Fidel, hombre hijo de Ángel, invicto de maldiciones que rebotaron peor a maldicientes

Foto Cortesía / Fidel Castro

POR: Edwin Sánchez

I

Hay individuos cuyo identikit es un kit completo de desprecio a la dignidad de los hombres, en tanto no pertenezcan a su víbora secta carnívora.

Ah, y dicen que están en la primera línea en la defensa de los derechos humanos. ¡Qué tal!

Ética, nos recuerda el Diccionario de la Real Academia Española, es ser “Recto, conforme a la moral”. Además, es un “Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida. Ética profesional, cívica, deportiva”.

Se creyeron, o se creen, si no propietarios, accionistas mayoritarios de la verdad; “infalibles”, siempre “con la razón de su parte”. Y ofendieron, u ofenden. Masacraron o masacran la reputación de un líder o un país, solo porque no pertenece a su antro ideológico.

Se burlan, se dan en zaherir, a dar voces que oscuramente son demoníacas. Por eso Jesús dijo: “De la abundancia del corazón, habla la boca”.

Pero estas personas que se creían, creen, intocables, justas, inmortales, también son efímeras.

Se enferman.

Su fin es tan terrible que mejor deciden la fecha en que deben morir, cuando ya su morada terrestre es un fúnebre catálogo de lo que —faltando a todas las reglas divinas y terrenales— pretendieron ver en el blanco de sus imprecaciones.

Pero el tiro les salió por la culata: a quienes quisieron hacer el pasto recurrente de sus chacotas, no les sucedió así.

Es que no tuvieron, no tienen sentimientos. Y por esa insuficiencia de compasión, son seres que les queda muy grande la definición de humano.

No juzgo a quien fuera el Jefe de Estado de Cuba, Fidel Castro.

“La historia me absolverá”, sentenció.

Su solo nombre desata en unos, pasión, en otros, odios desmesurados, en algunos, fanatismo. Y también admiración y respeto. En este renglón destacan Nelson Mandela, Muhammad Ali, Harry Belafonte, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano

El astro, actor y director de cine, Robert Redford, en 1988 escribió: “Admiro a Fidel Castro. ¿Cómo no admirar a un hombre que se las ha arreglado para mantener a su país durante tanto años, frente a toda la presión norteamericana?”.

En un recuento, Los Angeles Times rememoró en 2004: “Jack Nicholson lo llamó ‘un genio’, Oliver Stone dijo que era ‘una de las personas más sabias de la Tierra’ y Steven Spielberg dijo que pasó ‘las ocho horas más importantes de [mi] vida’ con el líder cubano”.

El haber dado protección a la única hija del General de Las Américas, Augusto César Sandino, Blanca Segovia, habla de su sentido de la continuidad histórica.

El inaudito hecho de enfrentarse a la mayor potencia militar y económica de la historia ¿qué puede suscitar en el alma diáfana del “hombre de la calle”, tan “común” que no se deja arrastrar por la corriente?

Fidel era humano. Hijo de Ángel Castro. No era un dios. Muchos estuvieron de acuerdo con sus ideas, otros no.

Pero, ¿acaso el desacuerdo legitima una maldición, que muchas veces fue la banda sonora de múltiples atentados, no solo contra él, sino hasta con deportistas olímpicos durante un vuelo de Cubana de Aviación en 1976,  o los turistas extranjeros en los 90?

¿Hay algún indicio de decencia en quien por pasar de “demócrata” gracioso, se befa del padecimiento de alguien?

Quien nació inerte de escrúpulos, ¿tiene derecho a dirigir un país?

¿Está moralmente capacitado para dar cátedra de integridad a un hombre o una nación?

¿Tiene derecho a enarbolar siquiera la bandera de los Boy Scouts?

Cuando el dirigente cubano tuvo un tropiezo en un acto público, los lobos sin motivos aullaron de placer.

Y no hay un semejante que tarde o temprano no se haya caído alguna vez. ¿Por qué esa morbosa alegría con lo que le pasa a otro que no piensa ni actúa como ellos? ¿Por qué esas ganas de ver mal, muy mal, a quien le desagrada?

Hasta hoy, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, es quien más se ha ido de bruces en la historia de la Casa Blanca, mas no es objeto del ludibrio de los analistas de centro, “independientes” o de izquierda.

¿Qué sentido tiene ridiculizar a alguien por un tropezón? ¿O dos? ¿Qué gana el mundo con que la prensa o un columnista hagan guasa de una figura pública?

No ha habido programas estelares comentando estos incidentes. Poner en la picota a alguien por un resbalón es no tener argumentos ni nada más que decir que no sea maldecir.

Y las maldiciones se revierten. Y esto incluye las malintencionadas especulaciones de supuestas enfermedades de una determinada personalidad, rumiadas por un corazón realmente enfermo, muy necesitado de atención sicológica, pero sobre todo, espiritual.

Fidel, hasta donde se sabe, falleció en paz.  La muerte lo consideró más que a quienes trataron de asesinar su nombradía o quienes perpetraron los casi 400 intentos de magnicidio. Contaba con lucidez, tanto que en la Asamblea Nacional dijo que llegaba la hora de tomar el camino de todos los hombres.

