(Opinión) Mr. Cornamenta y golpistas ¿podrán ser candidatos?

Mr. Cornamenta y golpistas ¿podrán ser candidatos?

I

No hay motivos para festejar y regocijarse por lo que ha sufrido la Unión Americana.

El rencor, alma gemela del odio, no ha dejado nada bueno sobre la faz de la tierra. Ni la codicia, peor si es del tamaño de un golpe de Estado que, en el inglés nostálgico de los pecados rentables, se traduce como “United Fruit Company”.

La plaga de sevicia desatada por la derecha fascista, en su escala de terror más nefando, asoló en 2018 a una patria consagrada a la paz: Nicaragua. Y porque lo vivimos es que no podemos aplaudir ataques malvados contra Estados Unidos. O  cualquier lugar del planeta, aunque en este caso, la ruin industria del falso testimonio pintarrajee la barbarie de “primavera cívica” con la brocha gorda de sus  portadas, editoriales y horarios estelares.

Los congresistas, aun custodiados por la Policía del Capitolio, temieron por su integridad física. Y aunque salieron ilesos, devinieron en víctimas de lo que tanto, algunos, le han recetado a América Latina.

Hace dos años, en Nicaragua, muchos ciudadanos no corrieron la suerte de los legisladores: fueron asesinados brutalmente por aquellos “pacíficos estudiantes”, tal como costearon su imagen los mismos que empujaron a una masa enardecida a dar el golpe de Estado en Washington.

Ahí es cuando te das cuenta que la vida nada vale para los fascistas que tienen la llama de  la inquina suficiente, y el combustible financiero de la Administración Trump, para pegarle fuego a Nicaragua.

Los “indefensos manifestantes”  quemaron gente viva, calcinaron emisoras como La Nueva Radio Ya sin importarles que en sus estudios se hallaran periodistas, artistas, técnicos, personal administrativo y valiosos archivos sonoros; carbonizaron alcaldías como la de Granada, destruyeron edificios públicos y privados, atacaron con francotiradores apostados y hasta cisternas de gasolina,  a estaciones de Policía como en Jinotepe.

Y dejaron el país en ruina. Todo con tal de asaltar el poder bajo el pretexto cajonero del “fraude electoral” o “por la democracia”.

Por eso, no hay nada que celebrar, pero sí es la hora de  reflexionar, máxime cuando el expresidente entrante, Donald Trump, fue acusado por la Cámara de Representantes de “incitación a la insurrección”, de fomentar un golpe de Estado.

Mr. Cornamenta y demás “terroristas domésticos” de Estados Unidos ¿podrán alguna vez ser aspirantes presidenciales y legislativos?

La respuesta, más que política o ideológica, es un tema de salud espiritual. Además de jurídico.

Quien no respeta la Constitución. Quien profana, encantado, el Templo de la Democracia, léase Capitolio. Quien no tolera la decisión de la mayoría del pueblo expresada en las urnas. Quien actúa ostentosamente al margen de la ley… ¿cómo podría ser premiado con una candidatura?

Se informó, cuatro días después de la intentona golpista, que las  autoridades estarían deteniendo a cientos de personas acusadas de “destrucción federal hasta asesinatos”.

Es lo que debe hacer cualquier nación para dar con los desestabilizadores. Y en este caso, ni los medios ni congresistas hablan de “asedio al pueblo”, de “intimidación a los estadounidenses”.

No se describe a EE.UU. como “estado policíaco” solo porque, detallan los medios,  “el FBI, gracias a la ayuda del público, ha recibido  más de 100 mil videos y fotografías como pistas  para las indagatorias”.  

Ningún gobierno europeo ni asiático ha amenazado con sanciones al director del FBI, Christopher Wray, porque advirtió a 200 sospechosos identificados: “sabemos quién eres… y agentes del FBI están en camino para encontrarte”.

Cinco vidas y 51 policías heridos costó este primer coup que no logró ser “debidamente” exportado a América Latina, por razones que solo Trump, Pompeo y su círculo íntimo conocen, y se quedó enmarañado entre el naufragio de su reelección, el Departamento de Estado y la Casa Blanca para desenredarse –ante el estupor de la humanidad– en la colina del Capitolio.

“El País”, Efe, CNN, etc., ¿estarán dispuesto a encumbrar a estos violentos como genuinos “patriotas americanos”?

La búsqueda de los golpistas ¿será etiquetada por la CIDH y Luis Almagro de “feroz represión”? ¿Lanzarán una campaña internacional para promocionarlos patéticamente como “perseguidos políticos”?

A los detenidos, el señor Vivanco de Human Rights Watch y la señora Bachelet, Alta Comisionada de los DDHH, ¿los declararán “reos políticos”?

Acaso cuando sean inhibidos a cargos de elección popular, los violadores hemisféricos del derecho internacional, conocidos en el bajo mundo con el remoquete de “OEA” y sus secuaces, ¿denunciarán a Estados Unidos y al nuevo gobierno de “antidemocráticos” por no permitir a sus “paladines” participar en las próximas elecciones? 

II

Lo ocurrido en el Congreso del país más poderoso de la Tierra quizás consumió un tiempo menor a una jornada laboral, pero lleva comprimido el peso sin gloria de un acontecimiento histórico indeseado; no fue implantado desde el exterior.

Con decencia, la comunidad internacional dejó las franelas políticas para demandar respeto a las instituciones de Estados Unidos o decir “es un asunto interno”.

