Nicaragua hacia las urnas

Foto cortesía / El no reconocimiento de la legitimidad del proceso electoral es una posición política que refleja la hostilidad y la impotencia simultánea de Estados Unidos y de los organismos internacionales que se dedican a ello

por: Fabrizio Casari

www.altrenotizie.org

La campaña electoral se ha abierto formalmente en Nicaragua. La derecha cívica presenta sus mejores candidatos, mientras que la derecha golpista grita a los cuatro vientos que las elecciones no deben ser reconocidas por la comunidad internacional. Aseguran que la investigación de la justicia nicaragüense, que ha desarticulado la organización golpista que obedece a los dictados de Estados Unidos para derrocar al gobierno sandinista desde 2018, imposibilitaría la participación en la votación. Dicen falsedades.

Que no hay conexión entre la investigación judicial y la campaña electoral lo demuestra el hecho de que, no a raíz de esta investigación, sino desde 2011, la derecha golpista de la oligarquía ha pedido el no reconocimiento del gobierno y su institucionalidad, prefiriendo invocar sanciones, invasiones y agresiones.

La investigación que desmanteló la red golpista no tiene nada que ver con las elecciones, porque ninguno de los detenidos era candidato a nada, salvo en su propia imaginación. Ninguno de ellos tenía derecho legal a presentarse como candidato: ni tenían partido, ni urna, ni ninguno de los requisitos que exige la ley para presentar una lista. Tampoco hubo ninguna coalición que aceptara ofrecerles candidatos o escaños en el parlamento. Afirmar que los detenidos son los candidatos es, por tanto, una colosal mentira.

Para aclarar los contornos de la investigación sobre el lavado de dinero, la corrupción y la organización clandestina de una operación destinada a derrocar violentamente al gobierno legítimo nicaragüense, hay que señalar que las detenciones y acusaciones implican a varias personas, no sólo a los golpistas políticos. Junto a algunos representantes del latifundio, hay gerentes de bancos, funcionarios de empresas privadas, personal administrativo y otras personas que nunca se dedican a la política. Entonces, ¿quiénes serían los candidatos inhibidos? ¿Qué condiciones de votación se verían alteradas por la investigación? Respuesta fácil: ninguna y ninguno.

Los presos preventivos están en la cárcel por desconocer el principio de no repetición de los delitos incluidos en la amnistía de 2018, trabajando activamente en un nuevo intento de golpe de Estado para finales de 2021, financiado por USAID y conocido como RENAIR. Se les acusa de haber blanqueado dinero recibido del extranjero que nunca se denunció y de haberlo utilizado tanto para su enriquecimiento personal como para la organización político-militar y mediática de un frente subversivo; de pedir reiteradamente y a voz en grito sanciones contra su propio país, invasiones militares y medidas de aislamiento económico y político internacional; de actuar en contra de los intereses nacionales, asociándose con potencias extranjeras hostiles de forma colaboracionista. Se trata de delitos que en cualquier parte del mundo llevarían a cualquiera a la cárcel durante mucho tiempo, especialmente en Estados Unidos, donde estos mismos delitos se castigan también con la pena capital.

El latifundio y la jerarquía eclesiástica gritan sobre elecciones irregulares, donde el fraude sería la única certeza. La historia, sin embargo, enseña una lección diferente, a saber, que mientras ha existido la democracia popular, son las élites las que han intentado derrocarla. Desde que existe el voto, también ha habido quienes intentan alterarlo. Pero no cabe duda de que sólo los que creen que van a perder las elecciones las manipulan, y desde luego no los que saben que las van a ganar. No hace falta venir de una gran escuela de ciencias políticas para entender esto.

Y màs: ¿qué golpes de estado ha promovido la izquierda en la historia? La izquierda ha ganado en todas partes con revoluciones o elecciones, nunca con golpes de Estado, que fueron y son un arma de la derecha fascista, en América Latina como en todas partes.

La interferencia del enemigo externo

El no reconocimiento de la legitimidad del proceso electoral es una posición política que refleja la hostilidad y la impotencia simultánea de Estados Unidos y de los organismos internacionales que se dedican a ello. Pero tanto EE.UU. como la OEA y la UE no tienen antecedentes de respeto a las reglas de la democracia en el continente: repudian las elecciones justas y transparentes en Venezuela y Nicaragua mientras han reconocido a Guaidò como presidente de Venezuela y al gobierno golpista asesino de la señora Anez en Bolivia.

¿Y qué título de garantes de la democracia y del buen desarrollo de una votación popular pueden ostentar los que declaran presidentes a golpistas y autoproclamados nunca votados por nadie ni por nada? ¿Pueden los golpistas hablar de unas elecciones justas? La supremacía del golpismo sobre los procesos democráticos parece ser la verdadera carta de presentación de estos organismos.

