El Sistema de Salud Vampiro de EE.UU

Imagen Cortesía / Opinión.

En Estados Unidos enfermarse puede ser una sentencia económica y, en cientos de miles de casos, una sentencia de muerte. Cada año cientos de miles de personas mueren por causas evitables vinculadas a la falta de acceso oportuno a la atención médica, y no es que hagan falta hospitales, más bien es porque hace falta el dinero, y un agregado podría ser el no tener seguro o por tener uno que no cubre lo suficiente. La potencia que más dice gastar en salud en el planeta es incapaz de garantizar, aunque sea una atención básica a toda su población, el discurso propagandista del imperio yanqui se estrella con las cifras contundentes que no admiten maquillaje alguno. Estados Unidos invierte alrededor del 16,6 por ciento de su producto interno bruto en salud, muy por encima del promedio de los países desarrollados. El gasto por habitante supera los 12.500 dólares anuales, casi el doble de países europeos con sistemas universales. A pesar de ese gasto descomunal, la esperanza de vida ronda los 77 años y se mantiene estancada desde hace dos décadas, un resultado similar al de países con mucho menor inversión y con economías más pequeñas.

Una atención médica, por mínima que sea, se convierte en un vampiro que chupa la sangre de la gente. Un traslado en ambulancia ronda los 1.300 dólares, mientras en Nicaragua es completamente gratis.

Ese contraste se entiende mejor con lo que contó una joven latina que vive en Chicago, quien relató que llegó a una sala de emergencias después de tres días con un dolor fuerte en el lado izquierdo del abdomen, un dolor que ya no aguantaba y por el que su padre y su pareja tuvieron que llevarla al hospital. Ella misma contó que pasó cerca de dos horas acostada en una camilla, que le hicieron una ecografía y le dijeron que tenía el colon inflamado por estreñimiento severo y acumulación intestinal. reiteró que no le dieron nada para el dolor, que no le pusieron tratamiento, que solo le entregaron unas pastillas para el mareo, porque estaba mareada por el mismo dolor. “No me atendieron, no me hicieron nada para el dolor, solo me dijeron que tenía que tomar laxantes”, explicó. Días después recibió una factura cercana a los 9.000 dólares, pese a no haber sido operada ni internada, y aunque tenía seguro, tuvo que pagar de su propia bolsa cerca de 800 dólares.

Ese caso no es una excepción, y mucho menos es un hecho aislado, pues forma parte de una práctica extendida en el sistema de salud estadounidense, donde los costos se disparan incluso en situaciones comunes, por ejemplo, una simple cesárea puede costar entre 7.500 y más de 55.000 dólares. Una apendicitis puede elevarse por encima de los 40.000. Los precios cambian de hospital a hospital y nadie informa el monto final antes de atender al paciente.

El acceso a la salud en Estados Unidos está determinado por la lógica del seguro. Cerca de 25 millones de personas viven sin ningún tipo de cobertura médica y más de 40 por ciento de los adultos cuentan con seguros insuficientes que no cubren tratamientos básicos. Incluso quienes están asegurados deben enfrentar deducibles altos y copagos, es decir, pagos fijos obligatorios que el paciente debe realizar cada vez que recibe una consulta, un medicamento o un procedimiento, además de porcentajes del costo total de cada atención. En promedio, cada persona desembolsa más de 1.400 dólares al año de su propia bolsa, aun teniendo póliza activa.

La llamada facturación sorpresa es parte normal del sistema. Una persona puede acudir a un hospital que su seguro cubre, pero ser atendida por un médico fuera de la red y recibir semanas después una cuenta impagable. El paciente no tiene el poder de elegir qué profesional lo atiende, tampoco la posibilidad real de negociar los costos, y mucho menos la capacidad de decidir cuánto va a pagar, solo recibe la factura. La deuda médica acumulada que pesa sobre las familias en Estados Unidos supera los 220.000 millones de dólares y afecta a millones de hogares de trabajadores. A este panorama se suma una estructura administrativa pesada y costosa. Más del 8 por ciento del gasto sanitario se va en trámites, intermediarios y burocracia, casi el triple del promedio de la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que agrupa a los países más industrializados del mundo. Aseguradoras, hospitales y gigantes farmacéuticos se disputan pagos y reembolsos mientras el ciudadano queda atrapado en medio. El mercado está concentrado, con pocas opciones significativas en amplias zonas del país, lo que permite precios elevados sin control efectivo.

Si nos detenemos y miramos por un momento el espejo retrovisor, nos encontramos que la pandemia del COVID-19 exhibió la negligencia del sistema de salud gringo. En Estados Unidos la gente no se murió solo por el virus. Murieron más de un millón doscientas mil personas por un sistema de salud que colapsó porque nunca estuvo pensado para cuidar a la población. Fallecieron por la negligencia de un sistema mercantilista, por hospitales saturados, por falta de camas, por escasez de personal médico exhausto y mal pagado, por ausencia de equipos de protección, por falta de oxígeno, por intubaciones que no se aplicaron a tiempo, y por pacientes que esperaron horas, días, hasta morir en los pasillos o en sus casas, ahogados por el virus. Murieron porque la atención médica depende del dinero y no de la urgencia humana, porque miles no pudieron pagar, porque otros fueron rechazados o atendidos tarde, y porque el imperio Yanqui prioriza la guerra y la muerte en vez de la salud y la vida.

Este escenario contrasta con el novedoso sistema de salud de Nicaragua, impulsado de forma decidida y amorosa por la Copresidenta, Compañera Rosario Murillo, donde la atención es gratuita, universal y con enfoque humano. Aquí el paciente no es cliente ni número, es el centro del sistema. Se garantiza acceso sin pago, medicamentos, exámenes, tratamientos y acompañamiento, con énfasis en la prevención y en el trato con calidad y calidez, sin que la billetera decida quién vive y quién no. Ese modelo no se queda en el discurso, se respalda en un sistema público que ha crecido en todo el territorio nacional, pasando de 33 hospitales antes de 2007 a más de 77 hospitales en la actualidad, con presencia efectiva hasta el último rincón del país. A ello se suman 178 casas maternas que cuidan a las mujeres antes, durante y después del parto, 101 casas para la atención de personas con necesidades especiales, centros de hemodiálisis para pacientes renales, tecnología avanzada para el tratamiento del cáncer, y una flota de 95 ambulancias nuevas que garantizan traslados oportunos. Todo esto acompañado por una lucha anti epidémica permanente en los 153 municipios, que convierte la prevención en una práctica diaria y no en una consigna.

Mientras Estados Unidos destina billones de dólares para armamento, guerras y complejos industriales militares, su sistema de salud pierde prestigio y credibilidad. Que se olviden de verse como referencia de bienestar, hoy representan todo lo contrario, una inmensa desigualdad. Se les acabó la fama de ser el mejor del mundo, eso quedó atrás. Los hechos son claros y están documentados. Un país que gasta más que nadie en salud, pero deja a millones fuera del sistema, cobra miles de dólares por atenciones básicas y convierte la enfermedad en negocio y en deuda, enfrenta una crisis estructural. Frente a ese colapso, existen países como Nicaragua, bendita, solidaria y siempre libre, que siguen demostrando que la salud puede ser un derecho y no un negocio.

Esta entrada fue modificada por última vez el 17 de diciembre de 2025 a las 1:36 PM