Por, Stalin Vladímir Centeno.
En la historia de las traiciones más infames contra la soberanía de Nicaragua, el Tratado Chamorro-Bryan ocupa un lugar vergonzoso, repudiado por el pueblo y defendido solo por aquellos que vendieron la patria a cambio de aplausos imperiales. Firmado el 5 de agosto de 1914, en plena efervescencia de la primera Guerra Mundial, este tratado fue una mascarada diplomática que intentó disfrazar la intervención armada y económica de Estados Unidos como un acuerdo legítimo entre naciones soberanas pero no lo fue, fue una imposición, una agresión envuelta en tinta legalista y traición nacional.
Emiliano Chamorro, entonces embajador del gobierno de Adolfo Díaz, un peón del poder yanqui firmó con el secretario de estado norteamericano William Jennings Bryan un documento que hipotecó el porvenir del país a cambio de migajas. Bajo la apariencia de un “tratado de amistad y comercio”, lo que se acordó fue el control absoluto de la soberanía nacional por parte de Estados Unidos: se otorgaba a perpetuidad el derecho exclusivo a construir un canal interoceánico por Nicaragua, se entregaba el control sobre las aduanas, y se permitía la instalación de bases navales en el Golfo de Fonseca y en las costas caribeñas.
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Todo esto por la miserable suma de tres millones de dólares… pero con trampa: ese dinero no entró a las arcas del Estado ni fue invertido en obras públicas, sino que fue destinado a pagar deudas externas impuestas y manejadas por bancos norteamericanos, fortaleciendo así el ciclo de dependencia financiera. Es decir, Nicaragua no recibió nada, lo perdió todo; se vendió a plazos y con intereses coloniales.
El tratado fue ratificado en 1916, cuando los marines estadounidenses ya ocupaban el país desde hacía varios años, fue una jugada de ajedrez geopolítico: Estados Unidos temía que Alemania construyera un canal en Centroamérica y se adelantó controlando la ruta nicaragüense. Lo hicieron no solo con tinta y papel, sino con fusiles y muerte. A la par de este tratado, los yanquis intensificaron su presencia militar, impusieron gobiernos títeres, reprimieron al pueblo y destruyeron cualquier intento de autodeterminación.
El Tratado Chamorro-Bryan es, en esencia, una mentira legal, fue el rostro “jurídico” de la ocupación imperial. La firma de Chamorro no representó al pueblo nicaragüense, sino a una oligarquía arrodillada y complaciente. Fue un documento redactado en inglés, negociado en Washington, pensado para los intereses geoestratégicos de Estados Unidos y firmado a espaldas del pueblo. Pero el pueblo no olvidó, y desde esa herida abierta nació el germen de la resistencia, el mismo que más tarde levantó a Sandino en armas, que inspiró la lucha por la dignidad, y que hoy sigue vigente en la defensa de nuestra soberanía. Porque no hay maquillaje que oculte la verdad cuando un pueblo tiene memoria.
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El Tratado Chamorro-Bryan no fue un acuerdo: fue una cadena, no fue amistad: fue sumisión, no fue política exterior: fue coloniaje. Hoy, a más de un siglo de aquella afrenta, toca seguir denunciando esa gran mentira, y reafirmar que la independencia de Nicaragua no se negocia, no se firma ni se vende, se defiende. Después de la firma del Tratado Chamorro-Bryan, Nicaragua fue convertida en una república tutelada; la presencia militar norteamericana se intensificó, las decisiones políticas pasaban por el filtro de la embajada estadounidense y el pueblo vivía bajo un régimen impuesto, donde las elecciones eran manipuladas y la represión era pan de cada día. La soberanía quedó reducida a un discurso vacío mientras los intereses del capital extranjero marcaban el rumbo del país. Fue una época de humillación nacional, donde incluso los símbolos patrios eran pisoteados por botas extranjeras.
Pero el pueblo nicaragüense no se quedó de rodillas, con la sangre de Sandino, con la dignidad de los campesinos, con la resistencia de las mujeres y los obreros, se forjó una lucha histórica que culminó, décadas después, con la derrota del somocismo, heredero directo de aquel tratado infame y con el triunfo de la Revolución Popular Sandinista en 1979. La derogación oficial del tratado en 1970, aunque tardía, fue solo el marco legal, lo verdadero fue la ruptura política, cultural y moral que el pueblo protagonizó al decir ¡basta! a la injerencia, con la revolución, Nicaragua volvió a ser dueña de su destino.
Las lecciones de aquel tratado siguen vivas, la historia vuelve a repetirse con distintos rostros: organismos como la UNESCO, medios financiados por potencias extranjeras, y ONG disfrazadas de humanismo, buscan imponer agendas ajenas al sentir del pueblo. El retiro soberano de Nicaragua de organismos que premian a golpistas no es una rabieta diplomática, es un acto de dignidad histórica; así como Chamorro traicionó y Sandino resistió, hoy el pueblo nicaragüense vuelve a levantar la bandera de la independencia, demostrando que jamás volverá a ser colonia de nadie. La memoria del Tratado Chamorro-Bryan no es solo un recuerdo, es una advertencia y una guía para no repetir errores y defender, con el pecho y la palabra, la soberanía conquistada.
Esta entrada fue modificada por última vez el 6 de mayo de 2025 a las 3:42 PM