Por: Fabrizio Casari.
A diferencia de lo anunciado sobre el tiempo de su decisión, Trump ha ordenado un ataque aéreo contra los sitios iraníes de Fordow y Natanz, donde se encontraban los laboratorios de enriquecimiento de uranio, inspeccionados regularmente por el OIEA y considerados por la propia inteligencia estadounidense como “incapaces de representar una amenaza a medio plazo”.
Los bombarderos B2, que despegaron desde la base de Diego García y procedían de su base en Misuri, lanzaron 12 bombas GBU-57, capaces de penetrar hasta 100 metros bajo tierra. Una acción inútil desde el punto de vista militar, ya que desde hacía varios días Fordow, Natanz y otros sitios habían sido evacuados, y no por casualidad el OIEA registró ausencia de radiación tras el bombardeo estadounidense.
La operación fue preparada según la práctica estándar de todas las fuerzas armadas del mundo, que elaboran diferentes planes para distintos escenarios. Pero la petición de abrir negociaciones (que Irán nunca cerró) y el plazo de 15 días para que la diplomacia evitara la escalada (como lo estipulaba el documento final del G7 que hablaba justamente de desescalada) resultaron ser engaños.
La amenaza alegada es falsa. Irán no poseía ni tenía la intención de poseer armas nucleares en obediencia a la fatua emitida por el Ayatolá Jomeini. El enriquecimiento de uranio tenía fines civiles, en la búsqueda de energía alternativa a los combustibles fósiles con vistas a una diversificación de las fuentes energéticas y en coherencia con lo que hacen todos los países del mundo dotados de lucidez política y capacidad de planificación.
- Te recomendamos leer: La temeraria militarización del Occidente y el nuevo orden internacional
La acción de Trump expresa una concepción neoimperialde las relaciones internacionales y, al mismo tiempo, la ausencia de la mínima dignidad y honor que se exige a los hombres que gobiernan los destinos de su país y del mundo entero. Se difundieron imágenes de un equipo presidencial en la “situation room” que mostraban a una pandilla de exaltados, excitados como adolescentes problemáticos frente a un videojuego de guerra; a estas imágenes siguieron declaraciones descontroladas por parte de un presidente que, ignorando cualquier regla de contención y perfil institucional, mostró una excitación descompuesta y patética.
La facilidad con la que Trump afirma y niega todo en el espacio de días, si no de horas, convierte la relación con Estados Unidos en una especie de carrusel al que nadie quiere subirse. Ni siquiera El Barco Ebrio de Rimbaud carecía tanto de rumbo. Ningún país ni presidente confiará ya en un acuerdo con Trump, lo que lanza una nueva sombra negativa sobre la credibilidad de Estados Unidos como garante de un sistema de reglas internacional.
Es previsible una respuesta iraní en varios niveles. Desde una intensificación masiva de lanzamientos de misiles sobre ciudades israelíes, hasta ataques contra bases estadounidenses en la región; desde acciones por parte de los hutíes en Yemen y organizaciones armadas chiitas en Irak, así como Hezbolá desde el Líbano, hasta el bloqueo del estrecho de Ormuz, lo que obligaría al petróleo (alrededor del 25% del total mundial) a pasar por el Cabo de Buena Esperanza, con un aumento de costes y dilatación de tiempos que impactaría duramente en los precios. Las consecuencias recaerían sobre los usuarios finales aumentando costes e inflación, y los mercados sufrirían por el aumento del precio de los productos asegurados, bonos y acciones que actúan como partes interesadas de los países productores. El bloqueo del estrecho de Ormuz sería un movimiento extremo, con efectos globales disruptivos, impactos económicos notables y el posible inicio de una crisis militar internacional más amplia en respuesta a la energética.
Uno de los mayores daños de las bombas estadounidenses es que entierran para siempre el TNP. Es posible que Irán retire su firma del Tratado, y ahora cualquier país de tamaño pequeño o mediano sabe que la única manera de defenderse no es mediante acuerdos internacionales, sino dotándose de armamento nuclear, única garantía de seguridad y respeto por parte de todos los actores internacionales.
Lo poco que quedaba del respeto por las reglas, la primacía del derecho, y la gobernanza multilateral de las crisis, ha implosionado definitivamente. La crisis del comando unipolar nos proyecta hacia un orden internacional basado en la ley del más fuerte y en la arbitrariedad extrema. Desaparecen los estándares respecto a normas y tratados que, en lugar de ser bilaterales, presentan una realidad en la que las reglas valen para unos y no para otros. Un Derecho Internacional de geometría variable que responde al único teorema que Occidente parece conocer: el planeta es su almacén de recursos, y Estados Unidos su almacenista jefe.