Aceptaba su tiempo.

Y no necesitó de viajar a otro país para un suicidio “auxiliado”, que así se le nombra a la “muerte asistida”.

La enfermedad o la muerte llegan a cualquier persona, sea rico o pobre. Verdad de Perogrullo que los entrenados en la infamia y el odio les gusta “olvidar”.

La paradoja de esto es que quienes escarnecieron a alguien por rencores sin fecha de vencimiento, y por fobias añejas, tarde o temprano tendrán que enfrentar su agonía, y mientras tanto, quizás soporten lo indecible por su ser más querido.

II

Cuando Fidel se enfermó, hubo alguien en Nicaragua que no guardó la ética. Divulgó comentarios impropios, máxime que por razones de abolengo toda su existencia ha aspirado ceñirse la banda presidencial.

Fidel partió el 25 de noviembre de 2016, tras una biografía plena en Revolución.

De manera repentina, a la persona que mejor debió quedarse callada, le llegó la desgracia. Y luego otra, pero nadie ha venido a hacer befa de la dura dolencia de su deudo.

Alguien que no es una mala persona, ora o se conduele por el dolor ajeno. O por último se abstiene de imitar barrabasadas como la aludida, aunque sean mediocridades de pedigrí.

La circunspección es también una forma de la solidaridad y de acompañamiento en la distancia.

Venir a mofarse de un sufrimiento es inhumano.

Para hacerlo hace falta estar saturados de maldad. De perversidad en grado extremo. De sadismo.

Pero no se le puede pedir a nadie lo que no tiene.

Y uno se pone a pensar: ¿Esta clase de gentecita es la que quiere gobernar el país por “derecho divino”?

La falta de misericordia parece que es el sello distintivo del que se halla en las filas de la ultraderecha, colindante con el nazismo.

Ese menosprecio a la vida y al decoro de las personas que no comparten su sociopático supremacismo, mal encubierto de bandera política, se vio con intensidad cuando creyeron estar de nuevo en el poder, en las ciudades secuestradas en 2018.

Hacer mutis, hasta la fecha, de los horripilantes crímenes que cometieron en los “geniales” tranques, bendecidos por unos tres obispos y una trenada de demonios menores, demuestra una congénita incapacidad de amar.

Y el amor es un sentimiento que diferencia a los humanos de las bestias. Pero aún las hienas poseen instintos para ser cariñosas con sus cachorros. Incluso, las manchadas son animales sociales. ¡Estos, dizque “democráticos”, ni eso!

III

Carlos Alberto Montaner se fue del mundo debiéndole una muerte natural.

Se creyó el superhombre de Nietzsche, solo que sin retorno.

Con él también se secó la hiel contra Fidel.

No hubo la mínima cordura.

Era tanta su vesania que ofendió al guerrero en reposo. Se creyó en la potestad de proferir rumores y maldiciones de lo que padecía el líder revolucionario, sin atender siquiera cómo se percibía su desmesurada inhumanidad entre sus lectores.

Todos merecemos respeto. Sin importar el signo político, religioso, ideológico, o si se es multimillonario o indigente, hay algo, allá en el fondo, que nos indica cuando un alma en saldo rojo reacciona ante un hecho: Para. Reflexiona. No es lo correcto.

Lamentablemente hay almas sin fondo. ¡Cuidado! La carencia de escrúpulos es gangrena de la conciencia.

Pablo advierte que al final de los tiempos: “habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:5).

De lo que mal dijo de Fidel, y lo que maldijo contra él, nada se libró Montaner. Esto es un ejemplo para evitarlo. Con manos prestadas en España, por su relampagueante discapacidad, le lograron teclear:

“…padezco Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP), un Párkinson atípico y más agresivo. Eso explica mi acelerada falta de movimiento ocular impidiéndome leer y escribir, además de las crecientes limitaciones para expresarme verbalmente. Mi vida diaria, en la que la lectura, la escritura y la expresión oral han sido mis señas de identidad, se borran de un día para otro. Desde hace mucho mi cuerpo tampoco me acompaña”.

“Aquí he cumplido 80 años. El último de mi existencia gracias a la Ley de Eutanasia. ¿Se quiere una mayor libertad que la de elegir el momento de la partida?”.

Triste.

No es para festejarlo. ¿Quién se va alegrar por ello?

Es para reflexionarlo.

Como le espetó a otros, sus maldiciones fueron “con más vehemencia que éxito”.

Y si el señor Montaner se sintió impelido a escribirlo, seguro no fue por su cuenta, sino por Obra de Alguien Más, para que entendamos cómo hemos de comportarnos en este mundo porque “Arrieros somos, y en el camino andamos”.

Fidel vivió hasta los 90. Diez años más…, lúcido y en Paz. Partió de manera natural. Auténtico hasta el final.

Del Poderoso de Israel, Yahvé, son los designios, no de los hombres.

 

Esta entrada fue modificada por última vez el 9 de enero de 2024 a las 9:13 AM