La Prensa fue el arma; Los Chamorros, los verdugos del pueblo

Foto Cortesía / Fundadores de terrorismo de diario "La Prensa".

Por Stalin Vladimir Centeno

La historia reciente de Nicaragua no se puede contar sin atravesar el lodazal que dejó la familia Chamorro y su instrumento de guerra disfrazado de diario: La Prensa. Durante décadas usaron sus páginas impresas y ahora, derrotados y reducidos a lo digital y a las redes sociales para golpear, dividir y manipular al pueblo. No construyeron ciudadanía ni informaron: impusieron agenda, alimentaron odios y sirvieron a intereses ajenos al sentir nacional.

Comencemos por la ama de casa que terminó usando una banda presidencial: Doña Violeta Chamorro. Fue el caballo de Troya del imperio. La mujer amable, folclórica, que jamás soñó con ser presidenta, fue elevada a la silla del poder para entregar el país en bandeja. Y hoy, desde Costa Rica, vive sentada en una silla de ruedas, con la mirada perdida, la memoria chiflada, extraviada entre sombras que ya no puede nombrar. Empujada por enfermeras, hundida en un exilio dorado y ajena al país que dejó roto, su imagen es el retrato más nítido de lo que fue: el símbolo decorativo de un saqueo. Nicaragua la recuerda, pero no con gratitud: sino, con dolor, con rabia.

Su gobierno fue una catástrofe nacional. El saqueo se volvió política de Estado. Se vendieron las empresas públicas, se privatizaron la salud, la educación, los servicios esenciales. Y como si no bastara, cometió el atrevimiento histórico de perdonar una deuda que el imperio debía pagar por la guerra sucia. Mientras ella firmaba, quien realmente mandaba era su yerno, Antonio Lacayo, el titiritero de ese periodo oscuro: negoció, vendió, y manipuló todo desde la sombra, con la señora como figura decorativa.

Y de ese descalabro político, familiar y moral, surgió su hija: Cristiana Chamorro. La heredera del desprestigio. La continuadora del mismo patrón de manipulación, pero esta vez bajo el disfraz de la sociedad civil y la libertad de prensa.

Cristiana Chamorro, su hija, fue expulsada del país en febrero de 2023 junto a los otros 221 traidores, montada en el avión que la llevó a Washington. Pero el pueblo no olvida que fue lavadora de dinero, que usó el nombre de su madre para inventar una fundación desde la cual pagaba a periodistas mercenarios, financiaba campañas de odio y se sumaba a las estrategias de desestabilización y golpe de Estado.

Y ahí está Cristiana Chamorro, con la cara estirada por la desesperación, la voz débil de tanto mentir, los nervios al borde del colapso por saberse prófuga, lavadora de dólares, arrugada por dentro aunque se maquille por fuera. Se fue como una ladrona, se esconde como una traidora, vive como una hipócrita.

Pero Cristiana no es la única pieza fallida del linaje. En ese mismo guacal de soberbia vacía aparece Pedro Joaquín Chamorro hijo, el eterno frustrado, el bobo de la familia, el que siempre fue tratado como el inútil. Le dieron cargos como quien reparte premios de consolación. Nunca lideró nada. Nunca inspiró a nadie. Nunca fue tomado en serio, ni siquiera por los suyos. Cuando todo se vino abajo, huyó sin valor, sin dignidad, sin pueblo.

¿Y qué no decir del supuesto ilegítimo? Ese que dicen, que usurpa el sucio apellido Chamorro sin llevar su sangre, el mismo que se cuela entre foros y cámaras pretendiendo ser heredero de una historia que jamás sudó. Vive de las migajas del apellido y se alimenta, como becerro obediente, de la teta de las agencias gringas, mamando dólares a cambio de repetir el guión de siempre: odio al Gobierno sandinista, amor al imperio y mentiras disfrazadas de análisis. El pueblo lo ve, y aunque no lo nombra, lo reconoce por su oportunismo, su arrogancia de alquiler y su cobardía heredada.

Y mientras unos se esconden y otros se exhiben, el resto de la familia se despedazó entre sí como hienas sobre un cadáver. Los Chamorro y su exgerente Hugo Holmann, protagonizaron un juicio bochornoso, demandándose por lo poco que quedaba del diario. Como buitres disputándose los huesos, se lanzaron por muebles, marcas registradas, papeles viejos, prestaciones, archivos, sillones y computadoras. Todo lo que quedó de una empresa moribunda que ellos mismos destruyeron con codicia, clasismo y corrupción. No había ideales. Solo ambición. Les faltó dignidad. Les quedó un nombre hecho trizas.

Y como parte del mismo desfile de infamias aparece Juan Sebastián Chamorro, otro miembro de la estirpe derrotada. Detenido en junio de 2021 por delitos de traición a la patria, golpismo, terrorismo y solicitud de sanciones contra Nicaragua, fue condenado por las autoridades competentes. Luego formó parte del grupo de los 222 traidores expulsados del país. Hoy vive sin honra, sin respaldo, sin pueblo. Se creyó presidenciable, pero ni su sombra votaría por él. Su nombre no inspira. Su historia no conmueve. Su paso por la política fue apenas una bulla de salón burgués, sin raíz ni futuro en esta patria soberana.

La otra pieza del deshonor lleva el nombre de Juan Lorenzo Holmann, quien fungió de manera fugaz como gerente del diario La Prensa y fue condenado a nueve años de prisión por lavado de dinero, como digno alumno del clan Chamorro. Nunca defendió la verdad ni representó principios. Fue un operador financiero, un facilitador de transferencias oscuras disfrazadas de libertad de prensa. Hoy este vendepatria se encuentra en gringolandia, otro más de los que salieron por la puerta trasera, sin moral, sin honra, sin patria.

Y no se puede dejar fuera a los empleados de redacción, esos que durante años escribieron lo que les dictaban. Mercenarios anónimos que a cambio de unas cuantas migajas repetían la línea impuesta, sin poder firmar sus textos, porque los dueños no los consideraban dignos ni de un crédito. No eran voces del pueblo. Eran instrumentos obedientes de la manipulación, vendidos por unas monedas, cómplices del daño que La Prensa ha causado a Nicaragua. Cobardes que escondían su rostro mientras repetían el guión imperial. Y hoy, desde el supuesto exilio, esa misma redacción sigue operando en silencio, intentando imponer su narrativa desde afuera, desconectada del país y carente de toda autoridad moral. El pueblo los ignora, porque ya no representan a nadie.

La Prensa golpista, la llamada república de papel, lleva 99 años de haber sido fundada, pero su legado no es periodismo, es odio, extorsión, chantaje, corrupción y servilismo al imperio. Su centenario se aproxima en marzo de 2026, pero lo que celebrarán no es gloria, sino una historia de traición y vergüenza. El pueblo ya despertó. Y los Chamorro, sus herederos y sus mercenarios, ya no engañan a nadie. Porque La Prensa fue el arma, y los Chamorro, los verdugos del pueblo.

Esta entrada fue modificada por última vez el 3 de junio de 2025 a las 2:03 PM