Nicaragua: De la cima del mundo a los pies del océano

Foto INTUR / Isla de Ometepe

El encanto de un país con una geografía que lo tiene todo: Nicaragua está abierta y espera que la visites.

En la cima del volcán Cosigüina se divisan como pequeñas villas pastoriles, tres naciones colindantes: El Salvador, Honduras y Nicaragua. El volcán, ya extinto, se encuentra ubicado en este último. En el fondo de su cráter, una laguna azul turquesa refleja los rayos de un sol incandescente y el infinito cielo que cubre el país centroamericano.

Subir a él, como los otros trece volcanes que conforman, en su mayoría, la cordillera de los Maribios en Nicaragua, es posible para quienes desean aventurarse a explorar estas formaciones tectónicas. Son ideales para todo viajero o viajera que guste de poner a prueba sus capacidades físicas y sicológicas, en una travesía épica de resistencia y tenacidad.

El volcán Cosigüina es solo uno de los muchos que dominan la llanura del occidente nicaragüense. Esta región, soleada y productiva, es fértil precisamente por el abono de la ceniza volcánica que ha fertilizado sus suelos de forma tal que contribuyeron a hacer de toda la región del pacífico la más habitada de todo el país.

En el Occidente de Nicaragua

Occidente lo conforman los departamentos de Chinandega y León. Es en Chinandega donde se encuentra el volcán Cosigüina, y también el San Cristóbal. El más alto de Nicaragua, un estratovolcán de 1745 metros de altura, casi cónico, si no fuera por las constantes erupciones que año y tras año elevan hacia el infinito generosas columnas de ceniza y gases, rocas tan grandes como automóviles, convirtiendo el paisaje en un templo natural a la omnipotente tierra.

Las vidas humanas, por el contrario, se encuentran custodiadas por una amplia red estatal y comunitaria de monitoreo y rápida respuesta que ante cualquier indicio de amenaza es capaz de evacuar a pobladores y turistas de manera oportuna.

Más al sur se encuentra el departamento y la ciudad de León. En el año 1524 fue de las primeras ciudades construidas por los conquistadores españoles en el continente americano. Sin embargo, el indomable volcán Momotombo la sepultó en cenizas. La ciudad finalmente se trasladó a su ubicación actual en el año 1610, y el León Viejo pasó a ser conocida como la Pompeya de América, descubierta hasta el año de 1931.

La leyenda del Momotombo

El volcán Momotombo conserva su nombre original. Cuenta la leyenda que cuando los españoles supieron de la veneración que los primeros habitantes sentían hacia los volcanes, hasta el punto de convertirlos en sitios destinados para sacrificios humanos, quisieron bautizarlos cambiándoles el nombre por nombres cristianos y colocando en la cima una cruz. Pero al escalar el Momotombo, después de una dura travesía, este empezó a retumbar y escupir gases y rocas, haciendo desertar a los conquistadores y a los asustados sacerdotes de su misión evangelizadora.

El volcán Momotombo conserva su nombre original. Cuenta la leyenda que cuando los españoles supieron de la veneración que los primeros habitantes sentían hacia los volcanes, hasta el punto de convertirlos en sitios destinados para sacrificios humanos, quisieron bautizarlos cambiándoles el nombre por nombres cristianos y colocando en la cima una cruz. Pero al escalar el Momotombo, después de una dura travesía, este empezó a retumbar y escupir gases y rocas, haciendo desertar a los conquistadores y a los asustados sacerdotes de su misión evangelizadora.

El poeta francés Víctor Hugo en “La Leyenda de los Siglos” describió: “Oh, viejo Momotombo, coloso calvo y yermo…. ¿Por qué cuando llamamos a tu terrible umbral no has querido dejar que a Dios llevemos?”… A pesar de su historia de espanto, el volcán, un cono perfecto, se eleva majestuoso y púrpura sobre el espejo gris del Lago Xolotlán. Allá los pescadores surcan las aguas, custodiados por el durmiente monolito que despierta cada cien años, para iluminar el ascenso hacia su mágica cima de rocas y flores amarillas, con un camino abrasante de incandescente y rojo magma.

