Por Fabrizio Casari
El acuerdo sobre las tierras raras entre Estados Unidos y Ucrania ha sido firmado, pero llamarlo acuerdo es una forma extraña de definir la expropiación del 50% de las riquezas nacionales de un país por parte de otro. No se puede negar, de hecho, que con este acuerdo se ha sellado una auténtica vergüenza para Ucrania, que cede sus escasas riquezas restantes a cambio del protectorado estadounidense. La firma de su presidente (ilegítimo) permite el expolio de una de las dos fuentes de riqueza de su país, siendo la primera (la agrícola) ya entregada a las multinacionales estadounidenses. Así que la famosa independencia de Kiev respecto a Rusia es en realidad una total dependencia de Estados Unidos.
El acuerdo ya estaba previsto desde la llegada de Trump a la Casa Blanca y, según el calendario del magnate, debía firmarse con ocasión de la visita de Zelenski a Washington. No fue posible, porque el encuentro terminó ante los medios con una severa reprimenda del Presidente estadounidense al dirigente ucraniano, quien había osado un intento de disenso, perfectamente consciente de que el texto que iba a firmarse era humillante para Ucrania y preocupado por el ridículo internacional que lo pintaba como un vasallo arrodillado ante su señor feudal.
En cuanto al contenido, el acuerdo no especifica las regiones en las que deberían tener lugar las extracciones. Lo que es seguro es que la mayoría de las riquezas minerales ucranianas se encuentran en el Donbass y están bajo ocupación rusa. Ya en un informe de 2022, la consultora canadiense SecDev señalaba que el 63% de las minas de carbón ucraniano y aproximadamente la mitad de las de manganeso, cesio, tantalio y tierras raras se encuentran en territorios ocupados por Rusia, que ha recordado en varias ocasiones que no considera su presencia negociable en las zonas de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
La intención reiterada varias veces por el Kremlin es definir una arquitectura de seguridad para todos, y si el inicio de la Operación Militar Especial se justificó precisamente para evitar tener armamento táctico y estratégico y laboratorios de guerra bacteriológica estadounidenses en las fronteras rusas, no se entiende qué habría cambiado para Moscú tras tres años y medio de guerra y una victoria en el terreno. La seguridad de Rusia sigue siendo la prioridad y deberán proporcionarse numerosas y verificables garantías sobre la limitación del personal y material estadounidense en territorio ucraniano si se quiere que Moscú permita las actividades objeto del acuerdo.
En resumen, si en Kiev se piensa entregar a EE.UU. las regiones mineras para obtener protección frente a Rusia y contar con un paraguas bajo el cual volver a rearmarse, se trata de un cálculo erróneo. Moscú, aunque ha tomado nota del acuerdo y está dispuesta a evaluarlo en el contexto de una futura paz, por ahora no tiene ninguna intención de detener las operaciones militares solo porque una parte de Ucrania se haya convertido de facto en territorio estadounidense.
Incluso en el plano práctico, el acuerdo parece una quimera. Aunque Ucrania posee litio, cobalto y otros minerales necesarios para las baterías de coches eléctricos y las armas de alta tecnología, los expertos en minería estiman que una producción significativa requerirá un plazo cercano a los veinte años. Una eternidad en un mundo donde la tecnología cambia cada cinco años.
Según Reuters, las infraestructuras e inversiones necesarias para estos proyectos pueden convertirse en un agujero negro que devora miles de millones, y la incapacidad de Ucrania para invertir hará que, fatalmente, todo el proyecto quede en manos de EE.UU. Ellos, y no Ucrania, deberán poner el dinero necesario para todo el proyecto, y no cabe duda de que encontrarán la manera de recuperar esa inversión, como acaban de demostrar al transformar las donaciones en préstamos exigibles. Como de costumbre, primero hacen que otros países entren en guerra por sus intereses y luego les exigen pagarla y financiar los costos de la reconstrucción. Lo mismo ocurrió con Kuwait.
