Sembró salud, parió dignidad: Dorotea Granada, vive en cada mujer del campo

Foto Cortesía / Compañera Dorotea Granados.

Por Stalin Vladimir Centeno

En lo más profundo de la Nicaragua rural, entre montañas, caminos polvorientos y mujeres valientes, hay un nombre que florece como ejemplo de entrega humana, de amor desinteresado, de solidaridad verdadera: Dorotea Granada. No nació en Nicaragua, pero le pertenece por alma, por lucha y por ternura. Hija de una mexicana y de un filipino, nacida en California en 1930, creció entre carencias, discriminación y una infancia que la marcó de por vida. A los cinco años, su madre la encontró en el baño tratando de blanquear su piel con productos que podían quemarle la piel. Esa escena, triste y brutal, la acompañaría siempre, como una semilla que más tarde germinaría en rebeldía, compasión y compromiso.

Fue esa experiencia de exclusión la que forjó su sensibilidad social. En los años 80, cuando supo que en un pequeño país centroamericano se alzaba una Revolución que ponía en primer lugar a los más pobres, Dorotea no dudó: empacó su humanidad, su formación como enfermera, su dignidad y su amor, y vino a Nicaragua. Aquí descubrió un pueblo digno, luchador, herido por la guerra pero invencible en esperanza. Se instaló en comunidades remotas, vivió entre mujeres campesinas, cuidó a pacientes con tuberculosis, fundó cursos para promotoras de salud, y creó un espacio donde las mujeres pudieran hablar de su cuerpo sin miedo, sin vergüenza, sin imposiciones.

Dorotea entendió antes que muchos, que la salud de una mujer campesina era también una lucha política. Se enfrentó a estructuras patriarcales, a silencios impuestos, a siglos de abandono institucional. Y no se rindió. Caminó hasta Mulukukú y ahí, con el empuje de mujeres organizadas tras el huracán Juana, fundó un servicio de salud femenino, privado, cálido y sin prejuicios. Durante cinco meses trabajó 16 horas al día como enfermera voluntaria, ahorrando hasta el último centavo para construir, con apoyo de norteamericanos solidarios, una pequeña clínica para las mujeres del campo.

En ese esfuerzo, se enfrentó no solo a la miseria, sino también a la violencia estructural y doméstica. Por eso fundó también, junto a otros aliados, grupos de hombres no violentos, promovió redes de atención a mujeres maltratadas y participó en la creación de la primera Comisaría de la Mujer en el campo. Su enfoque fue siempre integral: salud, dignidad, prevención, educación, defensa de derechos.

Pero su camino no fue fácil. Durante los gobiernos neoliberales, especialmente bajo el mandato del expresidente Arnoldo Alemán, fue brutalmente perseguida. Su clínica fue cerrada. Dos mujeres murieron por falta de atención. Dorotea tuvo que esconderse durante tres meses para evitar su deportación arbitraria. Solo la Corte Suprema de Justicia, en un gesto de justicia histórica, anuló el atropello. Aun así, nunca se fue. Nunca se rindió. Se quedó en esta tierra que adoptó como suya, fiel a su vocación de servir.

Hoy, la Revolución Sandinista le ha rendido homenaje con lo más justo que puede ofrecerse: vida. Vida salvada, atendida, cuidada. El nuevo hospital de Matiguás lleva su nombre: Hospital Primario Dorotea Virginia Granada, con una inversión de 255 millones de córdobas, financiados por el Gobierno Sandinista para beneficiar a más de 80 mil habitantes con servicios especializados, modernos y humanos.

En este homenaje, en su momento la compañera Rosario Murillo, expresó con claridad la admiración y el respeto que la Revolución tiene por Dorotea. En sus palabras:

“Este nuevo hospital primario de Matiguás nos honra con haber aceptado las propuestas de la comunidad de que lleve su nombre la hermana Dorotea Virginia Granada, trabajadora incansable.”

“¿Cuántos años tiene de vivir en Nicaragua promoviendo salud, Dorotea? Y cómo fue ofendida, humillada, vilipendiada por gobiernos oscuros, oscuros y corruptos gobiernos como el del señor Alemán donde se le expulsó de Nicaragua. Y aquí regresó y aquí trabaja y en esa clínica que tiene en Mulukukú, desde ahí las personas que han aprendido con ella, porque ella está ya en edad adulta y con algunos padecimientos esperando recuperarse, porque es incansable trabajadora, ahí sigue luchando por la salud y la vida, la dignidad de las mujeres.”

“Y nos congratulamos, nos alegramos de que haya aceptado Dorotea, en su humildad, que este centro de promoción de vida, salud y vida lleve su nombre. Nos llena de orgullo.”

Estas palabras, dichas con emoción por la compañera Rosario, sellan el vínculo espiritual y político entre una mujer extranjera que vino a darlo todo y un pueblo que no olvida a quien lo abrazó en sus días más difíciles.

En abril de 2021, en plena pandemia, Dorotea escribió una carta dirigida a sus compañer@s en Estados Unidos. En ella decía:

“Vine a Nicaragua hace 36 años, a una Revolución que declaró que los más pobres eran los más importantes. Y esa verdad la veo todos los días. No es propaganda, es realidad. Nicaragua es un país donde la esperanza sigue viva”.

Y sí, sigue viva. Porque hay mujeres como Dorotea Granada que se atrevieron a hacer lo imposible. Que enfrentaron al imperio, a los prejuicios, al patriarcado y a la injusticia. Y que eligieron amar este país con una lealtad más fuerte que las balas y los decretos.

Hoy Nicaragua la abraza. Y en cada consulta médica, en cada madre atendida, en cada niña que crece sana en Matiguás, su nombre seguirá latiendo. Dorotea Granada no solo vino a ayudar. Vino a quedarse. Y se ha quedado en lo más profundo del corazón de este pueblo.

Esta entrada fue modificada por última vez el 13 de junio de 2025 a las 2:25 PM