Nicaragua no necesita una observación electoral que certifique la legitimidad y regularidad del voto, y menos la ofrecida por organismos que se remontan a países que han provocado un escándalo internacional con sus elecciones internas, entre los que destaca EEUU. Pero incluso si se admitiera la legitimidad de la observación internacional (que sólo puede ser el caso si el organismo de control electoral la invita), hay que reconocer que el requisito previo ineludible para la observación electoral es la distancia adecuada entre los observadores y los componentes políticos del país observado. ¿Y qué visión tercera y objetiva del panorama político nicaragüense pueden mostrar organismos que ponen sus embajadas a disposición de grupos opositores golpistas, financian medios y partidos de derechas y atacan diplomática y políticamente a Nicaragua, a la que imponen sanciones ilegítimas?

¿Y qué título de garantes de la democracia y del buen desarrollo de una votación popular pueden ostentar los que declaran presidentes a golpistas y autoproclamados nunca votados por nadie ni por nada? ¿Pueden los golpistas hablar de unas elecciones justas? La supremacía del golpismo sobre los procesos democráticos parece ser la verdadera carta de presentación de estos organismos.

Nicaragua no necesita una observación electoral que certifique la legitimidad y regularidad del voto, y menos la ofrecida por organismos que se remontan a países que han provocado un escándalo internacional con sus elecciones internas, entre los que destaca EEUU. Pero incluso si se admitiera la legitimidad de la observación internacional (que sólo puede ser el caso si el organismo de control electoral la invita), hay que reconocer que el requisito previo ineludible para la observación electoral es la distancia adecuada entre los observadores y los componentes políticos del país observado. ¿Y qué visión tercera y objetiva del panorama político nicaragüense pueden mostrar organismos que ponen sus embajadas a disposición de grupos opositores golpistas, financian medios y partidos de derechas y atacan diplomática y políticamente a Nicaragua, a la que imponen sanciones ilegítimas?

No es de extrañar que a la gran conspiración del cambio de régimen no le gusten las elecciones, porque el voto confirmará que el sandinismo tiene una mayoría aplastante en el país, como han demostrado los resultados de los últimos 14 años. Fueron la manifestación formal y oficial de la voluntad del pueblo, que expresa a golpe de lápiz el grado de consenso y disconformidad con la realidad sociopolítica que vive. El voto sirve para identificarse ideológica y programáticamente, por supuesto, pero también contiene en sí mismo esperanzas, expectativas y sueños, al igual que puede expresar insatisfacción, protesta y malestar.

El voto, en definitiva, es la afirmación de la voluntad del pueblo y, como tal, es ignorado, soslayado y aplastado sólo por quienes no toleran la imposición de la voluntad del pueblo. ¿Y quién no tolera la imposición de la voluntad del pueblo? Las élites, las clases dirigentes, acostumbradas a quedarse con todo por medio de la riqueza, el apellido, el color de la piel, la herencia dominante y la afinidad con los imperios. No es casualidad que, históricamente, las elecciones hablen de la democracia, que a su vez nació al derrocar los regímenes monárquicos, donde el poder político se asignaba por descendencia y no por consenso. Aquí surge el carácter común entre las monarquías y las familias gobernantes del latifundio: el pegamento de la herencia en el gobierno de clase mantiene a ambos unidos. Son castas inútiles y crueles, dedicadas al saqueo de los recursos públicos para transformarlos en propiedad privada y gobiernan por delegación de sus amos a los que pagan regalías estratégicas a cambio de protección. Son dominantes a nivel interno pero dominados a nivel externo.

Quien tenga los votos ganará

La Nicaragua sandinista ha dado amplias y profundas demostraciones de democracia y las seguirá dando. Atento a las maniobras de injerentismo barato, tanto nacionales como internacionales, el plazo de las elecciones del 7 de noviembre es un hito en la situación institucional del país. Es un cerco que no puede ser traspasado por ninguna trama golpista, por ninguna injerencia, ni siquiera la ejercida “de buena fe”. El voto no puede pasar de ser una celebración cívica de la voluntad del pueblo a una operación político-militar que subvierta el resultado. No hay presunción de geopolítica, ni ilusión de estrategia regional, ni embriaguez de egocentrismo político continental que valga. Que todo el mundo se adapte y se relaje, incluso los nuevos profetas del modelo estadounidense escrito en elegante castellano. Los nicaragüenses votarán y votarán por Nicaragua, indiferentes a cualquier injerencia e indispuestos a cualquier intromisión.

El voto de los últimos 14 años ha permitido a Nicaragua escalar importantes peldaños en su modernización y no serán las pretensiones imperiales de imponer sumisión y obediencia las que afinen esos lápices que ya saben dónde votar para seguir creciendo, para sentir la comunión entre su tierra y su destino, para ver realizado aún más de lo imaginado. El sandinismo hace volar los pensamientos y aterrizar los sueños.