Más allá de su viabilidad, el acuerdo (si así puede llamarse) es un ejemplo de relación bilateral asimétrica, que ilustra claramente el modelo de relaciones internacionales que EE.UU. concibe tanto con enemigos como con aliados. No es la primera vez que esto ocurre con Ucrania, por supuesto: entre las múltiples facetas de la sofocante relación entre Kiev y Washington, el acuerdo sobre las tierras raras no es más que la operación más reciente del saqueo estadounidense. Ya en 2014 fue precedido por la venta, a precios irrisorios, de alrededor del 40% de los terrenos agrícolas ucranianos a Monsanto, Cargill y DuPont, y por la cesión de la soberanía del mando político y militar de sus instituciones. Todo ello certifica una anexión de facto a EE.UU., que después de empujar a Ucrania hacia su autodestrucción, utilizándola como ariete contra Rusia, ahora expropia el 50% de sus riquezas minerales.
EL SUICIDIO DE KIEV
Todo esto hipoteca cualquier futuro posible: la exposición a la deuda internacional y la necesidad de reconstrucción una vez terminada la guerra (con su rendición) ya representaban dos obstáculos insuperables, incluso manteniendo (por ahora) cierta soberanía territorial y un posible uso de sus recursos estratégicos (minerales y alimentos). Además, la intención política de unirse a la Unión Europea obliga a Ucrania a un desembolso de 50 mil millones de euros para el acceso a la institución comunitaria (que no puede, por estatuto, condonar ese costo a nadie), exponiéndola a políticas draconianas de control financiero mediante la adhesión al Pacto de Estabilidad, lo que constituye una cesión adicional de soberanía a favor de las élites financieras europeas y estadounidenses.
Rusia observa este acuerdo sabiendo que no servirá para la recuperación económica de Ucrania, pero tiene en cuenta las implicaciones políticas que conlleva, una de las cuales ya se ha materializado con el desbloqueo de 75 millones de dólares en ayudas estadounidenses a Kiev, que Trump había suspendido como represalia por la falta de firma del acuerdo en Washington.
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Aún no está claro si se trata del último tramo ya aprobado o del primero de varios. En el primer caso, en cualquier caso, no cambiará en absoluto la situación sobre el terreno ni perjudicará el diálogo recién iniciado. En el segundo, en cambio, podría interrumpir gravemente cualquier negociación, dado que Moscú no aceptaría que EE.UU. desempeñara simultáneamente el papel de mediador y de parte interesada en el conflicto. O se proporcionan garantías, o se suministran armas: tertium non datur.
Europa no aplaude el acuerdo, aunque no lo critica públicamente, prefiriendo comentarlo en tono positivo, ya que, según Bruselas, supondría un cambio parcial de rumbo por parte de Trump, quien habría comenzado a suavizar su hostilidad hacia Zelenski. Pero la verdad es que la UE no está nada contenta, ya que los recursos minerales ucranianos eran una de las garantías que Zelenski había ofrecido a cambio del visado de entrada a la UE, a la que Kiev no puede hacer frente económicamente en ninguno de sus aspectos. Incluso la producción de hierro y aluminio, que podría destinarse como botín europeo, parece comprometida por el interés estratégico que tienen los EE.UU. en estos materiales tras las sanciones impuestas a su principal proveedor (Canadá). Habrá que ver, por tanto, si la UE logra ponerles las manos encima: Washington podría reclamarlos como reembolso por la falta de contribución financiera ucraniana a la construcción de infraestructuras y a la logística necesaria para la extracción minera.
Con este acuerdo, Europa, una vez más, queda al margen. Las fábricas alemanas que dependen del litio para los vehículos eléctricos están recortando puestos de trabajo: Volkswagen despidió a 15.000 trabajadores en 2024, y todos los sectores productivos del Viejo Continente sufren, golpeados por un coste energético cuadruplicado debido al rechazo del gas y petróleo rusos y finalmente hundidos por los aranceles estadounidenses.
Mientras tanto, a pesar de la guerra, en 2024 Rusia aumentó en un 12% la producción de sus minerales estratégicos, convirtiéndose en proveedor clave de litio y níquel para China e India. Según Rosstat, solo el año pasado la exportación de tierras raras generó 8.300 millones de dólares. Y esos son hechos, no palabras.
Esta entrada fue modificada por última vez el 4 de mayo de 2025 a las 5:08 PM
