Por, Stalin Vladímir Centeno.
Mientras Donald Trump levanta muros, firma órdenes de deportación y azuza a las turbas antiinmigrantes con discursos plagados de odio y supremacismo, su propia casa es un santuario para los inmigrantes… siempre y cuando sean de su conveniencia. Porque sí, Melania Trump, la mujer que camina junto al magnate devenido Presidente, es una inmigrante. Y no cualquier inmigrante: una beneficiaria del sistema que su marido quiere demoler para el resto.
Melanija Knavs, nacida en Eslovenia, llegó a Estados Unidos en 1996 con una visa de modelo. Luego, en un proceso rodeado de privilegios y favoritismo, obtuvo la famosa Green Card EB-1, conocida como la “visa Einstein”, reservada supuestamente para personas con habilidades extraordinarias, científicos, premios Nobel, genios reconocidos, ¿Su mérito? Haber posado en revistas, aún sin tener brillo, sin impacto, sin carrera sólida. Porque digámoslo claro: Melania no fue nunca una supermodelo. Fue una modelo de tercera o cuarta categoría, sin fama ni talento visible, que solo llegó a portadas de revistas importantes gracias a las influencias y los millones de su esposo.
Y no vino sola: trajo también a sus padres, quienes consiguieron la ciudadanía por reunificación familiar, la misma que el propio Trump ha prometido eliminar para los demás. Dos suegros vividores, sin logros, sin méritos migratorios, que se colaron por la puerta trasera gracias al yerno multimillonario, mientras miles de familias humildes son rechazadas y deportadas por no tener un apellido rimbombante o una chequera influyente.
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¿Dónde está la coherencia de un hombre que llama a los migrantes «violadores» y «criminales», mientras convierte a su familia política en ciudadanos de lujo? ¿Dónde queda la justicia para los millones de trabajadores humildes, madres solteras, niños huérfanos o perseguidos políticos que huyen del hambre, de la guerra o del caos sembrado por el mismo imperio gringo?
Melania, nunca ha mostrado empatía por los migrantes. No visitó centros de detención. No denunció las jaulas donde encerraban a niños. Al contrario, fue símbolo del desprecio cuando usó aquella infame chaqueta que decía: «I really don’t care, do you?» («En realidad no me importa, ¿a ti sí?») durante una visita a la frontera. Ese acto fue un insulto a los miles de niños arrancados de los brazos de sus padres.
Y Donald Trump, el patriarca de la persecución migratoria, se ha valido del sistema para beneficio propio. Su abuelo llegó a EE.UU. huyendo del servicio militar en Alemania. Su madre era escocesa. Su esposa, eslovena. Sus suegros, inmigrantes. Si fuera por las leyes que él mismo exige, ninguno de ellos habría sido admitido.
ICE los habría deportado sin contemplación.
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Pero claro, los Trump no cruzan la frontera descalzos ni se esconden del desierto. Ellos llegan en aviones privados, con abogados pagados y conexiones en la élite política. La misma élite que criminaliza al migrante que vende flores en las calles de Los Ángeles o que limpia oficinas en Miami.
Y sobre su matrimonio, ¿qué decir? Un vínculo frío, sin alma, sin afecto. Un espectáculo montado para las cámaras. Trump y Melania ni siquiera pueden fingir un beso en público. Todo es una pantomima construida sobre el interés, el cálculo y el beneficio mutuo.
La historia de Melania Trump no es un ejemplo de éxito migratorio, es la prueba viva de que el sistema estadounidense está diseñado para premiar la cercanía al poder y castigar la pobreza. Es la postal más cínica de una nación que habla de libertad mientras encierra a niños y dispara contra los sueños de los más necesitados.
Donald Trump no es un defensor de la ley. Es un constructor de murallas con puertas abiertas solo para los suyos. Y Melania Trump, lejos de ser una víctima, es una cómplice silenciosa de ese juego sucio. Una inmigrante sin mérito que, en otro contexto, estaría esperando en una lista que nunca avanza, o en el mejor de los casos ICE, ya la habría esposado y deportado…
Esta entrada fue modificada por última vez el 6 de julio de 2025 a las 7:43 PM