OPINIÓN / Calles infestadas de adictos, desigualdad obscena y un Estado incapaz de salvar a su gente. El fentanilo revela que el imperio más poderoso del planeta se derrumba desde adentro. En la mayor potencia mundial, las calles parecen escenas de una película de terror, pero sin cámaras ni actores. El fentanilo ha convertido a Estados Unidos en una nación de zombis, revelando el fracaso total de su sistema político y social.
En las calles de Estados Unidos, la escena que ninguna producción de Hollywood quiere mostrar se vive a plena luz del día: hombres y mujeres tambaleantes, rostros pálidos, piel marcada por agujas y miradas vacías, atrapados en una coreografía lenta y grotesca. Como si fuera ficción, pero es el fentanilo, una droga sintética hasta 50 veces más potente que la heroína, devorando a una sociedad, poderosa y ostentosa.
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Las cifras oficiales de 2025 son demoledoras: más de 200 estadounidenses mueren cada día por sobredosis, convirtiéndose en la principal causa de muerte entre los 18 y 45 años. Es una epidemia nacional que no distingue clase social, pero que golpea con más fuerza a las comunidades pobres, a los barrios olvidados por un Estado que ha preferido militarizar sus calles antes que salvarlas.
California, joya económica y tecnológica, es la zona cero del desastre. En Los Ángeles y San Francisco, a pocas calles de rascacielos y centros financieros, hay avenidas infestadas de adictos, tiendas de campaña improvisadas, basura, heces, jeringas y restos de aluminio usados para fumar la droga. En San Francisco, el olor a muerte y podredumbre es tan normal como el paso de transeúntes. A unas cuadras, boutiques de lujo y locales de cafés completan el retrato obsceno de la desigualdad.
Hollywood calla, pero el silencio más criminal viene de la Casa Blanca y del Capitolio.
La política de Estado ha sido proteger la imagen de un país fuerte, aunque en el corazón de sus ciudades se desarrollen escenas propias de un apocalipsis. No es que el Gobierno no pueda mostrar la realidad: es que no quiere. Admitirlo sería reconocer que el “sueño americano” está roto y que millones de sus ciudadanos viven y mueren como zombis en las calles.
Estados Unidos no está librando una guerra contra las drogas; está perdiendo la guerra contra sí mismo. El fentanilo es la prueba de que el fracaso no es cultural ni circunstancial: es estructural. Es la consecuencia de un modelo político que prioriza el negocio de las armas, el control geopolítico y el espectáculo mediático antes que la vida de su gente.
La letalidad del fentanilo es tan extrema que apenas dos miligramos bastan para provocar la muerte. Su potencia supera en 50 veces a la heroína y en 100 a la morfina, lo que convierte a cada dosis en una ruleta rusa química capaz de borrar una vida en segundos.
Hoy, las imágenes de ciudades arrasadas por zombis no son ciencia ficción. Son la radiografía de un imperio que se derrumba desde adentro, víctima de su propio veneno.
Y mientras Washington busque culpables afuera, la plaga seguirá avanzando, devorando lentamente a la nación más drogadicta y desigual del planeta.
Estados Unidos ha fracasado en controlar la migración, ha fracasado en garantizar la salud, ha fracasado en erradicar la pobreza. Su mayor éxito ha sido producir y vender armas, crear guerras, invadir naciones, dar golpes de Estado, dejar caer bombas atómicas, militarizar el planeta y empobrecer a la humanidad.
Ha dirigido sanciones, señalado y juzgado al mundo entero, pero los políticos de Washington y quienes ocupan la Casa Blanca han fracasado con su propia nación.
El fentanilo y los zombis los desnudan, los exhiben ante el mundo como lo que realmente son: un imperio en ruinas que no puede salvarse de sí mismo.
Esta entrada fue modificada por última vez el 11 de agosto de 2025 a las 2:58 PM