Por, Fabrizio Casari.
Durante el decimoséptimo encuentro anual de los BRICS, celebrado recientemente en Río de Janeiro, los líderes del bloque propusieron avanzar en la creación de un nuevo sistema de transacciones financieras en el marco de la Iniciativa de Pagos Transfronterizos de los BRICS, que busca facilitar transacciones más accesibles, rápidas y seguras entre los países miembros.
La iniciativa tiene como objetivo proteger a los países BRICS de las sanciones unilaterales impuestas por las potencias occidentales mediante el sistema SWIFT y otras formas de sanción. Más ampliamente, apunta a reducir la dependencia del Dólar estadounidense en el comercio y las finanzas internacionales.
Con esta medida, se refuerzan las bases del proceso de desdolarización de la economía global y se camina basándoseen dos ejes: intensificar el comercio interno del bloque usando las monedas locales respectivas y la consiguiente reducción de la demanda de dólares en el mercado internacional, debilitando así la influencia estadounidense y exponiendo a Washington a riesgos de insostenibilidad de su deuda.
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Pensar que reducir el peso del Dólar es un proyecto ilusorio sería un grave error. Los propios Estados Unidos, al igual que el resto de Occidente, son plenamente conscientes de que estas medidas representan una retirada progresiva de sus posiciones dominantes en los mercados internacionales y, con ello, de su capacidad para determinar o siquiera influir en el desarrollo de decenas de países considerados emergentes.
Desde 2023, el porcentaje del PIB mundial gestionado por los BRICS supera al del G7, que ni siquiera incluye a la segunda y cuarta economía mundial (China y Rusia), lo cual convierte al G7 en un ente disfrazado. En Río de Janeiro se oficializó la incorporación de nuevos miembros: algunos con poder demográfico (Indonesia, el país con más musulmanes del mundo), otros con gran extensión territorial (Argelia, el país más grande de África, y Bolivia, entre los mayores productores de gas), y otros con relevancia geopolítica (Nigeria, Turquía, Vietnam, Malasia, Bielorrusia, Uzbekistán, Kazajistán).
No es casualidad que Trump haya anunciado (o amenazado, lo cual para él es lo mismo) imponer aranceles adicionales del 10% a todos los países que se alineen con los BRICS. El bloque, por su parte, condenó tanto las sanciones como los aranceles – dos caras de la misma moneda – y también la agresión a Irán por parte de Estados Unidos, acción tomada en sustitución de un Israel incapaz de doblegar a Teherán.
En la cumbre de Río se pronunciaron posiciones sobre temas económicos y financieros, pero también surgieron con mayor claridad posturas sobre asuntos internacionales más amplios. Los objetivos de los BRICS incluyen fortalecer la cooperación económica, política y social entre sus miembros, y aumentar la influencia del Sur Global en la gobernanza internacional. El bloque se define como «un foro de coordinación política y diplomática para los países del Sur Global, activo en las más diversas áreas». Además, es el bloque planetario con mayor riqueza en energía fósil y tierras raras, el menos endeudado y con mayores oportunidades de crecimiento.
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El agravamiento constante de las crisis internacionales, debido a las políticas agresivas del imperio occidental que se resiste a aceptar su pérdida de poder en la gobernanza mundial, hace necesario – en el corto y mediano plazo – un sujeto plural y alternativo al dominio unipolar. En este sentido, una estructuración global de los BRICS como bloque político, económico y militar podría ofrecer ese contrapeso internacional que actualmente falta.
Como es sabido, el nivel de la democracia, entre otros parámetros, se mide con el nivel del contrapeso que limita el peso del poder y le impide el abuso. Pues la ausencia de un contrapeso real es lo que permite al imperio anglosajón actuar sin límites, sin verse obligado a adoptar equilibrios sostenibles. Desde 1991 y aún hoy, Occidente sigue siendo el único bloque político y militar del mundo, y continúa operando con la lógica del dominio mediante la fuerza y el saqueo, frenando el desarrollo de las economías emergentes.
No se trata solamente de una distorsión del libre mercado o de una mala y sesgada interpretación del globalismo. Se trata, en esencia, de una cuestión de democracia. El reto es cómo y con qué herramientas reconstruir un eje de equilibrio que contenga a un imperio enfermo y desbocado. La falta de homogeneidad ideológica o doctrinaria entre los BRICS no es un obstáculo insalvable. Compartir el proyecto de emancipación, libertad comercial y reequilibrio político global ya constituye una plataforma política común.
Por ello, los BRICS deberían estructurarse políticamente, adoptando una dimensión inclusiva y un sistema de gobernanza interna que los proteja de vetos individuales respecto al ingreso de nuevos países o a las políticas comunes a seguir.
Sin querer parecer idealistas, hay que reconocer que no es viable un organismo donde cada miembro tenga exactamente el mismo peso en la toma de decisiones. La realidad impone que el peso específico de cada nación debe influir en el valor de su posición. Pero, dado que primero se vota y luego se mide, podría adoptarse un mecanismo de mayoría calificada, eliminando vetos y obstrucciones (como ha sido el caso de Brasil con Lula) o entradas y salidas dictadas desde afuera del bloque (como en el caso de Argentina), que podrían convertir a ciertos países en caballos de Troya del imperio unipolar.
La democratización de los mercados es una herramienta fundamental para reconstruir el tejido de relaciones internacionales, actualmente dañado por la crisis de las Naciones Unidas y otros organismos que antes ejercían funciones de arbitraje en las disputas internacionales. La diplomacia debe volver al centro de la escena global, basandose en normas compartidas y respetadas. El retorno al Derecho Internacional, hoy subordinado a los intereses de Occidente, es esencial.
El rechazo a las injerencias externas, que han producido las criminales «intervenciones humanitarias» o “primaveras” contra sistemas políticos no alineados a los intereses occidentales, es el terreno imprescindible para sembrar una nueva era de diálogo y soluciones compartidas, fundamentadas en el reconocimiento mutuo entre actores internacionales.
Pero eso no basta. Los BRICS poseen el peso económico, demográfico y financiero suficiente para conformar una alianza estratégica que incluya también la cooperación militar, destinada a frenar los impulsos destructivos que Estados Unidos, la Unión Europea, Japón e Israel han convertido en su política exterior. Tal como enseñó el campo socialista tras la Segunda Guerra Mundial, fue la disuasión mutua la que detuvo los sueños expansionistas de la OTAN. Tuvo que moderar sus ambiciones y enfrentarse a un escenario internacional que no estaba sometido ni era silencioso. Hoy hay que retomar ese mismo enfoque. Porque el capitalismo internacional, especialmente en crisis, sólo entiende el lenguaje de la fuerza.
Lo demuestra el giro belicista de Occidente, que ha visto reducirse su peso político y militar y busca ahora solo soluciones militares a las crisis diplomáticas, exponiendo el mundo a la amenaza real de una Tercera Guerra Mundial. Evitar ese desenlace para la humanidad es un valor superior a cualquier cálculo sobre conveniencia o riesgo. Sea cual sea la incertidumbre, hay que avanzar. Porque lo peor es quedarse de brazos cruzados mientras se avecina un tornado.
Esta entrada fue modificada por última vez el 13 de julio de 2025 a las 3:42 PM