POR: STALIN V
Nadie ha podido sepultar a Lenin. Ni los embalsamadores del Kremlin, ni los revisionistas, ni los sepultureros ideológicos del capitalismo. Ciento cincuenta y cinco años después de su nacimiento, su figura sigue encendida como una antorcha, en la noche de este mundo convulso. Su nombre, Vladimir Ilich Uliánov Lenin para la historia no es solo una sombra del pasado: es un símbolo que todavía irradia poder, método y voluntad revolucionaria en pleno 2025.
Lenin no fue un político cualquiera. Fue un fenómeno histórico. Su mente era una tormenta meticulosamente calculada: no divagaba en ideales etéreos, sino que afilaba la teoría como un cuchillo y la lanzaba contra las estructuras opresoras de su tiempo. No fundó solo un partido: creó una maquinaria ideológica y organizativa que trastocó los cimientos del planeta. El Partido Comunista de Rusia, nacido del Partido Bolchevique no era un simple colectivo de camaradas, sino un instrumento de hierro forjado en la lucha de clases. Allí, la disciplina era ley, la ideología era ciencia, y la acción era inminente.
Fue Lenin quien convirtió las ideas de Marx en dinamita histórica. Él comprendió que no bastaba con interpretar el mundo, había que transformarlo. Y lo hizo. Tomó un imperio zarista en ruinas y le dio una nueva forma con manos de acero y cerebro encendido. En octubre de 1917, mientras los tronos temblaban y los banqueros perdían el sueño, Lenin dio el grito que nadie se atrevía a pronunciar: “Todo el poder a los soviets”.
Lenin gobernó apenas desde 1917 hasta 1924, siete años que bastaron para torcer la historia.
No necesitó décadas. Le bastaron ideas claras, dirección firme y una convicción feroz de que el pueblo podía gobernarse sin zares ni burgueses. En plena guerra civil, sin fábricas funcionando, con el hambre golpeando cada puerta, Lenin industrializó con método, repartió tierras con justicia y unificó a un imperio fracturado con la visión de una patria socialista. No lo hizo con promesas, sino con decretos. No con discursos vacíos, sino con medidas concretas: educación, salud, igualdad. La Unión Soviética no nació fuerte por casualidad, sino porque él la sembró entre ruinas y la regó con voluntad de acero. El coloso rojo se alzó mientras el mundo creía que caería.
Ese grito no fue un eco efímero. Cambió el siglo. Abolió la propiedad privada de la tierra. Nacionalizó la banca. Legalizó el aborto. Reconoció a las nacionalidades. Dio alfabetización a millones. En medio del caos de una guerra civil brutal, Lenin sentó las bases del primer Estado socialista de la historia. Sin él, no habría existido la Unión Soviética, ni la derrota del nazismo, ni el contrapeso que por décadas equilibró el poder global frente al imperio occidental.
Pero la revolución tiene enemigos. Y Lenin los enfrentó todos. Fue víctima de atentados, traiciones y sabotajes. En agosto de 1918, fue herido gravemente por balas contrarrevolucionarias. No murió entonces, pero las secuelas lo acompañarían siempre. Su salud se quebró, y con ella su cuerpo, pero no su voluntad. En sus últimos años, golpeado por varias apoplejías, Lenin escribía con dificultad, hablaba con esfuerzo, pero pensaba con la misma furia lúcida de siempre. Murió el 21 de enero de 1924, en silencio, sin aplausos, sin espectáculos. Se fue como los grandes: dejando temblando al mundo que ayudó a rehacer.
Lenin no era perfecto, pero era implacable. Su pensamiento no cabe en la caricatura simplona del “dictador soviético” que tantos intentan vender. Él era más profundo, más inquietante, más humano en su inteligencia desbordante y su obsesión por el pueblo. Era un lector voraz, un escritor disciplinado, un líder inflexible cuando de principios se trataba, pero también un hombre que dudaba, que pensaba cada movimiento como si el porvenir del mundo dependiera de ello y muchas veces, dependía.
Hoy, en 2025, cuando el neoliberalismo intenta disfrazar su podredumbre con discursos vacíos y nuevas tecnologías de dominación, la figura de Lenin se levanta como advertencia. No hay algoritmo que desplace la conciencia de clase. No hay inteligencia artificial que sustituya la organización revolucionaria. En un planeta donde el 1% de la humanidad concentra más riqueza que el resto, el pensamiento de Lenin radical, claro, desafiante, sigue siendo más vigente que nunca.
Los movimientos populares en América Latina, África y Asia lo reivindican sin temor. En Nicaragua, en Cuba, en Venezuela, en Corea del Norte, en Vietnam, Lenin es referencia obligada. Su idea del partido como vanguardia, de la lucha como método, de la victoria como necesidad histórica, sigue iluminando trincheras.
Quienes lo reducen a un simple cuerpo embalsamado en la Plaza Roja, no han entendido nada. Lenin no está encerrado en un mausoleo. Lenin vive en cada obrero que desafía la explotación, en cada estudiante que levanta el puño, en cada campesino que exige su tierra. Lenin no es un recuerdo, es un programa. Y ese programa todavía late, todavía ruge, todavía guía.
¡Lenin, sigue marchando. 80 años después, la victoria soviética aún lleva su huella!
Esta entrada fue modificada por última vez el 7 de mayo de 2025 a las 4:26 PM