por: Fabrizio Casari
El decimonoveno paquete de sanciones contra Rusia ha sido aprobado. Un conjunto de medidas inútiles si el objetivo es arrodillar a Moscú, pero que expresa plenamente el sentido de la derrota europea en Ucrania. La idea de imponer un “alto el fuego” a quien está ganando resulta una acrobacia lógica, pues es el vencedor quien establece las condiciones. Moscú es clara: la operación militar especial está a punto de completarse y, sin un acuerdo de paz general, la guerra continuará.
La idea de cumplir sus funciones pisoteando el Derecho Internacional revela, desde cualquier perspectiva, una pérdida total de orientación política, jurídica y cultural. El furor rusófobo de Bruselas no debe interpretarse como un genuino afecto por Ucrania, de la cual no le interesa nada. Kiev es solo un instrumento ideado, alimentado y enviado hacia su destrucción con el propósito de golpear a Rusia. Forzarla a una economía de guerra y a un clima interno de tensión es la única esperanza para deprimir su crecimiento y entumecer el consenso en torno al presidente Putin.
El corazón de las sanciones, sin embargo, no radica solo en la serie de tonterías incluidas en el paquete, sino en la expropiación y entrega a Kiev, en forma de préstamo, de los activos financieros rusos en Europa. La mayoría se encuentra depositada en el custodio central belga Euroclear, donde el Banco Central ruso tiene alrededor de 210.000 millones de euros actualmente congelados. No todos están de acuerdo con la viabilidad de la operación, empezando por los propios belgas, que serían responsables ante los tribunales en caso de que Moscú presentara los previsibles recursos, ya que, desde el punto de vista jurídico, se trata de una completa ilegalidad.
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En efecto, no existe ningún proceso penal contra los bienes rusos, ni denuncia de delito, ni siquiera investigaciones preliminares. El paso de la incautación a la confiscación sería jurídicamente insostenible. La primera es una medida administrativa de carácter temporal; la segunda solo puede darse mediante una sentencia, que por el momento no existe. Los bienes congelados no pueden ni subastarse ni transferirse: siguen siendo propiedad de sus legítimos titulares, y nadie puede disponer de ellos.
Por otra parte, suponiendo que tales bienes pudieran venderse rápidamente, es evidente que su venta a corto plazo se haría con una depreciación de al menos el 50%. Quedarían así solo unos 100.000 millones, menos de una cuarta parte de lo que Kiev ha recibido hasta ahora y que, al igual que el flujo de mercenarios, sistemas antiaéreos, tanques, misiles y cientos de millones de proyectiles, se ha mostrado inútil para modificar la situación militar sobre el terreno.
Moscú tomaría contramedidas adecuadas y procedería a expropiar las empresas europeas en su territorio por un valor similar al de los activos rusos. Pero existe un aspecto más arriesgado que las represalias legales o las contramedidas de Moscú: si Euroclear abandonara su función neutral y se convirtiera en un arma de las guerras de la UE, su fiabilidad ante los organismos financieros se derrumbaría, quebrando la relación de confianza que sostiene al sistema capitalista. Toda la arquitectura financiera internacional se basa en la idea de que las reservas soberanas depositadas en custodia son sagradas e intocables. Si se demostrara que Occidente dispone del dinero ajeno para librar sus guerras, las consecuencias prácticas serían devastadoras.
Ningún país del mundo colocaría sus capitales de reserva si, en cualquier momento y por cualquier motivo, un contencioso con la UE pudiera producir primero su congelación y luego su expropiación. Es previsible que los depósitos se retirarían en gran parte (y tal vez se trasladarían bajo la tutela del Banco Internacional de los BRICS), generando un enorme agujero en las reservas europeas y estadounidenses, ya gravemente comprometidas por la acumulación de miles de millones en títulos tóxicos incobrables.
Con el robo de los activos rusos, el camino señalado por los BRICS recibiría nuevas y poderosas adhesiones, ya que estos promueven procesos de reducción del uso de dólares y euros en los intercambios internacionales. Fondos soberanos, Estados e inversores institucionales operarían en otras divisas.
Se está construyendo una arquitectura que hará irrelevante el saqueo occidental, con los BRICS creando un nuevo banco mundial, proponiendo transacciones comerciales garantizadas por oro, infraestructuras bancarias BRICS+. Es la ley del contrapeso.
Sobre el terreno, la situación para Kiev se ha vuelto dramática: el ejército ucraniano está en desbandada y la conquista rusa de todo Donbass es cuestión de pocas semanas. Así, la lectura de este decimonoveno paquete de sanciones, acompañado de la petulante solicitud de un alto el fuego, revela sobre todo el signo de la desesperación ante la derrota inevitable. La UE, rechazando la vía diplomática para acabar la guerra, incapaz de ganar en el campo de batalla, intenta salvarse mediante el vandalismo financiero.
La escena apocalíptica de una UE empantanada junto a los nazis ucranianos es interpretada a la perfección por el actor de Kiev, que ha reducido el país a un tercio de lo que era, ha enviado a más de siete millones de ucranianos al extranjero huyendo de la guerra, ha llenado los cementerios y destruido su propio ejército por ambición política, mientras recibe 4.000 millones de euros al mes desfilando sonriente junto a los verdaderos verdugos de Ucrania.
A esta mezcla de imbecilidad política y financiera se suman las nuevas sanciones proyectadas contra China e India por comerciar con el petróleo ruso y hacerlo en sus propias monedas, no en dólares ni en euros. Es revelador el rechazo chino a reunirse con el ministro de Asuntos Exteriores alemán, que quería iniciar negociaciones sobre microprocesadores para el mercado automotriz. Nunca antes había ocurrido que un ministro alemán, representante de la tercera economía mundial, fuera rechazado; una humillación franca. Xi le hizo saber que China no tiene nada de qué hablar con quien impone sanciones, y si por reaccionar decide suspender el suministro, Alemania agravará su crisis industrial y social, que difícilmente podrá ocultarse tras un renovado furor bélico.
Por otro lado, la idea de sancionar a dos de las cuatro principales economías del mundo resulta una idiotez infinita. Pensar que Pekín y Nueva Delhi renunciarán a las necesidades energéticas que marcan su desarrollo por los chantajes de un sistema pirata que se encuentra en declive y avanza hacia la crisis definitiva de su modelo, significa sobrevalorar la menguante influencia del Occidente Colectivo sobre el sistema planetario y subestimar el creciente peso de las economías emergentes que reclaman multipolaridad, libertad económica y el fin del uso militar de las monedas.
Al final, la coacción a la repetición, como un reflejo pavloviano, triunfa en Bruselas. Las armas y las sanciones contra Moscú ya han demostrado no funcionar, pero la UE insiste para no izar bandera blanca. Como decía Einstein, “la estupidez consiste en repetir la misma acción una y otra vez esperando obtener un resultado diferente”.
Esta entrada fue modificada por última vez el 26 de octubre de 2025 a las 8:02 PM


