La OTAN, una historia imperial

Foto Cortesía / Bandera de la OTAN

La guerra en Ucrania ha vuelto a poner en el punto de mira internacional a la OTAN, que al proporcionar sistemas de armas, entrenamiento militar y paramilitar, mercenarios, suministros logísticos y al dirigir al ejército ucraniano desde la retaguardia, se pone a todos los efectos como una organización beligerante. Pero a pesar de los esfuerzos por derrotar a Rusia en el terreno, el panorama militar prefigura una nueva derrota occidental tras las sufridas en Siria y Afganistán (esta última incluso ruinosa e indigna en su conclusión) que hizo decir al presidente francés, Macron, que “la OTAN está cerebralmente muerta “.

Pero este intento de revivir la OTAN a costa de Rusia y Europa no tuvo los efectos deseados y la entrada de Suecia y Finlandia parece dibujar la historia de la montaña que parió un ratón, entre otras cosas porque esto no implicará nuevas bases militares cerca de Rusia; por lo tanto, sólo asistiremos a la fijación en derecho de lo que ya existía de hecho. En cambio, lo que queda sobre el terreno es una demostración más de la impotencia de una organización que no resuelve ninguno de los problemas de la gobernanza mundial, sino que los crea.

La historia de la OTAN tiene su versión ficticia y su versión veraz. Nacida formalmente tras la Segunda Guerra Mundial, su tratado fundacional se firmó en Washington el 4 de abril de 1949. El propósito, se dice, era contrarrestar a la Unión Soviética, que sin embargo estaba en dificultad por el altísimo coste de liberarla y liberar a toda Europa del nazifascismo. Moscú se proponìa reconstruir su país, que había sido destruido por una invasión nazi-fascista (Operación Barbarroja) que había durado cuatro años y, desde el punto de vista militar, la Union Sovietica no representaba ninguna amenaza. Cuando la OTAN tomó forma, Estados Unidos era la única potencia atómica del mundo: la bomba atómica soviética sería anunciada por Moscú en 1950.

Además, para demostrar que la OTAN no fue creada para defenderse de la supuesta agresión soviética, hay dos fechas clave. Su nacimiento precede -y no sigue- al del Pacto de Varsovia, que en cambio se fundó precisamente para limitar el expansionismo de la organización atlántica en Europa. Y la disolución de la URSS y del Pacto de Varsovia no indujo a la OTAN a disolverse, sino a ampliarse y reforzarse aún más hacia el Este de Europa.

Una vez despejado el campo de las narrativas tanto románticas como falsas sobre la defensa de la libertad, hay que decir que desde 1949, la intención principal de la OTAN fue sentar las bases militares para la construcción del imperio estadounidense en Europa y fue en función de ello que se comprometió a oponerse a la expansión del campo socialista de todas las maneras y por todos los medios, llegando incluso a planificar golpes de Estado, como el de Grecia en los años 60 y el de Turquía en los 80.

Su supuesta función defensiva es, pues, una de las versiones paradójicas de la narrativa occidental. La verdad es que la OTAN, lejos de ser una organización creada para defender a un Occidente que jamàs estuvo amenazado, nunca ha desempeñado desde su creación un papel de pacificación internacional. Era y es, en cambio, una organización político-militar al servicio del dominio político, económico y militar de Estados Unidos sobre el mundo. Y en la posguerra y durante los años siguientes hasta la crisis de 1989, a medida que crecía la influencia de la ideología socialista en cuatro de los cinco continentes, el choque con el sistema socialista era un paso inevitable para ampliar el control hegemónico de EEUU sobre el planeta.

Establecer el mando de Estados Unidos sobre el mundo, la dirección de los ciclos económicos, los procesos políticos y la fuerza militar de cada país, para que se correspondan con el diseño imperial de Washington, ha sido el negocio central a defensa del modelo capitalista que, primero con el fordismo, luego con el toyotismo y después con el monetarismo, impone el dominio de Estados Unidos sobre el mundo. Sin embargo es un modelo que hay que defender con las armas, porque lejos de representar una vía positiva de emancipación colectiva, genera levantamientos populares, precisamente porque decreta sus límites estructurales, que son propios de un sistema que nació y prospera construyendo riqueza para unos pocos a través de la exclusión y la pobreza absoluta de muchos.

Como confirmación adicional, basta ver cómo la OTAN ha sido y es la columna vertebral no sólo de los ejércitos sino también de las fuerzas irregulares presentes en cada uno de los países miembros de la Alianza, y como ha constituido centros de gestión político-militar en cada uno de sus países miembros. En este contexto encaja también otra de las bazas a las que siempre se ha dedicado la organización: la contención de los procesos revolucionarios.

La certificación de la ausencia de soberanía e independencia nacional de sus países miembros es la existencia del mecanismo de “doble obediencia”, al que todos los países están alineados constituye una parte decisiva de la injerencia estadounidense en cada uno de ellos. A través de la OTAN se ejerce la cesión de soberanía de los respectivos miembros al mando político de Washington.

