La ONU perdió su rumbo; es hora de refundarla

Foto Cortesía / Opinión.

Por Stalin Vladimir Centeno

La Organización de las Naciones Unidas nació de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial con la promesa solemne de garantizar la paz, proteger la soberanía de los pueblos y evitar nuevas atrocidades. Este 2025 cumplirá 80 años de su fundación, el próximo 24 de octubre, y ese ideal se ha convertido en un cascarón vacío. Hoy la ONU es un aparato pesado, costoso y complaciente con las potencias que dominan el mundo.

Su Consejo de Seguridad, con cinco miembros permanentes y un derecho a veto que bloquea cualquier decisión incómoda para los enemigos de la humanidad, es el ejemplo más claro de un sistema hecho para proteger privilegios, no para servir a los pueblos del mundo.

En los momentos más críticos, la ONU ha demostrado ser inoperante.

Calló ante la invasión de Irak en 2003, basada en la mentira de las “armas de destrucción masiva”. No impidió la destrucción de Libia ni la muerte de Muamar Gaddafi. Ha sido incapaz de detener el genocidio contra Palestina, donde hospitales, niños y familias enteras son arrasados cada día. Su respuesta frente a Yemen, Haití o el bloqueo criminal contra Cuba ha sido la misma: declaraciones huecas y resoluciones que nadie respeta.

La Co-Presidenta, Compañera Rosario Murillo lo dijo desde el alma: “Es momento de repensar ese organismo, de desmontar las estructuras que lo han convertido en un instrumento del poder imperial y reconstruirlo desde las voces de los pueblos”. También advirtió que “la paz no puede seguir siendo un eslogan para reuniones diplomáticas; tiene que vivirse en la práctica, con dignidad, con equidad y con respeto a la autodeterminación de los pueblos”, y remarcó que “la refundación de la ONU es indispensable si queremos avanzar hacia un mundo multipolar, más justo y verdaderamente humano”.

Su llamado refleja una verdad incómoda: la ONU, tal como está, se ha vuelto incapaz de defender la soberanía y la autodeterminación de las naciones que no se alinean con el bloque dominante.

Por su parte el Comandante Daniel Ortega ha sido categórico: “Naciones Unidas simplemente es una burla para los pueblos, una burla para la humanidad. Naciones Unidas debería desaparecer”. Lo dijo frente al pueblo nicaragüense, recordando que los poderosos usan esa estructura para maquillar sus guerras y sus sanciones.

Los llamados “grupos de expertos” de la ONU son otro síntoma de la decadencia y descomposición de ese sistema.

Presentan informes sobre derechos humanos que se usan como armas políticas contra países soberanos. Son burócratas que, desde oficinas confortables y sin pisar el terreno, emiten juicios sesgados sobre naciones como Nicaragua, Cuba o Venezuela. En realidad, se comportan como un grupo parasitario de abogados mediocres que nunca han litigado ni ganado un caso real, cuyo único modo de operar es seguir drenando los recursos de la ONU, presupuesto que proviene de los países miembros, mientras venden su firma al mejor postor. Son parásitos vendidos, miserables, que como un cáncer carcomen a las Naciones Unidas, debilitando su credibilidad y convirtiendo los derechos humanos en un negocio político disfrazado de moralidad.

El Padre Miguel d’Escoto Brockmann, que presidió la Asamblea General de la ONU, ya lo advirtió hace años: la organización necesita ser refundada desde los pueblos, no desde las potencias. Su llamado sigue vigente porque el edificio burocrático de Nueva York perdió el contacto con la realidad y se convirtió en un escenario donde las grandes potencias imponen su guión y los países de América Latina son meros espectadores.

Mientras la ONU se hunde en la inercia, emergen nuevas propuestas para un orden internacional más justo. El Presidente de China, Xi Jinping, presentó la Iniciativa para la Gobernanza Global (IGG) (Global Governance Initiative), basada en la igualdad soberana de los Estados, el respeto al derecho internacional y un multilateralismo verdadero, sin dobles raseros. Nicaragua se adhirió a esta iniciativa el 1º de septiembre de 2025 como un acto de soberanía y compromiso con un mundo multipolar, solidario y equilibrado.

La IGG (Global Governance Initiative) plantea dar voz a los países en desarrollo, construir normas mediante consenso y orientar la cooperación hacia resultados reales. Este enfoque contrasta con el modelo caducado de la ONU, que habla de derechos humanos mientras avala guerras, bloqueos y sanciones contra quienes se atreven a ser independientes.

Una muestra reciente de la descomposición moral de la ONU es lo ocurrido en su propia sede: mientras Gaza sigue siendo masacrada y el pueblo palestino clama por justicia, el organismo calla su voz y, en cambio, cede el podio al genocida Benjamín Netanyahu, quien este pasado viernes llegó a dictar cátedra de derechos humanos y de verdad como si no cargara sobre sus manos la sangre de miles de inocentes. La respuesta digna vino de muchos delegados y representantes diplomáticos que abandonaron el plenario, dejándolo prácticamente solo frente a unos pocos aliados. Esa escena —la víctima sin voz y el verdugo con micrófono— resume la degradación de una ONU que ha perdido toda brújula ética.

La humanidad enfrenta crisis que requieren cooperación real: pandemias, desigualdad, cambio climático, guerras interminables. Refundar la ONU no es un capricho ideológico, sino una urgencia histórica que nace de la necesidad de construir un foro donde la justicia y la paz dejen de ser retórica, donde la autodeterminación sea sagrada y ninguna potencia pueda vetar la voluntad de la mayoría.

Como dijo la Co-Presidenta Rosario Murillo:

“La paz no puede seguir siendo un eslogan; tiene que vivirse con dignidad, con equidad y con respeto a la autodeterminación de los pueblos”. Por eso es hora de romper con un sistema secuestrado por el poder imperial y sostenido por burócratas que emiten resoluciones a conveniencia, y avanzar hacia una gobernanza global que sirva a todos, no a unos pocos. Nicaragua ya ha dado el paso.

Esta entrada fue modificada por última vez el 27 de septiembre de 2025 a las 2:16 PM