Por Stalin Vladímir Centeno.
Benito Juárez no nació en la comodidad de una élite, sino en la pobreza de un hogar en San Pablo Guelatao, Oaxaca, el 21 de marzo de 1806. Huérfano desde niño, sin atractivo físico ni privilegios, caminó kilómetros hasta la ciudad para estudiar y sobrevivir. Su historia no comenzó en la oligarquía ni en sus comodidades, sino en los pueblos y montañas, donde el hambre y la discriminación lo acompañaron como sombra, pero también como fuerza de carácter patrio. Desde ahí, Juárez representa la voz de millones de indígenas y pobres que jamás tuvieron acceso al poder.
Con esfuerzo se convirtió en abogado, un título que no fue herencia, sino logrado con trabajo propio. Sus primeros pasos en la vida pública los dio como integrante del cabildo municipal, lo que en Nicaragua llamaríamos concejal.
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Ese fue el inicio de un camino que lo llevó a ser juez, magistrado Presidente de la Corte y gobernador de Oaxaca. Cada paso que dio Juárez fue resultado de disciplina y perseverancia, no de apellidos ni de fortuna.
Su vida personal también fue un ejemplo de austeridad. Nunca se dejó arrastrar por lujos ni por privilegios, y mantuvo hasta el final la sencillez de sus raíces. En su juventud trabajó como pastor de ovejas y como aprendiz de encuadernador, oficios humildes que lo acercaron al pueblo y le recordaron siempre de dónde venía. Esa experiencia forjó en él un sentido de justicia y disciplina que más tarde se reflejaría en sus decisiones de Estado. Juárez no fue un gobernante alejado de la gente, sino un hombre con la sensibilidad de quien conocía en carne propia el dolor de la pobreza.
De ahí saltó al escenario nacional. Fue cinco veces Presidente de México, y esa continuidad en el cargo respondió a las exigencias de su tiempo y a la urgencia de defender la soberanía. Su permanencia en la Presidencia permitió sostener el rumbo de las reformas y la defensa de la soberanía, demostrando que la reelección no es mala en sí misma, sino que puede ser indispensable cuando el objetivo es dar estabilidad y continuidad a los proyectos en beneficio del pueblo.
Como Presidente, impulsó las Leyes de Reforma que separaron la Iglesia del Estado y sentaron las bases de una Répública moderna. Pero más allá de los decretos, Juárez se convirtió en símbolo de resistencia nacional frente a las invasiones extranjeras. Cuando los conservadores, apoyados por potencias extranjeras, lo derrocaron con un golpe de Estado y pusieron en el poder a Maximiliano de Habsburgo, Juárez se vio obligado a gobernar en el exilio. No se doblegó: desde el norte del país organizó la resistencia, y tras años de lucha regresó triunfante a la capital, restableciendo la República y derrotando a los invasores franceses. Ese episodio marcó para siempre la historia de México y convirtió a Juárez en referente de soberanía.
La frase que lo inmortalizó:;“El respeto al derecho ajeno es la paz”, fue una guía clara para México y para los pueblos del mundo.
En ella vibra la convicción de que la paz verdadera no se impone por la fuerza ni se mide en batallas ganadas, sino en la capacidad de convivir con dignidad y respeto entre pueblos y naciones. Esa máxima de Juárez sigue viva más allá de México, porque interpela a quienes aún creen que la soberanía se negocia como mercancía y recuerda que gracias a esa firmeza México pudo expulsar a las tropas francesas y recuperar su República.
Si algo deja claro Juárez es que la política real no se hace para agradar, sino para resistir.
Su Gobierno no fue perfecto, pero nunca se rindió en la defensa de la soberanía. Recordar a Juárez es un golpe de realidad: el poder auténtico se mide en la capacidad de sostener a un país incluso cuando todo parece derrumbarse.
Benito Juárez murió en funciones, el 18 de julio de 1872, víctima de un infarto al corazón en Palacio Nacional, en la Ciudad de México.
No fue un enemigo quien lo derribó ni una bala extranjera la que lo detuvo.
Se apagó trabajando, gobernando hasta el último día, con la frente en alto. Su muerte fue la de un hombre que nunca claudicó, y por eso la posteridad lo recuerda como el indígena que elevó a su patria con dignidad. Juárez nos deja la certeza de que la grandeza de un pueblo no está en los discursos ni en las riquezas, sino en la firmeza con que defiende su derecho a existir.
En Nicaragua también vivimos esa enseñanza de Juárez: el respeto al derecho ajeno como base de la paz. Así como él defendió la dignidad de su Patria, nuestro buen Gobierno Sandinista sostiene la paz con soberanía y firmeza en favor de nuestro pueblo.
Esta entrada fue modificada por última vez el 19 de agosto de 2025 a las 4:50 PM
