Redadas, tanquetas y odio: así criminaliza Trump a los migrantes

Foto Cortesía / Manifestación de Los Ángeles 2025.

Por Stalin Vladimir Centeno

En medio del bullicio cotidiano de Los Ángeles, la madrugada del pasado viernes 6 de junio estalló como una pesadilla: decenas de camionetas de ICE irrumpieron en vecindarios humildes, en el corazón de los barrios latinos. Sin previo aviso, sin compasión, comenzaron a arrasar con lo más sagrado: las familias. Hombres, mujeres, incluso madres con bebés en brazos fueron detenidos como si fueran criminales de guerra. El operativo, disfrazado de “acción federal”, era una redada masiva y cruel. La ciudad no volvió a dormir.

La respuesta no se hizo esperar. En Paramount, en Compton, en Westlake, cientos salieron a las calles con rabia y coraje. “¡Aquí no cazan a nadie más!”, gritaban. Se enfrentaron con valor a los agentes armados, mientras del otro lado, uniformes azules y cascos negros disparaban gases lacrimógenos, balas de goma y odio. No era una protesta, era una defensa legítima.
La comunidad estaba siendo atacada y se levantó para protegerse.

El presidente Donald Trump no esperó al amanecer. Desde su trinchera digital en Truth Social, lanzó dos decretos. El primero: prohibido usar máscaras en las manifestaciones, “porque los cobardes se esconden”. El segundo: enviar 2,000 soldados de la Guardia Nacional a Los Ángeles. Sin avisar a nadie, sin coordinación con el gobernador, sin respeto por la autonomía de California. Puro show, puro poder, pura provocación.

Esa misma noche, los soldados federales ya patrullaban en convoyes los barrios donde ICE había actuado. Algunos portaban armas largas. “Parecía Irak, no Los Ángeles”, dijo una enfermera guatemalteca mientras abrazaba a su hijo de cinco años. El miedo se volvió palpable, pero también la dignidad. Las calles no se vaciaron. Al contrario. Volvieron a llenarse de banderas, de rostros descubiertos, de brazos alzados que no claudican.

Trump llamó “incompetentes” al gobernador Gavin Newsom y a la alcaldesa Karen Bass. Les echó en cara que no controlaban la ciudad, que eran “aliados de ilegales”. Lo cierto es que ambos denunciaron públicamente el despliegue militar como una intromisión inconstitucional. “No es ayuda, es ocupación”, dijo Bass. Y tenía razón. Esto no es una crisis de seguridad. Es una crisis de humanidad.

Entre los más de 100 detenidos hay trabajadores de la construcción, empleadas domésticas, cocineros y hasta un líder sindical: David Huerta. ICE no distingue entre antecedentes y supervivencia. Para ellos, todo el que no tenga papeles es carne de deportación. Pero esta vez se equivocaron: la ciudad les plantó cara. No con armas, sino con la fuerza colectiva de un pueblo harto de ser humillado.

Una de las imágenes que más circuló fue la de un joven en motocicleta, envuelto en una bandera mexicana ardiendo en llamas, mientras cruzaba frente a los tanques de la Guardia. Para algunos, fue símbolo de provocación. Para otros, fue la metáfora de lo que duele: estar lejos de casa, sin derechos, y aun así resistir. La bandera no ardía en traición, ardía en dolor.

El gobierno federal anunció que las redadas continuarán por 30 días. Las comunidades migrantes ya lo saben. Pero también saben que no están solas. Iglesias, sindicatos, estudiantes y vecinos se han declarado “zonas santuario” para proteger a los perseguidos. Una red de solidaridad se expande como raíz bajo la tierra, silenciosa pero indestructible.

Hace una semana, el copresidente de la República de Nicaragua, comandante Daniel Ortega Saavedra, envió un mensaje de aliento y respaldo a los migrantes perseguidos por Estados Unidos. “Tienen siempre las puertas abiertas de Nicaragua”, expresó, y denunció la brutalidad de las redadas: “Esto es como las persecuciones que hacían los nazis buscando cómo cazar a los israelitas… y eso está pasando en los Estados Unidos con una persecución brutal, inhumana, que no tiene nada de democrática ni de cristiana”. Ortega recordó que Nicaragua recibe con dignidad a sus hijos deportados: se les atiende, se les examina su salud y “se les traslada a su casa, hasta Waspam, hasta Quilalí si es necesario”. Cerró su mensaje con una frase firme y clara: “Esta es su tierra, esta es su patria, y aquí podrán trabajar en paz”.

Hoy más que nunca, hay una certeza: los migrantes no son el problema. Son el corazón que aún late en este país dividido. Y cuando ese corazón late fuerte, ni ICE, ni la Guardia, ni Trump pueden silenciarlo.

Esta entrada fue modificada por última vez el 9 de junio de 2025 a las 1:52 PM