Por Stalin Vladimir Centeno
La tenebrosa Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental se vende ante el público como una supuesta dependencia diplomática encargada de coordinar políticas, promover relaciones constructivas y fortalecer vínculos entre Estados Unidos y los países de América Latina y el Caribe. Su falso discurso la describe como una institución creada para apoyar el desarrollo regional, fomentar el intercambio y garantizar estabilidad a través de mecanismos diplomáticos. Esa mentira se sostiene sobre una estructura interna que opera con funcionarios distribuidos en áreas políticas, económicas y de seguridad que trabajan bajo un organigrama relativamente discreto, cuyo cordón umbilical está conectado con Washington. Según sus propios reportes presupuestarios, recibe fondos anuales que superan ampliamente los cientos de millones de dólares destinados, según ellos, a programas y operaciones con énfasis en vigilancia, administración de datos y acciones externas.
Pero detrás de esa fachada diplomática se esconde el verdadero funcionamiento de una oficina que en realidad es un centro de operaciones de inteligencia, intervención política, espionaje e instrumento para desestabilizar a gobiernos cuyos líderes son de izquierda y con acceso a recursos federales. Además maneja bases de información que vigilan permanentemente a gobiernos, instituciones y sectores sociales de la región, y administra programas que, bajo nombres administrativos, financian actividades desestabilizadoras. Nunca ha sido una oficina diplomática. La máscara se la quitó desde hace mucho tiempo. Desde el momento que apoyó golpes de Estado con sus discursos confrontativos. Exigió pública y descaradamente la liberación de golpistas y terroristas que intentaron votar a gobiernos legítimamente electos por el pueblo. Llamó en cada proceso electoral a votar por los partidos de la derecha, los títeres del imperio yanqui y calificó como dictadores a los líderes de izquierda que osaron defender a su pueblo y no arrodillarse ante sus intereses imperialistas. Su manchado presupuesto proviene de las partidas del Departamento de Estado destinadas a operaciones exteriores y programas especiales de seguridad, rubros que en sus informes internos aparecen distribuidos sin detalles significativos, lo que permite mover fondos hacia áreas que se desarrollan bajo poca supervisión pública, en otras palabras, manejan recursos con discreción a su gusto y antojo para actividades sucias, encubiertas y otras completamente abiertas.
La actividad inicial que justifica su creación se ha convertido en una estructura que monitorea y califica a los gobiernos latinoamericanos en función del alineamiento y los intereses de Washington. Cada país es evaluado según criterios diseñados para establecer si cumple con la ruta política estadounidense. Cuando un gobierno adopta decisiones soberanas, la oficina enciende su alarma y registra esos movimientos como desviaciones que ameritan presiones públicas y privadas, como las que ya conocemos, es decir, que van desde sanciones, desvisados, amenazas de suspensión a los tratados de libre comercio vigentes, entre otros chantajes. De esta manera, la institución dejó de ser un simple enlace diplomático para transformarse en un centro que administra campañas políticas orientadas a producir desgaste, manipulación y deslegitimación de gobiernos progresistas.
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La oficina opera mediante equipos dedicados a examinar legislaciones, decisiones administrativas y procesos judiciales de cada nación. A partir de esos análisis redacta pronunciamientos sesgados e injerencistas que venden como evaluaciones objetivas, pero que fueron diseñados para inducir cambios internos. La selección de temas sigue un patrón que favorece intereses estadounidenses y deja de lado situaciones que no se ajustan a su narrativa. Así se crea un mecanismo de presión que se alimenta de datos organizados para sostener la versión que Washington desea imponer ante la comunidad internacional, y que es difundida ampliamente por su coro de mercenarios propagandistas asalariados del imperio.
