Por Stalin Vladimir Centeno
En febrero de 1988, en plena guerra impuesta por el imperialismo contra Nicaragua, un hombre de fe cruzó el océano del espectáculo televisivo para pisar tierra firme en la Plaza de la Revolución. No vino a juzgar, no vino a condenar, no vino a hacer política. Vino a orar. A predicar paz. A invocar al Altísimo en un país asediado, golpeado, pero nunca derrotado. Ese hombre fue el reverendo Jimmy Swaggart.
Su visita, recordada por miles de nicaragüenses, no fue una casualidad. Fue un gesto que, en su momento, sorprendió a más de uno.
Un evangelista estadounidense, conocido en los hogares de todo el mundo por sus transmisiones dominicales, de rodillas en Managua, clamando a Dios por un alto al sufrimiento. Aquella oración resonó más allá del púlpito: fue una especie de tregua espiritual en medio de la tormenta.
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El Gobierno de Nicaragua, fiel a su memoria histórica y a su profundo sentido de gratitud, emitió el pasado 18 de junio de 2025 una comunicación oficial firmada por la copresidenta Rosario Murillo y el copresidente comandante Daniel Ortega, recordando ese momento con estas palabras:
“En febrero de 1988, cuando en Nicaragua se libraban duras batallas, el reverendo Jimmy Swaggart vino a orar por la paz a la Plaza de la Revolución. Oró por Nicaragua, por nuestra gente, por nuestros caminos de Fe, de Amor y de Paz. Y decenas de miles de nicaragüenses oraron con él.”
No hay evidencia concreta de que Swaggart haya sido admirador explícito de la Revolución Sandinista. Pero su decisión de venir, de hablarle al pueblo sin miedo, sin filtros, sin prejuicios, es una acción que trasciende cualquier alineamiento ideológico. Swaggart vino porque vio dolor y quiso aportar consuelo. Eso lo sitúa, al menos espiritualmente, del lado humano de la historia.
Más allá de su paso por Nicaragua, su legado es inmenso. Nacido el 15 de marzo de 1935 en Ferriday, Luisiana, Swaggart fue criado en un hogar profundamente religioso. Su padre era dueño de una tienda y muy estricto, que también predicaba ocasionalmente. Desde niño, Swaggart sintió el llamado divino. A los nueve años, según él mismo relató, escuchó la voz de Dios decirle:
“Predicarás mi Evangelio por todo el mundo. Incluso lo llevarás a África.”
Empezó desde abajo: cortando algodón, transportando grava, predicando en esquinas y tiendas de campaña rurales. En 1969 lanzó su primer programa radial, “The Camp Meeting Hour”, y en 1973 saltó a la televisión, donde su voz, su presencia imponente y su estilo directo cautivaron a millones.
En su mejor momento, alcanzó una audiencia global de 200 millones de personas, llevando mensajes de fe y salvación a África, América Latina, y hasta comunidades del municipio sudafricano de Soweto.
Swaggart fue primo del rockero Jerry Lee Lewis y del cantante country Mickey Gilley, pero su vocación siempre fue distinta: predicar la palabra de Dios con intensidad. Era un hombre alto, de facciones cinceladas y energía vibrante. En los años 80, se convirtió en una de las figuras más influyentes del cristianismo pentecostal en los Estados Unidos, siendo clave en los inicios del movimiento de derecha religiosa que intentó moldear las políticas públicas desde una visión bíblica conservadora.
Fue también fundador del Centro de Adoración Familiar en Baton Rouge y, junto a su esposa Frances, con quien se casó en 1952, mantuvo durante décadas un ministerio familiar que, aún después de muchas tormentas, continuó presente en los medios y en la vida espiritual de miles de personas. Su hijo, Donnie Swaggart, también predicador, se convirtió en la continuación natural de su legado.
El evangelista falleció el 1 de julio de 2025 a los 90 años, en el Baton Rouge General Medical Center, luego de haber sido hospitalizado tras un paro cardíaco ocurrido el Día del Padre, el pasado 15 de junio. Su familia lo confirmó con estas palabras:
“Hoy, nuestros corazones están apesadumbrados al compartir que el hermano Swaggart ha terminado su carrera terrenal y ha entrado en la presencia de su Salvador, Jesucristo.”
Así se despide una figura controversial en su país, pero que aquí, en esta tierra nicaragüense que no olvida, será siempre recordado como el pastor que vino a orar cuando más lo necesitábamos.
Jimmy Swaggart no necesitó alzar una bandera para demostrar solidaridad. Su oración fue su compromiso. Su voz, su puente. Su presencia, un bálsamo inesperado. Y en tiempos donde pocos miraban a Nicaragua con compasión, él lo hizo. Eso no se olvida.
Esta entrada fue modificada por última vez el 4 de julio de 2025 a las 3:36 PM