Por otra parte, siempre en León, el Cerro Negro es un joven domo de arena negra surgido a mediados del siglo XIX. Subir hasta la cima es relativamente sencillo para toda persona con afición al senderismo. Arriba, el horizonte, la planicie, los otros volcanes y el mar. Arena negra, blanca ceniza y amarillo azufre son los colores predominantes entre las fumarolas y cráteres que conforman este complejo. Una vez arriba, el descenso se realiza en tabla, como la única experiencia de sandboarding desde la cima de un volcán activo. Una hora u hora y media de ascenso se deshace en menos de 3 minutos para quienes poseen mayor cautela o menos experiencia en el dominio de la tabla. Otros más intrépidos, descienden los 728 metros en menos tiempo… Dejamos León con su historia de conquista y rebelión.

Masaya y su efervescencia cultural

Nos trasladamos a Masaya, efervescente y cultural. Ahí, la caldera de Masaya libera su fuerza mediante el cráter Santiago. El volcán Masaya es fácilmente accesible, en vehículo, hasta su cráter. También es de los pocos volcanes a nivel mundial que presenta un lago de lava al que se puede acceder fácilmente. Del cráter, entre las bocanadas de gases que el volcán libera constante, emergen los chocoyos, pericos de color verde brillante, que se han adaptado al dióxido de azufre y otros gases tóxicos, y han hecho sus nidos entre los riscos del interior del cráter.

Al sur, en el departamento de Granada, el Mombacho se eleva cubierto por la densa selva tropical, que corona su cima con uno de los últimos reductos de nebliselva en el Pacífico de Nicaragua. De un colosal deslave desde la cima de este antiguo titán, surgieron los más de 300 islotes que sobre el Lago Cocibolca conforman las isletas de Granada. Al igual que el Momotombo, el Mombacho custodia las aguas que en insondable horizonte conforman la llamada Mar Dulce.

Y embarcados en el gran Lago, se llega a Ometepe… una isla conformada por dos altos volcanes de cónica figura. El Concepción, activo y humeante y el Maderas, extinto y cubierto de vegetación. Ambos representan un desafío único pues escalarlos requiere de dos técnicas distintas: El Maderas, ascender en una intrincada selva lluviosa y oscura; y el Concepción, llano y al descubierto, con sus arenosos riscos formados por siglos de laares y deslizamientos. En su cima, el cono humeante de su cráter emana bocanadas sulfúricas que se disipan en la bóveda celeste donde agua y cielo conjugados engendran la perenne dualidad del horizonte. En la cima del Maderas, una laguna turquesa rodeada de verde bosque, sobre el que discurren densas y perennes nubes grises.

Pero si hay algo en común que desde la cima de cada uno de estos rocosos ancianos es posible descubrir, es la inmensidad del Océano Pacífico.

Las playas del Pacífico

La costa del Pacífico de Nicaragua cuenta con incontables playas, algunas completamente vírgenes, que refrescan al acalorado viajero en su fresco azul oleaje coronado de espuma. Playas de arena blanca, playas de arena negra; costas de roca y conchas nacaradas, reducidas a fino granular por siglos de oleaje, mareas y tormentas.

La bahía de San Juan del Sur llena de vida y viajeros en todo momento del año. Majahual y Maderas con sus campamentos de surf, escondidas entre farallones que conforman diminutas bahías clandestinas.

Casares, Huehuete, La Boquita, Masachapa, Marbella, Pochomil, Miramar, Playa Hermosa, El Velero, Poneloya, Las Peñitas, Jiquilillo y Paso Caballos. Son solo algunas de las principales playas del Pacífico de Nicaragua ubicadas en las costas de los departamentos de Carazo, Managua, León y Chinandega. En cada una es posible disfrutar del atardecer, cuando el sol se posa sobre el tambaleante océano, en ocasos que multiplican por cien, todas las paletas de colores posibles.

Frente al mar, el sol poniente transmuta el azul del mar en oscuro violeta. Detrás, los volcanes se tiñen de naranja, como últimos testigos, desde sus alturas soberanas, del trajinar del sol hacia los otros confines de la tierra. Entre ellos, el viajero, que se define como testigo y poseedor, aunque sea un breve instante, de dos de las fuerzas más amedrentadoras de la naturaleza.

Nicaragua está abierta ¿te atreves a visitarla?

Fuente: VOGUE

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