Todos saben que el nivel de endeudamiento astronómico alcanzado por EE.UU. no le permite librar una guerra ni siquiera cerca de casa. Y todos se preguntan cómo puede la Casa Blanca pensar en armar a ucranianos e israelíes y además entrar directamente en guerra. La situación de EE.UU. no permite mantener dos frentes abiertos, y el haber establecido la legitimidad de Israel para atacar preventivamente a un enemigo, incluso sin pruebas de estar bajo amenaza, corre el riesgo de encontrar imitadores en todas partes.
En el centro de las reflexiones de las cancillerías internacionales está también la inversión definitiva del paradigma que veía a Israel como la larga mano de EE.UU. en Oriente Medio. La dinámica instaurada desde Obama entre Washington y Tel Aviv indica que Israel lidera políticamente la alianza. Haber caído en la trampa tendida por Netanyahu recuerda a todos la impericia de Trump, y preocupa, dentro y fuera de EE.UU., la implicación indirecta de sus aliados en una nueva guerra sin justificación jurídica ni política. Basta leer las palabras del ministro de Defensa italiano, Crosetto, que define a la OTAN como una “organización que debe superarse, anacrónica e innecesariamente costosa”, y que habla abiertamente de un nuevo sistema de defensa integrada para los países occidentales, para comprender que Trump está empujando a Europa – así como a Canadá, Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur – a buscar un nuevo equilibrio político que dé lugar a una alianza independiente de EE.UU. Tal vez ese será el nuevo terreno de articulación para la defensa del bloque occidental.
El ataque militar estadounidense es una nueva batalla en una guerra que comenzó en Siria, Yemen, Libia, Gaza, Líbano y que ahora continúa en Irán. Es una guerra por el control de los recursos energéticos, sí, pero no sólo. Se quiere hacer de Israel el dueño absoluto de Oriente Medio, anulando la dimensión estatal de las naciones árabes, reducidas a enclaves cultural-religiosos en una continua balcanización de la zona, una concentración demográfica sin entidad estatal, sin peso económico ni incidencia militar, en total ausencia de autoridad política.
- Te puede interesar: Rusia, redibuja el mapa económico del planeta, desde San Petersburgo
La idea es relegar al margen a quienes no firmen los Acuerdos de Abraham, que son el sello político de la expansión colonial israelí sobre todo Oriente Medio y el Golfo Pérsico, asegurando así a Tel Aviv y sus aliados occidentales el control de la mayor fuente energética del planeta y de las rutas de navegación más importantes. A esto se refiere el Canciller alemán Merz cuando dice que “Israel hace el trabajo sucio por cuenta de todos nosotros”.
Hoy se ataca a Irán para dificultar a Rusia y China, que mantienen una alianza estratégica con Teherán. Para Moscú, Irán es un importante apoyo político y de seguridad, también dentro de la OCS; para Pekín, Teherán es un cruce clave para el desarrollo de la Beltand Road Initiative y un importante proveedor de energía. Además, golpear a Irán significa impedir que se fortalezca el diálogo retomado con Arabia Saudita y que, junto a Turquía, se concrete la idea de un bloque regional que mantenga a Israel al margen de la región.
Pero la guerra es sobre todo contra los BRICS, que junto con la desastrosa retirada de África representan la peor pesadilla para la hegemonía mundial del Occidente Colectivo. Los BRICS son un conjunto de países que han optado por salvaguardar su desarrollo mediante la creación de un bloque económico y comercial que facilite el intercambio y la cooperación, volviendo inútiles las sanciones y amenazas estadounidenses y europeas, cuyo objetivo principal es frenar el crecimiento de las economías emergentes en beneficio del dominio imperial de los mercados. Su proceso de crecimiento plantea sobre la mesa la necesidad urgente de una nueva gobernanza internacional basada en la multipolaridad, y es visto como una amenaza existencial por parte de Estados Unidos.
A más largo plazo, se libra una guerra para intimidar a los países BRICS e impedir que den un salto de nivel hacia un bloque no sólo económico y comercial, sino también político y militar, con el cual las demandas de un sistema multipolar adquirirían un peso decisivo y abrirían un enfrentamiento directo con el imperio en decadencia.
Las repercusiones internas para Trump serán graves si Irán inicia una verdadera guerra en Oriente Medio. La derecha que lo llevó a la Casa Blanca está dividida, y su promesa de no llevar más a EE.UU. a la guerra – e incluso salir de las existentes – se ha demostrado una estafa. Que las elecciones del próximo año ratifiquen que nadie está ya dispuesto a darle crédito a Trump, es un magro consuelo para un planeta que duerme, aunque esté más cerca que nunca de una tercera, y quizá última, guerra mundial, como no lo ha estado en los últimos 80 años.
Esta entrada fue modificada por última vez el 22 de junio de 2025 a las 6:31 PM