No salió ningún salvaje por ahí, como suele ocurrir desde la derecha fascista, reivindicando a los golpistas y declarándolos “guardianes de la Democracia”, “hijos de George Washington” y “herederos de Tomas Jefferson”.

No hubo ninguna embajada y agencias de otras potencias atizando a los golpistas y supremacistas a “liberar” al “pueblo norteamericano”.

No azuzaron a los “pacifistas” reproducir las dolorosas tragedias que las hordas terroristas, aupadas desde el extranjero, dejan a su paso para dar rienda suelta a sus endemoniadas ambiciones, teatralmente puestas en escenas como “luchas patrióticas” y “manifestaciones de paz”.  

No apareció una sola desprestigiada oenegé de “derechos humanos” convocando conferencias de prensa, redactando desinformes e inflando “listas” de cientos de “muertos”, “desaparecidos” y “torturados”, y firmando cuanta declaración manufacturada por fuentes foráneas les fuera posible, para acabar de incendiar a los Estados Unidos.

Ninguna nación nombró de dedo y porque-me-da-la-regalada-gana al hombre que se tomó la oficina de la senadora Nancy Pelosi como el Guaidó blanco del “verdadero” Estados Unidos, porque el señor Joe Biden le “usurpó” con un “aparatoso fraude” el “triunfo arrollador” al candidato Trump.

No. Nada de eso ocurrió.

Pero, cuando algo más perverso a lo acaecido en el Distrito de Columbia lo vive una república latinoamericana, no por unas horas, sino meses como en Nicaragua –con 200 años de precaria Independencia–, ¿por qué la Unión Europea se apresura a alabar la criminal violencia terrorista y la glorifica como “el pueblo” o “vigorosa sociedad civil”?

El mismo gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, no se anduvo por las ramas. Describió el asalto al Capitolio como un “intento de golpe de Estado fallido”, ejecutado  como el “capítulo final de una Administración incompetente, cruel y divisiva”.

Y es precisamente esta Administración la que ha apoyado también en Nicaragua a su reflejo, condicionado por sus “estímulos” millonarios a través de alevosos programas de “Incidencia democrática”: los despiadados golpistas.

Estos, hoy, apenas esbozan un grupo de siglas deshabitadas, causalmente –no casualmente– con el mismo mediocre desempeño, añadido a un insalubre código moral y un rechazo total a ganarse el pan como Dios manda. Prefieren venderle el alma al diablo con todo y país.

El pueblo noble no se siente representado por estos desalmados. ¿Por qué? Por ser la extensión bananera de la Administración Trump: “Incompetente, Cruel y Divisiva”.

III

El Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos no se quedó de brazos cruzados: “Las acciones dentro del edificio del Capitolio son incompatibles con el Estado de derecho”.

“Los derechos de libertad de expresión y reunión no le dan a nadie el derecho a recurrir a la violencia, la sedición y la insurrección”.

Y dado que la Constitución de Nicaragua no es inferior ni superior a la de EE.UU., son válidas, aquí y allá, las palabras del Alto Mando Castrense de la Unión Americana.

“Apoyamos y defendemos la Constitución. Cualquier acto que perturbe el proceso constitucional no sólo va contra nuestras tradiciones, valores y juramento, sino también en contra de la ley”.

Es lo que le compete a todo Ejército profesional: imponer el orden, no “acuartelarse” porque “no es deliberante”.

Michael Sherwin declaró que la zona del Capitolio es una “escena de crimen”.

Es lo que todo Fiscal de la Nación debe proceder.

El opositor diputado demócrata, Jim McGovern, denunció: “Nuestro país fue atacado no por una nación extranjera, sino desde adentro. Estos no eran manifestantes, no eran patriotas. Eran traidores. Estos eran terroristas domésticos… y estaban actuando bajo órdenes de Donald Trump”.

Es la responsabilidad que está obligado a asumir ante la Historia todo magnífico político,  funcionario, opositor o diputado, ya no digamos un obispo: no esconderse ni dorar la píldora con lenguaje sibilino, sino llamar al pan, pan y al vino, vino.

Los Ángeles Times en su editorial concluyó que lo del 6 de enero se puede considerar “una insurrección, una tragedia, un golpe de Estado”, mientras El Nueva York Time planteó que Trump debe comparecer ante la justicia “al igual que aquellos de sus partidarios que llevaron a cabo la violencia”.

Un comentarista de The Washingon Post escribió: “Seamos claros: lo que sucedió en el Capitolio de Estados Unidos fue un intento de golpe de Estado, incitado por un presidente sin ley (…) y alentado por sus cínicos facilitadores republicanos en el Congreso”.

Es la esencia del periodismo: no deformar, no mentir, no manipular.

Es decir, actuar absolutamente contrario a los negociantes de la prensa venal, dedicados a prefabricar crisis que desemboquen en un golpe de Estado si el gobierno legítimo de un país no se ajusta a sus intereses que siempre son decorados con lemas tan rimbombantes como vacíos: “La conciencia de la nación”, “La voz del pueblo”, “Al servicio de…”.

A un paso de la Casa Blanca, Joe Biden, acusó: “El ataque criminal fue planeado y coordinado. Fue realizado por extremistas políticos y terroristas domésticos que fueron incitados a esta violencia por el presidente Trump. Fue una insurrección armada contra Estados Unidos de América. Los responsables deben rendir cuentas”.

Es lo menos que se espera de todo buen Presidente.

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Esta entrada fue modificada por última vez el 5 de septiembre de 2022 a las 10:52 AM