Granada: Historia sin par y gracia colectiva

Imagen cortesía / Ilustración de la Catedral de la Ciudad de Granada.

Por: Jorge Eduardo Arellano. [Granada: aldea señorial en el tiempo (1997): 7-13 y Granada: aldea señorial (1999): 7-13]

EN EL Nuevo Herald de Miami, Beatriz Parga publicó un artículo sobre Nicaragua, con motivo de la visita de los reyes de España en abril de 1991, donde recogió esta certera y memorable opinión de Juan Carlos de Borbón. Copiamos: “La tradición de esta joya colonial que es Granada, quedó exaltada por el Rey Juan Carlos, quien al verla en tres palabras dio su principal recomendación: No la toquen“. Quería decir: no alteren su uniformidad constructiva y la armonía de sus dos estilos (el de ascendencia colonial y el neoclásico suntuoso); admiren su privilegiada topografía y personalidad distintiva; en fin, su caso de singular enclave del pasado.

Porque esto, en la concepción de Alfin Toffler, es Granada: un enclave del pasado, cuyo espíritu urbano y comunal constituye una de las excepciones del desarrollo de la ciudad hispanoamericana contemporánea. Más aún: se distingue en ella un modelo para refugiarse de la megalópolis moderna, característica del presente y del futuro super-industrializado de la humanidad. Tal vez algunos podrían opinar que, en las circunstancias nacionales, resulta ilusorio pensar que aquí tendremos pronto ese futuro donde la Ciudad deje de ser para el Hombre; pero la avalancha unipolar y salvajemente utilitarista y pragmática que se ha vivido en este último decenio del siglo XX y se avecina con el comienzo del próximo milenio, sumada a la irracional e implacable destrucción ecológica del planeta, nos dan la razón.

Polis auténtica

Los anteriores hechos conducen a una revaloración del sentido de la Polis auténtica que aún conserva Granada, es decir: su reconocimiento e integración a la Naturaleza, equilibrio ausente en la gran ciudad de nuestra época; y la superación de lo útil y funcional a través de una plena convivencia humana ejercitada en sus calles, plazoletas y demás centros públicos. Además, Granada de Nicaragua posee cinco de los elementos básicos de toda verdadera ciudad: arquitectura monumental, estilos artísticos bien definidos, extensión regular, clara diferenciación de clases sociales y equilibrio con el entorno natural.

Hoy carece de un sexto elemento: comercio exterior, que lo tuvo ampliamente en la primera mitad del siglo XVII y en la segunda del XIX, a partir de 1870. Esta actividad la mantenía a través del Río San Juan, cuando sus comerciantes exportaban café y hule, pieles y cueros, pero fue interrumpido en 1898. A tres causas se atribuyó el cierre de ese tráfico: a la pérdida del poder político en 1893 y a la subsecuente quiebra de los mayores capitales granadinos por el régimen dictatorial de J. Santos Zelaya; a la depresión económica que sufrió el país en 1897 con la baja de la plata y de los productos de exportación ya indicados; y, por último, a la sequía que un año después inutilizó el recorrido del Río San Juan, antiguo Desaguadero. 

Historia sin par

Y es que dicha vía fluvial estuvo ligada, desde un principio, al nacimiento de la ciudad y a su historia sin par. Esta, reducida a su mínima expresión, admite dividirse en ocho etapas:

1) Etapa fundacional (1524-1539). Desde su fundación con elementos constructivos indígenas y como base de exploraciones para consolidar el dominio hispánico hasta el descubrimiento, o recorrido total, del Río San Juan. A esta etapa pertenecen ––aparte de su fundador Francisco Hernández de Córdoba–– Benito Dávila, de lealtad monárquica ejemplar; los escribanos Gonzalo de Rivera (el primero) y Francisco Sánchez, amigo de fray Bartolomé de las Casas, quien predicó contra los conquistadores y a favor de los indios en Granada, escribiendo además su “Carta a un personaje de la Corte” (15 de octubre, 1535). Igualmente, aquí se ubican al primer alcalde Diego de Tejerina y el primer cura: Rodrigo Pérez.

