Por: Stanlin Vladimir
Tiene apenas dos años y su mirada ya carga el peso de una tragedia tejida por el odio y la burocracia. Maikelys Antonella Espinoza Bernal, hija de los venezolanos Maiker Espinoza Escalona y Yorely Bernal, fue arrancada de los brazos de su madre en Estados Unidos, víctima de un sistema que ha hecho de la persecución a los migrantes una política de Estado. Durante meses estuvo separada de su familia, retenida sin razón humanitaria, mientras su madre clamaba justicia. Pero esa historia cambió para siempre el 14 de mayo, cuando volvió a pisar suelo venezolano, libre, abrazada por su madre, por el Presidente Nicolás Maduro y por el amor de un pueblo entero.
La familia Espinoza Bernal había ingresado a Estados Unidos en mayo de 2024, huyendo de la precariedad y en busca de una oportunidad de vida. Vivieron primero en Perú, luego cruzaron Centroamérica hasta llegar a la frontera sur. Pero allí, en lugar de recibir protección, fueron tratados como sospechosos.
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Las autoridades migratorias detuvieron a los padres alegando que los tatuajes de Maiker eran indicios de vínculos con el grupo criminal Tren de Aragua, pese a que no existía ninguna prueba ni antecedentes judiciales. La madre fue deportada a Venezuela en abril; el padre, recluido primero en Estados Unidos, fue posteriormente trasladado a El Salvador, donde permanece en una cárcel de máxima seguridad. Maikelys quedó sola, atrapada en el limbo de un sistema que desgarra familias con frialdad calculada.
Su regreso no fue una casualidad, sino una gesta. La Revolución Bolivariana movió cielo y tierra para recuperarla. Fue el Presidente Maduro quien la recibió en el Palacio de Miraflores, junto a su esposa Cilia Flores, a Diosdado Cabello y a la dirigencia que representa un país que no se rinde ante el atropello imperial. Venezuela demostró que no se arrodilla, que no olvida a sus hijas e hijos, y que está dispuesta a luchar por cada uno de ellos.
La imagen de Maikelys en brazos de su madre y luego abrazada por Nicolás entre lágrimas y sonrisas, es ahora un símbolo universal. El rostro de una niña que venció al aparato más frío del imperio. El rostro de la dignidad migrante. El rostro que derrumba el mito de que Estados Unidos es tierra de libertad. Porque en nombre de la libertad, le robaron el derecho más sagrado: el de estar con su madre.
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Al conocerse el emotivo reencuentro en Miraflores, la Compañera Rosario Murillo reaccionó de inmediato en nombre del Buen Gobierno Sandinista y el Pueblo Nicaragüense. Fue una declaración profunda, cálida, que representó la hermandad viva entre Venezuela y Nicaragua. “Nos sentimos conmovidos, compartiendo este día de festejo con su madre, con la compañera Yarely Bernal, con su familia, con Nicolás, con Cilia, con Diosdado, con Delcy, compartiendo con todas las madres venezolanas… ¡No pudieron ni podrán! La maldad, el salvajismo, la infamia no puede con el alma de la humanidad”, expresó.
El caso de Maikelys desenmascara la doble moral de un sistema que habla de derechos humanos mientras encarcela la ternura. Que firma acuerdos internacionales, pero ignora el llanto de una niña. Que se escuda en leyes para justificar el despojo. Frente a ese muro de hipocresía, la diplomacia bolivariana abrió camino con dignidad y resistencia.
Y es que, como dijo la compañera Rosario, “no es ninguna dádiva, no es ningún regalo, es la justicia que se logró, ya Maikelys está con su mamá en Venezuela”. Y esa justicia no se negocia, se conquista. La Revolución venezolana no solo devolvió a Maikelys a su hogar. Le devolvió a su pueblo la esperanza. La certeza de que no están solos, de que hay una patria que no los abandona. Una patria que desafía al imperio con el arma más poderosa: el amor.
Hoy, Maikelys juega de nuevo, respira de nuevo, ríe de nuevo. Y su historia quedará como una lección: los pueblos que luchan, vencen. Y cuando una niña vuelve a casa, es la humanidad entera la que respira justicia.
Esta entrada fue modificada por última vez el 16 de mayo de 2025 a las 2:08 PM