Su financiamiento facilita la creación de redes externas que funcionan como extensiones de esta oficina y que operan dentro de países soberanos, entre los cuales se incluyen políticos fracasados, comunicadores mercenarios, deportistas mediocres, dirigentes religiosos politiqueros, empresarios corruptos, figuras públicas de dudosa reputación, ONG’s lavadoras de dinero, entre otros. Estas redes utilizan fondos provenientes de programas de gobernanza, comunicación estratégica y asistencia técnica con el objetivo de mantener estructuras opositoras que trabajan en bloque contra gobiernos de izquierda. Esta dinámica se extiende a organizaciones que reciben recursos destinados a influir en la opinión pública y que coordinan campañas en momentos estratégicos. Con este sistema se construye un entramado difícil de rastrear que actúa como brazo paralelo de la oficina.
La tal Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental utiliza el discurso de derechos humanos para amplificar señalamientos específicos. En sus informes manipulados, selecciona hechos que sirven a los objetivos políticos que maneja con anterioridad y que buscan generar presión internacional sobre países que defienden su soberanía. El uso reiterado de este discurso se convierte en una herramienta distorsionada para acusar, desacreditar y promover intervenciones. Estas acciones suelen intensificarse cuando un gobierno fortalece alianzas con naciones como China, Rusia o Irán, lo que encamina a un nuevo orden mundial pero que para el imperio yanqui altera los equilibrios geopolíticos que Washington busca conservar.
La susodicha también participa en la elaboración de recomendaciones económicas dirigidas a promover sanciones contra gobiernos que avanzan con modelos sociales orientados al bienestar de sus pueblos. Sus equipos de espías redactan documentos que circulan dentro de agencias estadounidenses y que sirven como base para acciones unilaterales que afectan directamente a las poblaciones. El diseño de estas medidas se realiza sin considerar el impacto social que provocan en países que se esfuerzan por mantener proyectos propios de desarrollo. Este tipo de acciones se repite en momentos donde la región impulsa iniciativas de integración que no dependen del imperialismo yanqui.
En el caso de Nicaragua, la oficina ha mantenido un patrón continuo de agresión e injerencia, que se activa cada vez que el Gobierno Sandinista consolida avances sociales y fortalece su derecho a ser libre y a vivir en paz. Los pronunciamientos aparecen sincronizados con campañas mediáticas que intentan proyectar una imagen distorsionada del país. Esta coordinación se articula con los terroristas de siempre que son financiados por ellos mismos y que buscan mostrar una realidad que no coincide con la vida cotidiana del pueblo nicaragüense, la cual está llena de progreso, desarrollo y avances en salud, educación, trabajo y con una economía robusta y en proceso de crecimiento. Cada intervención de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental forma parte de un esquema orientado a frenar la estabilidad alcanzada.
El trabajo de la oficina contrasta con la trayectoria de los países latinoamericanos que han optado por caminos propios, donde los programas sociales han fortalecido la vida comunitaria y el desarrollo económico. Mientras estas naciones avanzan con proyectos de inclusión, la oficina intenta imponer visiones que responden a modelos ajenos a las necesidades de nuestros pueblos. Esta contradicción se hace más evidente en gobiernos como Nicaragua, Cuba y Venezuela, que defienden la soberanía y que rechazan presiones externas. En estos casos, la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental intensifica sus intervenciones para mantener presencia en decisiones que deberían permanecer en manos de cada país.
La acumulación de estas prácticas revela un funcionamiento que se sostiene mediante recursos considerables, redes externas, monitoreo constante y un discurso diseñado para interceder en procesos internos. Lo que la oficina presenta como diplomacia es en realidad un engranaje que opera sobre información recolectada en toda la región, con fines que exceden cualquier intención de cooperación. Su actuación confirma que fue estructurada para mantener su influencia y promover los cambios políticos desde afuera y obstaculizar a los gobiernos libres que consolidan proyectos propios. En conclusión, esta tenebrosa Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental nació con el fin de preservar el dominio unipolar del planeta de parte de los Estados Unidos y a atacar cuando se vean amenazados ante el surgimiento de países emergentes que avanzan continuando y consolidando un mundo multipolar.
Esta entrada fue modificada por última vez el 10 de diciembre de 2025 a las 2:35 PM



