Por: Stalin Vladimir Centeno
Cristina Fernández de Kirchner no está sola. Desde la Nicaragua de Sandino, del General de Hombres y Mujeres Libres, la Copresidenta Rosario Murillo y el Comandante Daniel Ortega alzaron su voz con potencia, firmeza y dignidad para respaldar a la compañera Cristina, ex Presidenta argentina, víctima de una sentencia judicial que, más que dictada por la ley, fue moldeada por el odio y el revanchismo de las élites. “Amor incondicional a Cristina”, dice el mensaje oficial, pero más que amor: es una alianza de pueblos, de causas, de historia.
La sentencia que la condenó a seis años de prisión e inhabilitación perpetua no es un fallo jurídico, es una operación política disfrazada de legalidad. No hubo enriquecimiento probado, no hubo pruebas directas, no hubo justicia. Lo que sí hubo fue una persecución a cielo abierto, sostenida por medios de comunicación y sectores judiciales que buscan eliminar del mapa a quien no pudieron vencer en las urnas. Le inventaron un traje de villana, pero les salió una heroína.
Cristina representa a millones. No es una funcionaria más, es una figura histórica que ha gobernado para los pobres, enfrentado al Fondo Monetario, reindustrializado la economía, y hecho posible que miles de argentinos vivan con dignidad. Fue durante su gestión y la de Néstor que Argentina recuperó soberanía energética, social, política. Eso es lo que le cobran: haber devuelto el país al pueblo.
La embestida judicial que hoy enfrenta no está desconectada del presente político argentino. Esta justicia dirigida, alineada y servil, responde a los intereses del presidente Javier Milei, el mismo que ha sumido a Argentina en una crisis brutal, empobreciendo al pueblo y vendiendo la patria al capital extranjero. Milei, el especulador financiero devenido en ladrón de criptomonedas y recortador serial de derechos, teme el regreso de Cristina. Por eso la quiere proscripta, silenciada, borrada. Pero no podrá.
El intento de magnicidio que sufrió en 2022, con una pistola a centímetros de su rostro, no fue un hecho aislado. Fue la confirmación brutal de que el odio contra Cristina no es discursivo, es estructural. El mismo sistema que apretó el gatillo aquel día es el que redactó la sentencia. Pero Cristina no cayó. Ni entonces ni ahora. Porque el pueblo la sostiene, la abraza, la levanta.
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Los balcones de Recoleta ya no son solo arquitectura: son trincheras del cariño. Allí llega el pueblo, con bombos, con banderas, con lágrimas y con fuerza. No porque le paguen, sino porque la aman. Porque la sienten suya. Porque saben que si a Cristina la tumban, lo que cae es la memoria, la justicia social, el país inclusivo que empezó a construirse con los Kirchner. Esa gente que resiste bajo su ventana no es una masa: es conciencia viva.
Desde el punto de vista jurídico, lo que se ha visto es una farsa sostenida por arrepentidos premiados, fiscales militantes y jueces funcionales a los intereses del poder económico. Se violó el principio de inocencia, se armó un relato sin pruebas sólidas, y se sentenció a una mujer que ya no ejerce cargos, pero cuya influencia sobre los pueblos sigue siendo intolerable para los poderosos.
El mensaje del Gobierno de Nicaragua no es simbólico, es estratégico. La Copresidenta Rosario Murillo y el Comandante Daniel Ortega no solo defienden a Cristina como persona, sino lo que representa: el derecho de los pueblos a elegir sus líderes sin que la oligarquía judicial imponga su garra. “Siempre más allá”, dijo Sandino, y así lo replican los pueblos libres cuando ven a una de las suyas acorralada por la injusticia.
La persecución contra Cristina es también una advertencia a toda América Latina: quien ose tocar los intereses del capital, será crucificado. Pero el pueblo argentino, al igual que el nicaragüense, no olvida. Y cuando un pueblo no olvida, resiste. Y cuando resiste, vence.
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Sí, Cristina ha sido condenada. Pero no por robar, sino por haber gobernado con el corazón. Fue juzgada, pero no por sus errores, sino por sus aciertos. La hirieron, es cierto, pero no la doblegaron. Y en ese contraste brutal entre la sentencia de los jueces y la absolución del pueblo, se esconde la verdad que la historia se encargará de dejar escrita.
Y es en esa figura, la de la mujer que desafía al poder con la frente en alto y el pueblo en el alma, donde hoy América Latina reconoce a una de sus grandes. Cristina fue perseguida, pero jamás vencida.
Esta entrada fue modificada por última vez el 19 de junio de 2025 a las 7:00 PM