2) Expansión comercial y colonizadora (1540-1600). Tal período abarca el inicial comercio con Nombre de Dios y luego con Portobelo y Cartagena de Indias, los tres puertos en el Caribe, más tres fenómenos reveladores de la fuerza expansiva de Granada: la extensión de la ganadería en Chontales (región al Este del Mar Dulce), la “pacificación” y fundación de la ciudad de Nueva Segovia (1543) en el Norte de la provincia y la colonización de Costa Rica. Dicho proceso duró treinta años ––de 1543 a 1573–– y a él estuvo ligado Juan Dávila, nacido en Granada y primer escritor colonial de Nicaragua, aparte de encomendero que abandonó a “sus” indios de Jalteva y Masaya para entregarse, con temple heroico, al servicio del Rey. Hasta en la misma última década del siglo XVI, la ciudad comienza sus construcciones “al uso de España” (techos de tejas, tapias, ladrillos). Aún en 1578 su parroquia, con techo de paja, se había quemado dos veces. Pese a ello, el 7 de junio de 1566 una cédula real revela que el obispo Luis de Fuentes pedía mudar la sede de la catedral a Granada por ser León muy enferma y calurosa, a cuya causa los prebendados y vecinos de la dicha ciudad padecen grand trabajo y contimas enfermedades; en cambio, la ciudad de Granada estaba en tierra más templada y en mejor comarca para su salud y las otras cosas necesarias.

3) Auge hegemónico (1601-1665). Con la destrucción de León en 1610, y el incremento del tráfico comercial atlántico, se transforma en la principal ciudad de la provincia. En 1620 Diego de Mercado informa que 10 o 12 fragatas iban y volvían de Portobelo y Cartagena llevando gallinas, maíz, brea y otros géneros y bastimentos a los dichos puertos y de ellos traen a Granada vino, lencería y otros géneros y mercaderías. También crecen sus bases agropecuarias: trapiches, plantaciones de tabaco y, sobre todo, haciendas de ganado vacuno y mular, y de cacao. Este producto circula ampliamente como moneda. En 1647 tiene 350 vecinos más que León, viniendo a constituir entre las ciudades medianas de la Nueva España una de las mejores, de acuerdo al testimonio de fray Bernardino de Obando y Obregón (1629-1694), nacido en la ciudad y fundador de la Congregación de San Felipe Neri en Guatemala, extinto ––con grande opinión de santidad––, según Juarros. Otras figuras representativa de entonces es el jesuita, natural de la ciudad, Antonio Cáceres, primer poeta culto de Nicaragua, autor de un “Certamen poético para celebrar el nacimiento del Niño Dios bajo la alegoría del ciprés”. En fin, durante este periodo, se consolida el proceso de apropiación de la tierra y formación de latifundios ganaderos en la cuenca del Gran Lago de Nicaragua, adquiriendo la hacienda ––al menos hasta antes de 1650–– una estructura y madurez propia tanto en la provincia de Nicaragua como en la Alcaldía Mayor de Nicoya. Tal fue el contexto del surgimiento de una aristocracia latifundista y mercantil en el marco urbano de Granada.

4) Ataques de los piratas (1665, 1670, 1685) y decadencia. Por su riqueza y posición estratégica, Granada es apetecida por las potencias europeas enemigas de España; y los piratas ––una de sus avanzadillas–– la saquean el 29 de junio de 1665 y el 26 de agosto de 1670. El jamaiquino Edward Davis y el indio “Gallardillo” (al servicio de Inglaterra) son sus perpetradores. Las autoridades españolas reaccionan construyendo el Castillo de la Inmaculada Concepción, inaugurado en 1675 y celebrado con un sermón del fraile guatemalteco José Velasco en la parroquia de Granada. Sus habitantes, sin embargo, se mantienen en el campo, quedando en la ciudad hacia 1679 apenas 34: 12 españoles y 22 mulatos. La decadencia está a la vista, sobre todo a partir del saqueo e incendio parcial que ejecutó el pirata francés William Dampier (1651-1715), no sin alguna resistencia, el 8 de abril de 1685.

5) Recuperación y defensas militares en el siglo XVIII. Debido a causas naturales (terremotos, sequías), la comunicación atlántica se hace más dificultosa y esporádica, concluyendo en 1733. La situación del zambo mosquito sobre la boca y costas del tránsito preciso [con Portobelo y Cartagena], lo ha hecho cesar enteramente de veinte años a esta parte; con esta interrupción tan dilatada ni se piensa restablecerlo ––anota el obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz (1694-1768) en 1751. Para ese año, el ingeniero español Luis Díez Navarro ya ha diseñado Oeste) la Casa de la Pólvora (a la entrada de la ciudad por el Oeste) y planificado erigir otras dos fortalezas. Esta idea se renueva después de las dos formales invasiones del gobierno inglés: en 1762 (cuando defendió el Castillo de la Inmaculada Rafaela Herrera, joven de 19 años, animada del espíritu español) y 1780, hasta que se construyen “El Fuertecito” (en la costa del Lago) y el “Castillo San Pablo” en una de las Isletas.

