A 200 años el enemigo es el mismo: Bolívar regresa para enfrentar al yanqui

Imagen cortesía / Portada de Stalin Magazine.

Por  Stalin Vladímir Centeno.

Ante la nueva agresión militar de Estados Unidos en el Caribe, con buques de guerra, submarinos nucleares, aviones de combate y miles de marines desplegados frente a las costas venezolanas, vuelve a levantarse el nombre del Libertador Simón Bolívar. A más de dos siglos de sus gestas, la historia lo coloca de nuevo en la primera línea, porque su proeza no quedó en el pasado: sigue viva en las luchas de los pueblos de Nuestra América.

Bolívar no fue solo un militar: pensó una América unida, soberana y libre de injerencias.

Desde la Carta de Jamaica ya avisaba que nuestra región sería acosada por ambiciones foráneas. Y dejó la frase que hoy suena como presagio viviente: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad.

Ese juicio resuena cuando se mira lo que está ocurriendo hoy en el Caribe.

Donald Trump anunció dos ataques en aguas del Caribe contra embarcaciones vinculadas, según la Casa Blanca, al supuesto narcotráfico; esos operativos dejaron víctimas. Al mismo tiempo, el Pentágono ha enviado una fuerza masiva: buques, submarinos, aviones F-35 y miles de efectivos, en lo que es el mayor despliegue militar en la región desde la invasión a Panamá en 1989. Por lo cual se le debe llamar por su nombre: una agresión que se viste con la coartada de la “seguridad”, pero que golpea la soberanía de un país independiente.

La respuesta de Caracas fue inmediata.

El Presidente Nicolás Maduro denunció la maniobra como un acto de guerra, ordenó la movilización de milicias y refuerzos en las fronteras, y pidió a la CELAC una conferencia urgente para frenar la agresión.

Maduro advirtió que tras esas operaciones está la intención de apropiarse de recursos: petróleo, gas y otras riquezas. Denunció que las relaciones con Washington pasaron de maltrechas a “deshechas”, con amenazas de misiles, chantajes y muertes.

Bolívar entendió que el poder gringo oprime no solo con armas, sino con mentiras. Ya decía que, invocando la libertad, podían sembrar miseria. Hoy eso se traduce en la fabricación de cárteles mediáticos, en acusaciones sin pruebas y en narrativas preparadas para justificar la fuerza. Es el mismo libreto: inventar culpables, aislar al adversario y luego atacar con apariencia de legalidad.

Esa injerencia no es nueva: en el siglo XIX los filibusteros como William Walker intentaron arrasar la soberanía centroamericana y fueron enfrentados por patriotas como Juan Rafael Mora y José María Cañas en Costa Rica, y en Nicaragua por héroes como José Dolores Estrada, Andrés Castro y los indios flecheros de Matagalpa. La prensa del imperio llamó bárbaros a quienes defendían su tierra; ahora llaman “dictadores” a los gobiernos que resisten. Por eso digo, la historia se repite con distintos disfraces.

Bolívar habla hoy con la misma fuerza de hace dos siglos: recuerda que la independencia no se sostiene con palabras huecas, sino en la vida cotidiana, en las calles, en el mar y en las montañas. Su voz resuena en las milicias que se entrenan, en los pescadores que conocen cada cayo del Caribe, en los trabajadores que mantienen la producción en los pozos petroleros, en los campesinos que cuidan la tierra y en los jóvenes que levantan la bandera.

Bolívar sigue vivo en la defensa que impulsa Nicolás Maduro, en la enteresa de los hermanos Rodríguez, en la voz combativa de Diosdado Cabello, en el mando cotidiano del ministro de Defensa Vladimir Padrino López, y en la primera combatiente Cilia Flores, que junto al pueblo mantienen encendida la llama bolivariana.

Los pueblos de Venezuela, Nicaragua, Cuba y de toda la región saben que la amenaza yanqui no es un invento ni una exageración: está en los buques que rodean el Caribe, en los marines desplegados y en el asedio que, como denunció Maduro, alcanza incluso a embarcaciones pesqueras y camaroneras. La misma ONU, en su más reciente informe, acusa al imperio yanqui de ejecuciones extrajudiciales en el Caribe.

La defensa de la soberanía no es asunto de protocolo, es cuestión de vida o muerte, y por eso la resistencia se organiza en los barrios, en los cuarteles, en los campos y en el mar.

Ya lo había advertido el Libertador cuando señaló: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”. Bolívar comprendió que ese poder sería capaz de mentir, de inventar acusaciones y de manipular a los pueblos con discursos falsos. Lo que entonces fue una advertencia, hoy es una realidad que se repite contra Venezuela, contra Cuba, contra Nicaragua y contra todo país que no se someta a sus dictados.

En Nicaragua, Augusto C. Sandino levantó el fusil contra los marines que ocuparon la tierra y mostró que el yanqui podía ser derrotado.

En Venezuela, Bolívar lo había hecho un siglo antes contra los imperios europeos y contra los intentos de dominación. Dos caminos, dos épocas, pero una misma raíz: la defensa de la soberanía frente al invasor extranjero. Han pasado más de doscientos años desde que Bolívar alertó sobre la amenaza del norte, y el enemigo sigue siendo el mismo.

Ayer hablaban de “civilización”; hoy hablan de “seguridad nacional”, pero la ambición es idéntica: apropiarse del petróleo, del gas y de las riquezas de nuestros pueblos.

Que lo sepa Trump, que lo sepa Marco Rubio, que lo sepan los halcones de Washington: Bolívar está vivo en la defensa de Venezuela, y su ejemplo arde en cada miliciano, en cada trabajador y en cada pueblo dispuesto a no entregar su soberanía. La independencia no se hereda; se conquista y se defiende cada día.

Esta entrada fue modificada por última vez el 17 de septiembre de 2025 a las 8:09 PM