El modelo posterior al 1989

Desde 1989, con la caída del campo socialista, la Organización Atlántica se ha embarcado en un proceso de modificación, creyendo que su expansión hacia el Este podría contener definitivamente la influencia histórica, política y cultural de Rusia en Euro Asia. Se ha convertido en el elemento central de la nueva estrategia estadounidense que pretende desempeñar el papel de policía del planeta.

Como consecuencia, la forma de establecer y actuar, también cambió después de 1989, cuando un modelo militar clásico, concebido como opuesto al soviético, se quedó sin un “enemigo” ideológico y militar al que combatir. Desde 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas, la OTAN, a través de una interpretación conceptualmente amplia del artículo 5 del Tratado, pero funcional a los intereses geopolíticos, se ha atribuido a sí misma un papel de policía planetaria para intervenir en zonas de crisis en todo el mundo. Se impuso un nuevo enfoque político, en torno al cual se agruparon los países amigos, porque el mantenimiento de una inmensa estructura militar y de inteligencia, con sus igualmente gigantescas industrias industriales y de servicios, hacía necesario inventar nuevos enemigos. Desde el fundamentalismo religioso hasta el terrorismo, pasando por los derechos humanos, el reposicionamiento ha sido funcional a las cambiantes necesidades de dominación, sin olvidar que llenar y vaciar los arsenales de todos los miembros de la organización supone un extraordinario factor de crecimiento para la economía estadounidense. El enemigo se ha convertido en una suma de enemigos, es decir, todos aquellos que no entregan los recursos económicos, la soberanía política y la estructura militar en manos de EEUU.

La doctrina actual de la dominación internacional prevé la desintegración progresiva del modelo de Estado soberano mediante la cesión continua de la soberanía nacional. Un proceso transitivo que asigna a Estados Unidos el papel de gestor del sistema político, militar, policial y de los aparatos de inteligencia de los 32 países miembros. La DEA utiliza el narcotráfico para imponer la presencia y la libertad de acción de sus funcionarios; la CIA dirige la inteligencia de todo el mundo occidental; con la lucha instrumental e hipócrita contra la corrupción, se crean organismos ajenos al control de los gobiernos de los países en los que se instalan, pero obedientes al de Estados Unidos. Son sólo algunos de los tentáculos del sistema de control que Washington ejerce sobre sus aliados.

El cambio de ritmo

Buscando constantemente países cuyos recursos puedan financiar la anormal deuda occidental, se preocupa sobre todo de que la brecha entre el acceso del Norte y el del Sur a las riquezas de la tierra permanezca inalterada; es más, posiblemente aumente, para salvaguardar los intereses estadounidenses y occidentales que, de vez en cuando, eligen los países en los que entrar. Ganan dos veces: primero con su destrucción y luego con generosos contratos para la reconstrucción. Invaden países no para defenderse de amenazas improbables, sino para dominarlos política, militar y económicamente, asegurándose recursos, fuentes de energía y el control de las rutas marítimas y de los corredores aéreos. Es la esencia de su modelo de globalización.

La nueva doctrina militar prevé guerras asimétricas, también conocidas como guerras híbridas. Se trata de intervenciones militares con fuerzas especiales, fuerzas regulares, unidades paramilitares y ciberataques a infraestructuras enemigas. Que siguen o flanquean levantamientos o sanciones economicas y comerciales, insurrecciones populares debida y previamente orquestadas, y se apoyan en campañas globales de desinformación para distraer y dividir a la opinión pública internacional y debilitar a los gobiernos legítimos desde dentro.

En fin, hoy en día, la Organización Atlántica puede describirse como una extensión de la fuerza militar estadounidense y no como una coalición internacional, habiendo restringido severamente la atención a los intereses generales de sus miembros en favor del dominio de los intereses estadounidenses. Por eso, cada derrota es una derrota de Estados Unidos, de un modelo de doctrina de seguridad nacional que en realidad significa la conquista de territorios y recursos ajenos.

El mundo no es el de 1949, ni el de 1989. La diversificación de las fuentes económicas, la ampliación de las capacidades tecnológicas y la posesión de conocimientos técnicos para explotar la riqueza natural del suelo y del subsuelo, dibujan un mundo decididamente heterogéneo que ya no es fácil de subyugar. El montaje bipolar ya no existe y América Latina enseña cómo muchos países buscan un camino para su emancipación.

Como en Nicaragua y Venezuela o Bolivia, lo encuentran fuera de cualquier paraguas protector, con un ideal y un diseño político autóctono y no heterodirigido. Por tanto, cada día que pasa aumenta el número de países que no están dispuestos a arrodillarse y entregarse, porque encuentran espacio para una idea de intercambio entre iguales en el comercio internacional. Se consideran que el modelo sociopolítico estadounidense, a menudo impuesto con bombas lanzadas desde 5.000 metros de altura, es un modelo fracasado que sólo puede seguir viviendo a costa del resto del mundo. Un modelo que más que tener un futuro brillante parece tener fecha de caducidad. Como un yogur.

Firmas: Fabrizio Casari