Mientras tanto, se da la recuperación agropecuaria de criollos y españoles. Miembros de ambos sectores navegan libremente a sus haciendas en los Chontales y costas de la laguna para transportar a Granada quesos, mantecas, carnes y demás producciones; algunos de ellos, por los abusos del monopolio comercial de Guatemala, ejercen contrabando con los ingleses. Todos solicitan la habilitación del puerto de San Juan del Norte, pero Guatemala ––capital del Reino al que pertenece la provincia de Nicaragua –– se opone. Al fin, una real cédula del 26 de febrero de 1796 lo abre, de modo ––esclarecía el documento–– que todas las libertades y excensiones que corresponden al puerto de San Juan las ha de gozar en calidad la ciudad de Granada. Otra cédula, del 31 de marzo de 1808, confirma la habilitación. Entre los muchos naturales de la ciudad con prestigio sociopolítico, figura en 1759 su Sargento Mayor: Gerónimo Vega Lacayo, quien llegó a ser Alcalde Mayor de Tegucigalpa y a escribir un informe sobre el estado del Puerto de Omoa, Honduras, y demás del Reino de Guatemala. Allí revela que la paralización del tráfico de Granada con Portobelo y Cartagena tuvo lugar en 1724.

6) Altibajos en la primera mitad del siglo XIX. A principios de este siglo, la ciudad colonial experimenta breves períodos de auge en medio de periódicos movimientos armados, primero contra el imperio español (1812) y el mexicano (1823); luego entre los criollos que se disputan el poder en el nuevo Estado (1824 y 1828). En El Defensor del Orden (Granada, núm. 1, 8 de mayo, 1854), se recuerda: Más de mil hombres disciplinados cargaron sobre Granada el año 12, y Granada venció. Dos mil novecientos la acometieron el año 23, y también venció. Mil y tanto vinieron sobre ella en 824, y triunfó también. Otros tantos la sitiaron el año de 28, y escarmentó terriblemente al enemigo. Ahora, en la llamada guerra civil del 54, el poeta de la ciudad Juan Iribarren (1827-1862) exalta a los suyos para defenderla, aludiendo a esos cuatro hechos bélicos:

Al arma, granadinos,

intrépidos pelead,

por vuestra cara patria,

por vuestra libertad.

 

De mortífera guerra al embate

cuatro veces Granada ha sufrido,

y otras tantas Granada ha sabido

victoriosa en la lucha salir.

 

¿Cómo, pues, esos pobres bandidos,

que manejan ganzúa y tizón,

de Granada el invicto pendón

llegarían a hacer sucumbir?

Iribarren se refiere a las tropas de León ––la ciudad antagónica–– que asedian Granada, en implacable sitio que dura casi nueve meses, incendiando desde el principio tres manzanas de las principales de la ciudad: manzanas que sobre su ancho regular de cien varas, tienen por lo menos doscientas de largo (El Defensor del Orden, núm. 2, 4 de junio, 1854). Pero el mismo general Fruto Chamorro (1805-1855), presidente de Nicaragua y jefe de la resistencia granadina, contribuye a esa destrucción al ordenar pegar fuego a las manzanas adyacentes a la Plaza de Jalteva, desde donde los leoneses dirigen el sitio. En ese sector quedan en ruinas todos los edificios. Uno de ellos, tal vez el más representativo de la ciudad, la iglesia de la Merced, también es semidestruido en el tercer cuerpo de su torre. Entonces, julio de 1854, Iribarren le canta:

¡Oh torre!, ¡oh gran baluarte

del pueblo granadino!

Tu cúpula levantas

al cielo zafirino.

 

Y desde tus almenas

orladas de cañones,

vomitas horror, muerte

en Mochos y Chelones.

 

El vándalo no puede

mirarte sin temblar:

por eso tu alta cima

se afana en derribar.

 

Mas cual gigante herido

por mísero pigmeo,

te burlas y desprecias

su débil cañoneo.

7) El incendio ordenado por Walker en noviembre, 1856. Si hemos transcrito los textos anteriores es porque reflejan el inicio de la destrucción de Granada que los filibusteros del esclavista norteamericano William Walker ––al mando de Charles Frederick Henningsen–– la completan, incendiándola casi totalmente a partir del 22 de noviembre de 1856. Pocos días después, el general mercenario le escribe a Walker: Su orden ha sido cumplida. Granada ha dejado de existir. Al incendio le precedió el deliberado despojo de sus ocho iglesias ––cuyos tesoros comprendían anillos y sortijas, copones y custodias, rosarios, candelabros y demás objetos sagrados–– emprendido por los mismos filibusteros que escenificaron ebrios un desfile burlesco, ataviados con vestiduras sacerdotales. Horacio Bell lo describe:

