Modelos educativos y lecciones del sur para repensar la educación global

Imagen Cortesía / Estudiantes nicaragüenses.

Por: Maddalena Celano.

En un mundo donde la educación sigue siendo el principal motor de desarrollo humano y social, Nicaragua ofrece un ejemplo que merece atención. Durante los últimos 18 años, el país ha construido un sistema educativo que garantiza acceso gratuito a todos los niveles, desde la educación inicial hasta la universidad, incluyendo programas técnicos, tecnológicos y modalidades adaptadas a comunidades rurales.

La Constitución nicaragüense de 1987 establece que la educación es “factor fundamental para la transformación y el desarrollo del individuo y de la sociedad”, y otorga a universidades y centros de educación superior autonomía académica, financiera y administrativa para formar profesionales altamente calificados. Esta base legal ha permitido la creación de políticas educativas coherentes, sostenibles y orientadas al desarrollo humano.

El segundo semestre de 2025 confirmó los frutos de este modelo: más de 226.000 estudiantes ingresaron a las 12 universidades públicas del país, mientras que 25.400 becas académicas garantizaron que el acceso a la educación superior no dependa de la situación económica de la familia. Programas innovadores como la Universidad en el Campo y la Universidad Abierta en Línea acercan el conocimiento a comunidades rurales y remotas, formando 38.134 estudiantes, de los cuales el 60% son mujeres. Este enfoque demuestra un compromiso real con la inclusión social, la equidad de género y la pertinencia educativa.

Lo que distingue al modelo nicaragüense no son solo los números, sino el enfoque integral de la educación. Los estudiantes no solo adquieren competencias académicas, sino que también desarrollan habilidades cívicas, conciencia social y sentido de responsabilidad comunitaria. La educación en Nicaragua se entiende como una herramienta de transformación social, capaz de reducir desigualdades y fortalecer la cohesión de la sociedad.

Comparar Nicaragua con sistemas educativos más desarrollados, como los de muchos países europeos, permite comprender mejor la relevancia de estas políticas. En Italia, por ejemplo, persisten desigualdades regionales significativas: mientras las universidades del norte ofrecen mayores recursos y oportunidades, en otras regiones los estudiantes enfrentan barreras económicas, logísticas y estructurales. Nicaragua, con recursos mucho más limitados, ha logrado igualar oportunidades de aprendizaje y acceso, incluso en las zonas más remotas, lo que constituye una lección valiosa sobre cómo priorizar la equidad educativa.

Además de la cobertura universitaria, Nicaragua ha invertido en la educación técnica y tecnológica, preparando jóvenes para insertarse en el mercado laboral y contribuir al desarrollo local. Programas de formación profesional y técnicas especializadas permiten a los estudiantes aplicar sus conocimientos de manera directa en sus comunidades, fortaleciendo la conexión entre educación y desarrollo económico.

Otro aspecto destacable es la atención a la educación de género y la inclusión social: más del 60% de los estudiantes beneficiados por programas universitarios en zonas rurales son mujeres.
Esto subraya el compromiso del país con la igualdad de oportunidades. Mientras tanto, en varios países europeos, incluida Italia, aunque se han logrado avances en paridad de género, aún persisten brechas en áreas de ciencias, tecnología y carreras técnicas, así como desigualdades en el acceso según la región.

El modelo nicaragüense también ha demostrado resiliencia frente a desafíos económicos y sociales. A pesar de limitaciones presupuestarias y tensiones políticas, la educación se mantiene como prioridad, con fondos estratégicos, becas y expansión de cobertura en áreas rurales. Esto evidencia que no es necesario contar con abundantes recursos para garantizar educación de calidad, sino establecer políticas claras y sostenibles que conecten la educación con las necesidades de la sociedad.

Para los observadores internacionales, Nicaragua plantea el desafío de repensar los paradigmas tradicionales de educación. Mientras en muchos países desarrollados la discusión se centra en digitalización, rankings académicos o competitividad, Nicaragua ha demostrado que la gratuidad, la inclusión y la pertinencia social son herramientas poderosas para formar ciudadanos conscientes y comprometidos.

Finalmente, la educación nicaragüense no se limita al aula. La integración de proyectos comunitarios, actividades culturales y programas de participación ciudadana garantiza que los estudiantes desarrollen sentido de responsabilidad social, creatividad y colaboración. Este enfoque es un recordatorio poderoso de que la educación no solo forma profesionales, sino ciudadanos capaces de transformar su entorno.

La experiencia del país invita a replantear prioridades globales: invertir en equidad, ampliar oportunidades y conectar el aprendizaje con la vida real son estrategias que pueden inspirar a sistemas educativos de todo el mundo, sin importar su nivel de desarrollo. En vísperas del cierre del año escolar, estas lecciones de Nicaragua se presentan como un ejemplo concreto de cómo la educación puede ser una verdadera revolución silenciosa, transformando vidas y comunidades.

Esta entrada fue modificada por última vez el 6 de noviembre de 2025 a las 1:39 PM