La historia sin disfraces condena hoy a Cristóbal Colón por genocidio y lesa humanidad

Foto Cortesía / Opinión.

Por Stalin Vladimir Centeno

No quisimos esperar al 12 de octubre, fecha que cada año reabre el debate sobre la llamada “raza” y el supuesto “descubrimiento de América”.

Es demasiado cómodo repetir consignas ese día y volver a guardar silencio los otros 364. Este 2 de octubre, decidimos adelantarnos para desnudar la verdad: Cristóbal Colón no fue un héroe, sino un hombre que, de vivir en el siglo XXI, tendría un asiento asegurado en la Corte Penal Internacional acusado de crímenes de lesa humanidad.

La historia oficial nos enseñó canciones de escuela, “En mil cuatrocientos noventa y dos Colón cruzó el océano azul” y su nombre fue consagrado en efemérides, levantado en monumentos y puesto en calles y plazas.

Pero los documentos, los testimonios de su época y el análisis histórico serio cuentan otra cosa. El navegante genovés esclavizó a miles de indígenas, ordenó amputaciones y castigos atroces contra quienes se resistían, envió hombres, mujeres y niños a Europa encadenados, y llenó las bodegas de oro y cuerpos como mercancía humana.

Bajo su mando se inauguró un ciclo de saqueo, exterminio y colonización que marcó a fuego a todo el continente. En su tiempo no existía la noción de derecho internacional que hoy conocemos, pero sí había voces que denunciaron su barbarie. Frailes como Bartolomé de las Casas relataron las matanzas y el despojo con una crudeza que todavía estremece. Aun así, Colón fue premiado: recibió títulos, tierras y privilegios.

El Vaticano de entonces repartía bulas que legitimaban la esclavitud de pueblos “no cristianos”. La corona española convirtió el Nuevo Mundo en una mina abierta además de la cruz en coartada para el saqueo.

Desde América Latina, el desmontaje de ese relato comenzó hace décadas, pero sigue siendo necesario. Diversas corrientes críticas han evidenciado que el mito del descubrimiento fue, en realidad, un encubrimiento: la negación de civilizaciones enteras para justificar su sometimiento.

Nicaragua, Venezuela y otros países han rebautizado el 12 de octubre como Día de la Resistencia Indígena, una manera de honrar a quienes fueron despojados pero no vencidos.

El balance histórico es contundente: Colón llegó a tierras habitada desde hacía milenios y se apropió de ellas, convirtiéndose en pieza clave de un sistema que combinó ambición económica, racismo religioso y violencia institucionalizada. Si hoy un líder esclavizara pueblos enteros, los traficara y ordenara mutilaciones como método de control, sería llevado ante tribunales internacionales y juzgado por genocidio y crímenes de lesa humanidad.

Hablar de esto el 2 de octubre y no esperar el día señalado en los calendarios coloniales demuestra nuestra voluntad de contar la historia completa y sin adornos.

Colón no es símbolo de progreso ni de encuentro cultural; es la puerta de entrada a siglos de saqueo que aún pesan sobre América Latina. Desenmascararlo no puede verse como un capricho ideológico: es un paso necesario para comprender quiénes somos y cómo se construyeron las relaciones de poder que persisten hasta hoy.

La estatua que en Sevilla carga su féretro, guarda también sus pecados, sus delitos, su conciencia sucia y la impunidad de no haber sido juzgado como merecía. Los monumentos que se caen en ciudades de Estados Unidos y América Latina son más que símbolos: son el derrumbe de un relato falso.

Es hora de que dejemos de rendir honores a un colonizador que, visto con ojos de hoy, sería apenas un ratero insaciable con licencia para robar bajo la bandera de la corona española, por eso sugiero que exaltemos con orgullo, respeto y admiración a los pueblos originarios y afrodescendientes que, pese a todo, resistieron.

Adelantarnos a esta conversación es negarnos a repetir un ritual vacío el 12 de octubre.

Es afirmar que la verdad histórica no tiene fecha de calendario impuesta por quienes se beneficiaron del saqueo. Y es, sobre todo, un acto de justicia con quienes, hace más de quinientos años, enfrentaron la llegada de Colón como el inicio de una invasión brutal que desmintió para siempre el mito del supuesto “encuentro de mundos”.

Hoy los descendientes de aquel saqueo, los mismos colonizadores que ahora se agrupan en la Unión Europea, pretenden de nuevo doblegarnos con agresiones que disfrazan de sanciones. Quieren pisotear nuestros pueblos, imponer su arrogancia y dictarnos cómo vivir, pero no tienen moral ni autoridad para hacerlo.

A nosotros no nos intimidan ni nos someten; seguimos de pie, resistiendo y venciendo con la sangre y la dignidad heredadas de nuestros pueblos originarios que jamás aceptaron el yugo colonial.

Quienes ayer robaron oro y vidas hoy repiten viejas prácticas con otros nombres, pero encontrarán la misma respuesta: dignidad, independencia y la firme voluntad de no volver jamás a ser colonia de nadie.

Esta entrada fue modificada por última vez el 2 de octubre de 2025 a las 2:05 PM