, a EE.UU. en retirada, a la UE anulada y a Ucrania destruida y reducida a una provincia polaca en el Norte y rusa en el Sur. Al mismo tiempo, Rusia asciende de nuevo al papel natural de superpotencia global, habiéndose tomado por la fuerza aquello que una política occidental mínimamente previsor debió concederle política y diplomáticamente en respeto a sus exigencias de seguridad.
Rusia ha ganado porque nunca tuvo la intención de ocupar toda Ucrania. Lo que quería lo ha obtenido, es decir, el diseño de una nueva arquitectura de seguridad global y, aún más, una seguridad europea para todos los actores en juego. Un diseño que sepa medir las diferencias entre miniestados y superpotencias, como es lógico (aunque no justo) que sea.
Ese era el objetivo de Moscú desde comienzos de los años 2000 y, con más fuerza, después del golpe de Estado de EE.UU.-UE de 2014 en Ucrania. Y si en un primer momento Moscú confió en los Acuerdos de Minsk firmados por Occidente (como posteriormente admitieron Francia y Alemania, que solo lo hicieron para engañar a Moscú), esta vez Rusia fue a tomar lo que le correspondía, y quizá más, armas en mano. Y desde aquí, mucho más que con palabras, no hay forma de retroceder.
Trump afirmó que serán los EE.UU. quienes garanticen la seguridad de Ucrania, pero Putin confirmó que es imposible imaginarla armada con una estructura ofensiva, con un rol de los batallones nazis en las fuerzas armadas y la policía, con la participación en alianzas internacionales de tipo militar (OTAN). No se trata solo de la imposibilidad de Kiev de entrar en la OTAN, sino también de la imposibilidad de la OTAN de instalarse en Kiev. No importa, en cambio, que Kiev ingrese en la UE (aunque será curioso saber quién pagará la ficha de 50 mil millones de euros para la adhesión y quién financiará la reconstrucción que asciende, según estimaciones serias, a más de 600 mil millones de euros). Si después los dementes de Bruselas piensan en emprender guerras suicidas con una especie de art. 5 de la OTAN también para el estatuto de la UE (que no pasaría de todos modos entre los 27 miembros), que lo hagan: en caso de provocaciones, Moscú reaccionará de manera adecuada.
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La neutralidad ucraniana era y sigue siendo el eje de la cuestión, y la plena ciudadanía rusa en los territorios rusófonos es conditio sine qua non para cualquier hipótesis de retirada de Moscú de Ucrania. En definitiva, Trump reafirma el mando de EE.UU. sobre Occidente y la indispensabilidad de Washington para cualquier alteración del statu quo. El resumen de estos encuentros repite en cada paso la habilidad de Trump de no presentar a EE.UU. como derrotado y la de Putin de recordar a todos su victoria.
Se puede dar vueltas para encontrar palabras que endulcen la amargura de la derrota occidental, se pueden fingir fórmulas que reduzcan el daño sufrido por Ucrania —que era un Estado y hoy es un territorio—, se pueden imaginar frases que subrayen el papel decisivo de Europa y fingir que su final no ha ocurrido, pero el corazón de la cuestión está aquí: en el fin de una guerra que nunca debió comenzar y que arrastra consigo las consecuencias más duras precisamente para la UE y Ucrania. En el plano estratégico, termina en Washington el sueño de ver a Rusia como una apéndice de Occidente: Rusia ha vuelto al papel que le corresponde y la camiseta de Lavrov a su llegada a Alaska anuncia la síntesis del nuevo mundo. Lo demás es avant-spectacle.
Esta entrada fue modificada por última vez el 18 de agosto de 2025 a las 7:52 PM
