Por: Stalin V.
El reciente discurso del Comandante Daniel Ortega, cuyo acto central estuvo presidido por nuestra Copresidenta, la Compañera Rosario Murillo, en el marco de la entrega de 100 autobuses donados por la República Popular China, no fue una simple alocución protocolaria. Fue una pieza de alto voltaje político e histórico, pronunciada con la fuerza de quien no solo ha vencido, sino que ha sobrevivido al asedio más crudo y se ha erguido más fuerte. Ortega destapó la conspiración e intento de golpe de Estado e hizo un recorrido lúcido por los hechos de 2018, desnudando las raíces profundas de la conspiración golpista que, bajo el disfraz de una protesta social, buscó fracturar el avance sostenido que vivía Nicaragua bajo la conducción de Rosario, Daniel y del Frente Sandinista.
Desde el inicio, el Comandante dejó claro que la reforma al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social fue utilizada como pretexto por una estructura golpista cuidadosamente financiada y organizada desde el imperio yanqui. No se trató de una indignación espontánea, sino de una maquinaria aceitada con millones de dólares provenientes de agencias gringas y ejecutada por actores internos: empresarios inescrupulosos, jerarcas eclesiásticos traidores y supuestos líderes estudiantiles manipulados, periodistas mercenarios, falsos defensores de derechos humanos y organizaciones de la suciedad civil. Ortega no solo recordó la traición, la nombró con nombres y la desenmascaró con hechos.
El relato del Comandante Daniel sobre la reunión convocada en el Seminario fue uno de los momentos más reveladores. Mientras el Gobierno se disponía al diálogo con buena fe, fue recibido con una emboscada mediática e ideológica: insultos, gritos, cámaras transmitiendo en vivo y una puesta en escena diseñada para desprestigiar. Sin embargo, Ortega mostró su temple: no cayó en provocaciones. Observó, registró y soportó. En sus palabras, fue ahí donde quedó evidenciada la “maldad organizada” que ya venía cocinándose desde los púlpitos, los salones empresariales y las ONGs al servicio del imperio. Hoy, Daniel recuerda que todos los que ofendían a la delegación del Gobierno sandinista eran simplemente basura…
Uno de los tramos más conmovedores fue la descripción de lo que sucedía mientras la Policía Nacional estaba acuartelada por orden del Gobierno para evitar enfrentamientos. Fue entonces que los golpistas desplegaron su rostro más macabro: asesinatos, torturas, quema de personas vivas, cuerpos arrojados en letrinas.
El Comandante no apeló al odio, sino a la verdad histórica. Y en medio del horror, apareció su dimensión espiritual: evocó la paciencia de Job, mostrando que incluso en la adversidad más brutal, el liderazgo sandinista optó por resistir con disciplina, en lugar de responder con violencia ciega.
El análisis del diálogo reveló su verdadera naturaleza: fue un teatro montado para ganar tiempo y legitimar la violencia. Mientras se pedía acuartelar a la Policía, los conspiradores levantaban tranques, bloqueaban ambulancias, asesinaban a trabajadores y policías. Ortega narra cómo la transmisión pública del diálogo sirvió para que el pueblo, desde sus casas, viera quiénes realmente buscaban paz y quiénes sembraban caos. Fue una gran lección política en tiempo real.
El pasaje donde se detalla la carta presentada por la Conferencia Episcopal exigiendo en cuatro días la disolución de los poderes del Estado constituye uno de los momentos más graves del discurso.
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Daniel no necesitó levantar la voz para señalar lo obvio: aquello no fue una sugerencia pastoral, fue un intento abierto de golpe de Estado. Y mientras los emisarios provenientes del imperio yanqui fantaseaban con un «retiro pacífico» del Presidente, Ortega ya tenía en marcha el operativo para desmontar los tranques. No lo dijo con arrogancia, lo narró como un hecho inevitable de la historia: el pueblo organizado y consciente no se rinde.
Uno de los aspectos más sobresalientes del discurso fue la forma en que se conjugan la denuncia política con una propuesta de futuro.
El Comandante no se quedó en el pasado. Con firmeza, aseguró que el golpe de 2018, lejos de debilitar al sandinismo, fortaleció su capacidad de reorganización. Subrayó la recomposición de alianzas con sectores que antes eran hostiles: empresarios, ganaderos, transportistas, incluso partidos liberales. Esta madurez política permitió que Nicaragua, hoy, esté mejor que hace siete años. El país ha sanado sin olvidar, ha perdonado sin claudicar y ha avanzado sin entregar la soberanía.
Un elemento clave que atraviesa todo el discurso del Comandante Ortega, mientras es escuchado atentamente por la Compañera Rosario Murillo, el Embajador de China y los transportistas presentes, es la reivindicación de la memoria como herramienta de justicia. No se trata solo de denunciar lo ocurrido en 2018, sino de dejar constancia, con nombre y hechos, de cómo operó la traición y quiénes la ejecutaron. Esa pedagogía de la verdad, dirigida al pueblo nicaragüense y a las nuevas generaciones, busca blindar a la patria contra futuros intentos de desestabilización. Al desenterrar los rostros de la infamia, desde curas confabulados hasta empresarios golpistas, Ortega no busca polarizar, sino inmunizar la conciencia nacional frente a los disfraces de la democracia importada.
El discurso fue emitido por un Comandante Daniel Ortega fuerte, vigoroso, coherente y con un temple indestructible. Habló con claridad estratégica, con visión de nación y con el corazón profundamente enraizado en su pueblo. Cada palabra fue una reafirmación de su liderazgo firme, de su sabiduría política y de su capacidad, y es así que junto a la visión, estrategia e indiscutible liderazgo, el decidido patriotismo, defensa de la paz y popularidad de la Copresidenta Compañera Rosario Murillo, guían con amor y con paso firme al país, incluso en los momentos más complejos.
No hay en Daniel Ortega sombra de duda ni rastro de debilidad: hay fuerza, hay futuro, hay revolución en marcha. Daniel Ortega, mil veces invicto.
Esta entrada fue modificada por última vez el 26 de mayo de 2025 a las 1:48 PM