Llegó la mañana [del 22] con la ciudad todavía ardiendo; los filibusteros todos, incluso el General [Henningsen] y el Ministro de Finanzas [Parker French] constituían un tumultuoso enjambre de borrachos. (El día anterior habían localizado unas grandes bodegas de vinos y brandies). A eso de las nueve de la mañana se organizó una procesión con el mencionado Ministro a la cabeza, integrado por unos cincuenta oficiales. Se ordenó un ataúd bajo el rótulo de Granada y avanzó la procesión, con una imagen del Salvador adelante, seguida por el ataúd y los falsos sacerdotes. Desfilaron alrededor de la plaza en un rito impío, depositando finalmente el ataúd en una tumba excavada en el centro de la plaza sobre la que erigieron un inmenso letrero con la misma inscripción que los romanos dejaron en las ruinas al destruir Cartago: Aquí fue Granada.

8) Reconstrucción y sello de aldea señorial en la segunda mitad del siglo XIX. Concluida la Guerra Nacional Anti-filibustera con la expulsión de Walker el 5 de mayo de 1857, comienza una etapa a nivel nacional de reconstrucción en la que Granada, a la cabeza del país, obtiene los mayores beneficios. No solo se reconstruye, sino que con la inversión en la ciudad de los excedentes económicos ––productos del cacao, del café y de la hacienda ganadera–– estrena obras de progreso: alumbrado público en 1872, telégrafo en 1875, teléfono en 1879, agua potable por cañería a partir del 25 de agosto de 1880, fuente del Parque desde el 1ro. de enero de 1882, ferrocarril en 1886, estación del mismo en 1888 y, en 1892, otras tres obras básicas: Mercado, Parque Central o Colón y tranvía de sangre ––establecido el 22 de agosto de ese año entre el Mercado y la Estación del Ferrocarril––,. Además, reabre su comunicación con el Caribe en 1870, sus municipalidades construyen el nuevo Cementerio (reglamentado en 1875), se trazan nuevas calles, se prolongan otras, se levantan y se reparan pretiles ––para desviar las aguas invernales––, se componen y riegan permanentemente las calles, se erigen los puentes que unen los barrios con el centro.

También se delimitan sus cantones electorales, urbanos y rurales, en 1883 y funcionan dos Juntas: una reconstruye los templos: la otra asume la construcción del Hospital San Juan de Dios, cuya fachada y cuerpos primordiales están por concluirse en 1898. Ese mismo año, el 13 de noviembre, se inaugura el tranvía de vapor “Santiago Morales” que cruza la ciudad desde el Muelle hasta el panteón. (Antes que hiciera a Jalteva su primer viaje el presidente Zelaya rompió una botella de champán en la máquina del vehículo). Paralelamente a este proceso material, la ciudad ofrece notables adelantos culturales: Club Social (1871), Escuela de Señoritas (1872), Colegio de Granada (1874), para varones; Colegio de Señoritas (1882), Biblioteca circulante (1883), El Diario Nicaragüense (1884), primero del país; Teatro de Granada, inaugurado el 4 de mayo de 1888. En resumen durante estos años de hegemonía social, política y económica, la ciudad adquiere su sello de aldea señorial.

Y esta es la Granada que en esencia perdura, no obstante su posterior evolución constructiva, el pavimento de sus calles y cierto desarrollo urbanístico. Por ello, dejó de ser la ciudad-puerto, entre arroyos apresada, blanca y de sol y cal ––como la canta Pablo Antonio Cuadra en 1930––, pero conservando su pródigo encanto, gracia y gallardía, advertidas desde el siglo XVIII a través de su orgullo localista, ya adoptado en el lema del escudo colonial de la ciudad que entonces proclamaba: quot grana, tot gracia (a cuantos granos, tanta gracia). Gracia colectiva que, poco a poco, fue aumentando hasta que el incendio de 1856 la arrasó, pero que la recuperaría pronto. Tanto que en 1887 el periodista costarricense Pío Víquez constataba que su arquitectura correspondía en su mayor parte a los usos del pasado; pero tiene cierta gracia, un conjunto tan simpático, que no sería posible conocerla sin amarla luego.

Naturalmente, esta gracia ha sido asimilada por sus habitantes. De ahí que estos, con su naturaleza hiperbólica y estirpe andaluza, hayan contagiado a los cantores de la ciudad que no han nacido en ella, como el autor del paso doble “Granada de Nicaragua” (1948), Tino López Guerra (1906-1967), quien aseguró: Ni la misma Granada de España / es tan linda y extraña, / como esta de aquí. Igualmente, esta exageración se mantiene viva cuando sus actuales vecinos exclaman: Quien no ha visto Granada, no ha visto nada.

Esta entrada fue modificada por última vez el 21 de septiembre de 2023 a las 1:34 PM