Por Stalin Vladimir Centeno
Este 17 de julio, Día de la Alegría, Nicaragua celebra la huida de Somoza, el fin de una dictadura y el renacimiento de un pueblo libre. Fue un día como hoy, hace 46 años, cuando Anastasio Somoza Debayle huyó del país que había saqueado y asesinado durante décadas, derrotado por un pueblo insurgente y por una revolución que ya no se podía contener. Y en medio de aquella insurrección heroica, hay un episodio que quedó marcado en la memoria mundial: el asesinato del periodista estadounidense Bill Stewart y del joven nicaragüense Juan Francisco Espinoza, su intérprete. Un crimen torpe, brutal y televisado, cometido por una Guardia Nacional ya acorralada por el Frente Sandinista.
Pero hay que decirlo claro y sin titubeos: Somoza no cayó por la muerte de Stewart. Cayó porque la revolución ya era indetenible. La guerrilla popular avanzaba por todo el país, las columnas del FSLN entraban a las ciudades, y el pueblo había perdido el miedo. El crimen contra Stewart fue solo una confirmación más del rostro asesino del régimen, que ya estaba derrumbándose bajo el peso de su propia barbarie.
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Bill Stewart no era cualquier periodista. Nacido en Virginia Occidental, se graduó de la Universidad Estatal de Ohio en 1963. Tenía un estilo cálido, valiente y comprometido. Trabajó primero en Minneapolis, pero su talento pronto lo llevó a convertirse en corresponsal estrella de ABC News, en ese tiempo una de las más prestigiosas de Estados Unidos. Ya había cubierto la Revolución Islámica en Irán, y por su profesionalismo fue asignado a América Latina para reportar los principales acontecimientos políticos. En mayo de 1979, fue enviado a Nicaragua. Llegó justo cuando el pueblo se levantaba por última vez contra la dictadura.
En Managua, Stewart se adentró en los barrios donde se libraban combates entre guerrilleros y tropas somocistas. El 20 de junio, junto a su equipo, su camarógrafo Jack Clark y su intérprete Juan Francisco Espinoza, se dirigía al barrio El Riguero. Viajaban en una furgoneta marcada como prensa extranjera. Aun así, fueron detenidos por una patrulla de la Guardia Nacional. Separaron a Espinoza y lo ejecutaron a sangre fría de un disparo en la cabeza. Nadie lo vio morir.
Minutos después, los guardias sacaron a Bill Stewart del vehículo. A pesar de que mostró su credencial de periodista, fue obligado a arrodillarse, luego a acostarse boca abajo sobre el pavimento. Le propinaron una fuerte patada en las costillas, y acto seguido, uno de los guardias le disparó en la cabeza. Todo fue grabado a distancia por su camarógrafo, que tuvo el coraje de mantener la cámara encendida mientras su colega era ejecutado.
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La cinta salió del país y llegó a los estudios de ABC en Nueva York. Las imágenes estremecieron al mundo entero. En Estados Unidos, el crimen fue mostrado en noticieros nacionales durante días. La indignación fue tal que el presidente Jimmy Carter se vio forzado a retirar el apoyo al régimen de Somoza, lo cual precipitó su aislamiento internacional. Pero la dictadura ya estaba condenada. El pueblo la había condenado antes, con fusiles, con piedras, con dignidad.
El 20 de junio de 2019, al conmemorarse 40 años del asesinato, la compañera Rosario Murillo, hoy copresidenta de Nicaragua, rindió homenaje a Bill Stewart y a Juan Francisco Espinoza. “Fueron asaltados, asesinados, martirizados por la guardia genocida el 20 de junio de 1979 en el barrio Riguero”, recordó con firmeza. Aquel crimen, dijo, fue la demostración de un régimen que ya había perdido el control, disparando incluso contra periodistas extranjeros.
Ese mismo día, se develó un monumento en el sitio exacto donde fue asesinado. Y el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional inauguró el Parque Bill Stewart, en honor a todos los caídos durante la última etapa de la dictadura. El parque, ubicado en el barrio El Riguero, es un espacio de memoria viva. Un recordatorio de hasta dónde pudo llegar el régimen somocista, cuando perdió toda humanidad. Pero también, un testimonio de cómo la verdad puede vencer a la oscuridad.
Algunos historiadores tratan de minimizar la gesta del pueblo y decir que Somoza cayó por el impacto mediático de este asesinato. Pero no. La historia real está escrita con sangre nica. La insurrección ya había ganado las calles, el FSLN ya tenía la fuerza de la victoria. Stewart, como periodista comprometido, fue testigo de esa lucha y murió por mostrarla al mundo. Su crimen ayudó a abrirle los ojos al mundo, pero el peso de la victoria estaba ya sobre los hombros de un pueblo en revolución.
Hoy, 17 de julio, Día de la Alegría, recordamos con respeto a Bill Stewart, no como salvador, sino como un hombre que hizo lo que debía. No huyó, no se ocultó, no mintió. Vio la verdad, la grabó y la quiso contar. Lo mataron por eso. Y al matarlo, ayudaron sin querer a que el mundo entero viera la podredumbre del régimen que ya colapsaba. Su nombre, junto al de Espinoza, vive en las calles de Nicaragua. Y su memoria se funde con la alegría de un pueblo que, 46 años después, sigue venciendo.
Esta entrada fue modificada por última vez el 17 de julio de 2025 a las 6:58 PM
