¿Y si el abuelo de Trump, intentara migrar hoy? ICE, lo deportaría en minutos

Imagen Cortesía / Portada de Stalin Magazine.

Por, Stalin Vladímir Centeno.

Antes de que el apellido Trump se convirtiera en un emblema de rascacielos dorados, discursos de odio y muros fronterizos, hubo un joven llamado Friedrich. Nació en 1869 en Kallstadt, un pequeño pueblo vinícola en la región del Palatinado, que en aquel entonces formaba parte del Reino de Baviera, en Alemania. No era hijo de la riqueza ni de la nobleza. Era, como tantos otros, un muchacho alemán que aspiraba a escapar de la estrechez rural del siglo XIX para buscar suerte en el continente del futuro: América.

A los 16 años, Friedrich hizo lo que millones de europeos hacían en aquel tiempo: emigró a Estados Unidos. No tenía capital, ni conexiones, ni privilegios. Tenía juventud, tenía hambre de prosperar, y tenía una decisión: abandonar su tierra natal y cruzar el Atlántico, como tantos otros que serían estigmatizados un siglo después por su propio nieto.

Friedrich Trump fue un migrante. Lo fue con todas las letras. Llegó a Nueva York en 1885 y empezó desde abajo, como barbero en el Bronx. No tardó en comprender que el camino hacia la riqueza no era un oficio, sino el olfato para los negocios en los márgenes del sistema. En plena fiebre del oro, se trasladó a Seattle y luego al norte de Canadá, donde estableció tabernas, saloons y hoteles en las zonas mineras de Yukón. Algunos registros sugieren que sus establecimientos ofrecían más que comida y cama: también mujeres, alcohol, juego y placer.

El joven migrante se convirtió en empresario oportunista, capaz de capitalizar el caos y el deseo. No fue un emprendedor modelo, pero sí un sobreviviente de una economía salvaje. Se enriqueció rápido, y con ese dinero regresó a Alemania a buscar esposa. Sin embargo, cuando quiso establecerse de nuevo en su pueblo natal, las autoridades bávaras le negaron el derecho a vivir allí: había evitado el servicio militar, y había abandonado el país sin permiso. Rechazado por su patria, Friedrich tuvo que volver a Estados Unidos.

La historia de Friedrich es más común que extraordinaria. Es la historia de un emigrante rechazado por un país y tolerado por otro, de un hombre que nunca imaginó que su apellido un día sería sinónimo de poder. En 1905 nació su hijo Fred, quien a su vez sería el padre de Donald Trump. Friedrich murió al año siguiente, en 1918, víctima de la gripe española.

Y sin embargo, más de un siglo después, su nieto llegaría a ser Presidente de Estados Unidos, símbolo de un discurso antimigrante, arquitecto de muros, perseguidor de sueños ajenos. Ironías del destino: el hombre que más ha deshumanizado a los migrantes en la historia reciente de su país es nieto directo de un migrante que también fue humillado, también fue echado, también soñó con un nuevo comienzo.

Hace apenas unos días, el recién electo primer ministro de Alemania visitó Washington y, en un gesto diplomático cargado de simbolismo, le entregó al Presidente Donald Trump una copia del acta de nacimiento de su abuelo Friedrich. Lo hizo con guante blanco, pero con claridad histórica: para recordarle al Presidente que su apellido también nació del exilio.

Contar la historia de Friedrich Trump es un deber moral. Porque desmonta la narrativa racista que ha querido pintar al migrante como amenaza. Porque evidencia que incluso los imperios personales más arrogantes se erigen sobre la travesía de un exiliado. Y porque, en tiempos de muros, hay que recordar siempre quiénes fueron los que cruzaron el mar primero.

Hoy, mientras la ciudad de Los Ángeles arde en redadas, mientras la Guardia Nacional empuja a niños migrantes contra el pavimento y las calles se llenan de gritos, mientras se amenaza con lanzar a los marines para barrer a quienes solo buscan vivir, desde alguna parte del silencio eterno, Friedrich Trump se revuelca en su tumba. El viejo migrante que una vez fue rechazado, humillado y obligado a irse de su tierra, no puede descansar viendo a su nieto convertido en verdugo de los suyos. No hay muro que tape la vergüenza, ni discurso que justifique el horror. Desde su sepultura, Friedrich parece murmurar lo que ya no puede decir: “Nunca olvides de dónde venimos, Donald. No traiciones tu sangre.”

Esta entrada fue modificada por última vez el 15 de junio de 2025 a las 7:09 PM