La Unión Europea, firmó de rodillas: Trump, se los echó a la bolsa

Foto Cortesía / Opinión.

Por Stalin Vladimir Centeno

Lo que acaba de firmar la Unión Europea con Donald Trump no es un acuerdo. Es una rendición en toda regla. Una entrega total, sin condiciones, sin orgullo, sin una sola línea que defienda el interés del viejo continente.

Si alguien tenía dudas sobre quién manda hoy en la relación transatlántica, que mire el resultado: Trump impuso, Europa cedió. Punto.

Les clavaron un arancel del 15% y aplaudieron. Les exigieron comprar energía norteamericana más cara, menos eficiente y dijeron que sí. Les metieron una factura de 600.000 millones en inversiones para Estados Unidos y todavía agradecieron la estabilidad. No hubo negociación. Hubo sumisión.

Y lo más triste no es que lo aceptaran. Lo más triste es cómo lo justificaron. Con palabras vacías como “evitar un conflicto”, “mantener la previsibilidad”, “garantizar certidumbre”. Palabrería de burócrata que esconde lo esencial: Europa tiene miedo. Miedo a enfrentarse con Trump, miedo a las represalias, miedo a tomar decisiones por sí misma.

Von der Leyen fue a Turnberry a firmar el papel que Trump ya había redactado. No representó a los 27. No defendió intereses comunes. Fue a sellar una entrega que ya venía cocinada. Y lo hizo convencida de que era “lo mejor que se podía conseguir”. Como si Europa no tuviera herramientas, como si no pudiera presionar, como si no existiera otra opción más que ceder.

Desde Francia gritaron que fue un acto de sumisión. Desde Hungría se burlaron de que Trump “se desayunó” a Von der Leyen. Desde España, Pedro Sánchez apenas logró decir que apoyaba el acuerdo “sin entusiasmo”. Nadie se atrevió a romper el molde. Todos tragaron.

El golpe va más allá de lo económico. Es político, estratégico, moral. ¿Qué mensaje manda Europa al mundo cuando se arrodilla ante cada berrinche de la Casa Blanca? Que no tiene columna vertebral. Que habla de multilateralismo pero actúa por miedo. Que se presenta como potencia pero negocia como cliente.

Y mientras tanto, Trump celebra. Porque volvió a ganar. Porque sigue escribiendo las reglas del juego. Porque aprendió que en cuanto alza la voz, los europeos bajan la cabeza. Sabe que no necesita invadirlos ni sancionarlos: basta una mirada suya para que firmen.

El escándalo no terminó en Escocia. Ahí apenas comenzó. Porque ahora en Europa se está desatando una tormenta política seria. Crece una ola de indignación que ya no distingue partidos ni fronteras: economistas de peso, cámaras industriales, sindicatos, medios de comunicación, y hasta figuras del Parlamento Europeo están exigiendo la renuncia inmediata de Ursula von der Leyen y de todos los altos cargos que avalaron este pacto.

La acusan de haber entregado a Europa sin consultar, de haber negociado desde la debilidad y no desde la dignidad. De haber cruzado una línea que no debió cruzarse jamás. Hablan de “traición institucional”, de “deslealtad al proyecto europeo”, y de una entrega sin precedentes. Porque esto no fue un acuerdo comercial, fue un acto de sometimiento. Y si no hay consecuencias políticas, muchos advierten que la Unión Europea corre el riesgo de resquebrajarse desde adentro.

Europa perdió una oportunidad histórica de plantarse. De marcar límites. De decir basta. Prefirió entregarse. Se arrastró. Y ahora carga con un tratado que ni siquiera disimula su desequilibrio. Un tratado que, en el fondo, es un espejo: muestra con claridad quién tiene el poder… y quién lo perdió hace rato.

Esta entrada fue modificada por última vez el 30 de julio de 2025 a las 3:37 PM