Por Stalin Vladímir Centeno.
En estos días en que Estados Unidos, sin pruebas, vuelve a ensuciar el nombre de Venezuela vinculando al Presidente Nicolás Maduro con el narcotráfico, mientras desplaza buques de guerra frente a las costas caribeñas en un acto de abierta provocación imperial, es necesario señalar con nombre y apellido a los verdaderos responsables de que el imperio se sienta con licencia para amenazar a la Patria bolivariana. Esos responsables son Edmundo González y María Corina Machado, dos traidores a sueldo, dos políticos sin raíz, sin dignidad y sin pueblo, dos marionetas del intervencionismo.
Edmundo González, diplomático retirado convertido en candidato de alquiler, nunca representó un proyecto nacional. Su único mérito fue aceptar, sin dignidad ni vergüenza, la candidatura que la misma Machado no pudo sostener tras ser inhabilitada.
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Fue el mandadero que la Casa Blanca necesitaba para mantener viva su narrativa electoral contra el chavismo. Incluso, Joe Biden ya de salida, con la mano cansada y sin entusiasmo lo recibió en la Casa Blanca apenas por no dejar, se tomaron la foto y ese fue su premio de consolación.
Y para colmo, este viejo era mangoneado por la bipolar de María Corina Machado, que lo usaba como marioneta, sin darle margen a opinar ni a decidir nada por sí mismo. Peor aún: Donald Trump, que hoy vuelve a dirigir la política estadounidense, ni siquiera quiso recibirlo.
Lo desechó de entrada, porque hasta el propio imperio sabe distinguir entre un verdadero operador y un figurín sin peso, un fantasma electoral sin futuro.
Venezuela, con el humanismo que caracteriza al Gobierno del Presidente Maduro, le permitió a Edmundo González salir del país. Ah, pero no salió como un perseguido, por el contrario salió como un derrotado. Salió con el rabo entre las patas, sin valor para enfrentar la realidad en su tierra. Y lo más humillante: antes de abordar el avión rumbo a España ya había admitido que había perdido las elecciones ante el Compañero Maduro. Esa confesión lo dejó en evidencia como lo que siempre fue: un candidato improvisado, sin pueblo y sin coraje. Apenas llegó a Madrid, lo recibieron los mismos que celebran las sanciones, y allí continuó su carrera de traidor, dedicado a hablar mal de Venezuela mientras se arrodilla frente al imperio y los eternos colonialistas.
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María Corina Machado, por su parte, no necesita tanta presentación: su carrera política está manchada por el golpismo, por su participación en el 11 de abril de 2002, por sus constantes llamados a la intervención extranjera y, sobre todo, por su desfachatez de pedir sanciones y bloqueos que hirieron al pueblo venezolano. Ella no es la voz de la oposición, es la vocera de Washington y de la oligarquía apátrida que vive de rodillas en Miami. Es, además, una prófuga de la justicia, una mujer inhabilitada por el Poder Electoral y por la Contraloría de Venezuela. Ni siquiera dentro de la propia oposición la reconocen como su representante legítima, porque saben que no los representa. Encontró en la política y en el ataque sistemático al pueblo venezolano su modo vivendi, porque no sabe hacer otra cosa en la vida, que no sea el de vivir de la traición, del servilismo y de vendepatria.
Cuando comenzó a creerse presidenciable, la osadía de María Corina Machado llegó al ridículo. En plena Asamblea Nacional bolivariana, frente al Comandante eterno Hugo Chávez, se atrevió a retarlo a un debate, mientras él portaba ya la banda de Presidente de Venezuela. La respuesta de Chávez fue fulminante y quedó para la historia: “Águila no caza moscas.” En esa sola frase la redujo a lo que siempre ha sido: una oportunista insolente, incapaz de medirse con un líder verdadero, condenada a ser vista como un insecto político.
Hoy, cuando Estados Unidos moviliza buques de guerra en el Caribe, nadie debe llamarse a engaño: esa agresión no surge de la nada.
Es el fruto de años de conspiración en la que González y Machado jugaron el papel de agentes internos del imperio. Fueron ellos quienes tocaron puertas en el Congreso estadounidense para exigir sanciones.
Fueron ellos quienes celebraron la imposición de medidas coercitivas que desangraron la economía venezolana. Fueron ellos quienes pidieron, una y otra vez, una intervención militar contra su propio país.
El pueblo venezolano no olvida que cada sanción aprobada en Washington tuvo su eco en las bocas de estos vendepatrias. No olvida que mientras los niños sufrían la escasez de medicinas y los ancianos hacían colas por alimentos, todo ello era consecuencia directa de las medidas coercitivas del imperialismo yanqui, pedidas y celebradas por González y Machado. No olvida que esas penurias también fueron herencia del saqueo, la corrupción y la entrega de los gobiernos anteriores a la Revolución Bolivariana.
Y no olvida que mientras el pueblo resistía con dignidad esas agresiones externas, estos traidores brindaban con whisky en embajadas extranjeras, felices de haber sembrado dolor y pobreza en su propia patria.
¿Y con qué cara se presentan ahora abrazados, como si fueran símbolo de unidad y esperanza? La única unidad que representan es la unidad de los lacayos frente al amo extranjero. La única esperanza que encarnan es la esperanza de una élite que sueña con ver marines en Caracas, con banderas de barras y estrellas ondeando sobre Miraflores. Esa es la patria que ellos aman: la patria ajena, la que los financia, la que les dicta órdenes.
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El pasado miércoles, desde Caracas, el Presidente Nicolás Maduro encabezó la XIII Cumbre Extraordinaria de Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA-TCP en formato virtual, con la participación de Cuba, Bolivia, San Vicente y las Granadinas, Nicaragua y otros países hermanos. Nuestra Patria estuvo representada por la Copresidenta, compañera Rosario Murillo, y el Copresidente, comandante Daniel Ortega, quienes reafirmaron la solidaridad de Nicaragua con Venezuela. Al concluir la cita, todos los países aprobaron por unanimidad una declaración en la que expresaron su absoluto respaldo a Maduro, rechazaron las maniobras militares y judiciales de Estados Unidos, denunciaron el despliegue de buques de guerra en el Caribe y reafirmaron el carácter antiimperialista y solidario de la región.
El documento condena la injerencia extranjera, exige respeto al derecho internacional y proclama la vigencia de América Latina y el Caribe como una verdadera Zona de Paz.”
Esta entrada fue modificada por última vez el 22 de agosto de 2025 a las 2:59 PM